jueves, 16 de febrero de 2012

Ingird Bárcena presenta en Cada Quien su Boca de Palabras Urgentes

Ingrid Bárcena


Trozo de recuerdo mojado por la lluvia.

La niña que fui, medio rota, asoma por debajo de la cama.Mientras duermo, se prueba mis zapatos y mi ropa.Se pone un labial sugestivo y me imita.Ella se burla de todos porque sabe del olvido.Su risa es un estruendo de juguete que me calma.

En algún sueño la llevé a pasear en subterráneo,pero no se conforma. Quiere más. Cuando ando con ella en el bolsillo, no deja de preguntar si falta mucho.Me dibuja en las paredes muñequitas con trenzas.A veces jugamos a las escondidasy me gana por ser invisible.

Un día que se quede dormida en cualquier partela voy a dejar, voy a seguir sola.Ya está bien de manchas de chocolate en la camisa,
de llorar por cualquier motivo.
No quiero cargar con ella.

Aunque es probable que me busque 
y yo nunca haya existido.


¿Y si no?

La vida nace desesperada por habitar el mundo. No se conforma con saber llorar, gatear, con que algún alma piadosa le suene los mocos y le ate los cordones. No. Quiere más. Necesita más. Por eso desarrolla palabras a medida de lo que lleva en la sangre, para poder transmitir sus contradicciones y sus amores terribles; para soportar la lucha entre el sueño y la vigilia con dignidad.
Nada menos que el lenguaje (en todas sus formas) como fusil contra las propias miserias vitales. Y así vamos, desparramando palabras por doquier. Y con ellas se escapan alguna que otra caricia y varios golpes mortales.
Por eso hoy propongo inventar señales a medida. Dibujar nuevos principios, inaugurar plazas con algún nombre querido, arrancar los carteles de alto, cambiar el de "no pisar el pasto" por el de "prohibido no disfrutar del pasto", advertir sobre las rectas aburridas; inventar el de permitido jugar siempre, toda la vida, aunque esta pretenda triturarnos porque, al fin y al cabo, lleva el mandato de morir y sólo está cumpliendo órdenes.



Mañana no.

Hazme un lugarcito, hace frío y en el infierno ya no hay lugar.
Olvida el hábito, aún tenemos tiempo de ser vicio. Cerrar las cortinas, besar a escondidas y regalar frases anónimas.
Regálame tu piel, come mis lágrimas y absorbe mis secretos. Te guste o no.
Me buscarás un motivo entre los dedos; te lo daré con un “te quiero” calladito, luego desapareceré. Envolveré en servilletas mensajes invisibles y clichés amorosos que te harán vomitar.

Un día; quizás un día; me daré cuenta de que este es mi lugar y lo adoptaré como tal. Aunque me haya estacionado aquí y te quiera para mí.
Te busco bajo las sábanas. Un fantasma caduco se burla de mí. El incipiente frío te sorprende en la humedad de otra piel.
Estoy cansada de las tardes que no vuelven y transita en mis venas una sangre enfurecida.

Te toma un segundo saber si tu instinto felino está de pie.


Quisiera ser eco.

Cuando me despierta este aullido, saboreo el infierno. El vacío me despedaza el cuerpo.
Todavía me parece una invención tu ausencia. Reconozco la sombra que impregna las paredes y siento una piel ajena que me pesa sobre los huesos. Me tropiezo con tu voz mientras tu nariz estornuda en la sala. Compruebo también que te has olvidado la risa en un cajón. Encuentro tus pies al ponerme los zapatos. Me muerdo tus uñas con tus dientes y me pregunto cómo diablos te arranco de mí.
La receta del olvido es a veces amarga. Desayuno con fantasmas y los beso con tu boca. Aunque no te nombre jamás, te convido mate y me duelen tus muelas, mientras el noticiero de las siete exhibe los lugares dónde no estás.Pero hoy, querido espectro, he venido a despedirme. La casa donde nos amamos quedará sin mi ropa, se desnudará de mí. Lentamente, también se vaciará la que fue nuestra cama. Y por fin, no sin tristeza, habré sacrificado al animal acorralado que me sangra.



Cállate Rubén.

Estar desnuda frente a ti debajo de este vestido, no me incomoda.
¿Te ríes?
Tu risa es un perfume indeleble que yo extraigo con los ojos.
Podría alimentarme de ella ocho o nueve días a la semana,
veintisiete horas por jornada, si fuera necesario.

No me mires así.
Te voy a morder el alma despacito hasta que abras.
Hay cerraduras enormes por todas partes,
rejas que separan tus manos del mundo. 
Pero estoy del otro lado, y te espero.
Hay algo tuyo que arde en mí.
Un alarido prodigioso.
Un sudor exquisito.
Un beso húmedo.
Una noche
naciendo
juntos,
a punto
de ser
milagro
otra
vez.


®Ingrid Bárcena

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