viernes, 21 de mayo de 2010

Cynthia Venegas presenta en "Cada quien su boca" de PALABRAS URGENTES


Alcohólicos "A"

Cómo pienso en la loca respuesta que dan los sentidos.

Cómo esgrimo la tonta que reza indispuesta a la nada.

Soy preso al miedo, al miedo de un alcohol insaciable

que me saque la herida que reanude la ronca mañana

en el cielo oliente que grita por una aspirina.

Y si yo les dijera qué vomita la cal el tequila

en el nudo angosto de la casa,

qué de restos nacerán sin agua

por las paredes y el dín-don que ha tiempo

ve nacer el capricho en su cien.

Ah la tregua calmada que se hace el reproche y enaltece en llanto

como se hace la mano doblada de ganas

como se hacen los pies

que tiemblan de frío

de esta tierna borrachera

Y si el asco encontró qué ruta ha llevado mi cuerpo

¿quién, entre locos, diría

que la cama es la noche de un vino de prueba

que envidias la come?

Me da el vomito en los ojos,

me da miedo mirarte

me da en agua la herida el sabor de la sed en tu desafío.

Y no quiero abusarte y no quiero tenerte a mi broma

y no quiero reír que es tu culpa de mierda

por amor de pasar esta riña de almas

y sentirte flotante

Ah el alcohol que amanece

vomitado en la fiesta.

UN VIAJERO

Desde pequeña he sido una viajera dentro y fuera de mi.

Interesada por las imágenes que se presentaban en mis sueños, sentí la necesidad de dormir. Tiempo después me fue imposible no confundir mi vida real con el mundo onírico. Todo comenzó con la imagen de un viajero. En momentos le distinguía por las botas sucias, otras tantas por un mapa deslavado. Sus pensamientos, actos y ambiciones por plasmar en metáforas visuales y sonoras el mundo, hicieron que yo le permitiera vivir en mi cuerpo. Compartir un espacio tan privado no ha sido sencillo, hemos vivido lo suficiente como para odiarnos y querernos con la sincronía de los semáforos. Algunas veces intento perderlo en los sueños, sin embargo "Mi viajero" es un ser astuto y le gusta vivir conmigo, él sabe manipularme, y yo cumplo sus caprichos. De otra manera, sería inexplicable que una hija de dos médicos decidiera ser comunicóloga audiovisual y peor aún, escritora.

Así pues, comenzamos a plasmar un poco de esta ruta que mucha gente vio nacer en la Universidad del Claustro de Sor Juana y con la mira de que nuestros vuelos imaginarios se conviertan en: sonidos, historias, palabras e imágenes, "Mi viajero" y yo hemos sido: productores, realizadores, locutores, guionistas y creadores.

Ahora estoy confundida, no sé cual de los dos, disfruta sus tardes en la SOGEM.

El trabajo combinado entre el viajero y yo.

Mientras el viajero gusta de la fantasía, yo me concentro en escuchar lo ordinario, para después unir ambas impresiones y provocar algo en el espectador.

Ponte cómodo y déjate llevar.


Cynthia Venegas

Video: Palabras Urgentes "Letras en llamas 2"

jueves, 13 de mayo de 2010

El bombero Sergio Santillán Pérez presenta en CADA QUIEN SU BOCA DE PALABRAS URGENTES

HUMO
de Sergio Santillán Pérez

Al estar en contacto directo con la tragedia y los riesgos, éstos parecen decirnos: “¡Atiende el mensaje! La vida no es una comedia, va más allá de cumplir con el ciclo biológico”.

A mi comentario, el compañero Felipe res­ponde:

—El mensaje al que te refieres, también lo he percibido. Al principio me recordaba mi condición de mortal, me daba miedo y tristeza, como cuando uno va a un funeral. Ahora, des­pués de muchos años de ser testigos de tantas desgracias, trato de ser más amable, me intere­so por las personas que me rodean, las escucho,

trato de comprenderlas. La influencia no sólo es de las experiencias.... He dicho bien: trato. Me es difícil. En nuestro entorno predomina el egoísmo sobre el bien común, se anteponen las conveniencias a los ideales. Después de todo, los bomberos somos un extracto de la comuni­dad a la que pertenecemos.

—Dime en qué conviertes lo que comes y te diré quién eres, ja, ja, ja.... —ése es José María.

Está a unos metros, avanza hacia nosotros. Ajeno al diálogo, parece sin embargo comple­mentarlo. Trato de contener la risa, hasta que me provoca dolor abdominal.

—¿Que manera de saludar es ésa? —, le re­procha Felipe.

—¿Qué quieren? La picardía es patrimonio nacional. Además, ya está protegida de la cen­sura, je, je, je.

I

Una barda separa a la estación de la escuela pri­maria. De vez en cuando se escucha un timbre, acompañado de un clamor alegre, sólo compa­rable con el trino de los pájaros, que anuncia las actividades escolares.

En el mes de marzo, antes de la Semana Santa, la estación de bomberos fue visitada por los niños de la primaria. Venían acompañados de sus mayores, pidiendo que les ayudáramos a resolver el cuestionario de su libro de texto:

“¿Porqué es bombero?”

“¿Le gusta ser bombero?”

Es común que se conteste al mismo tiem­po a las dos preguntas, de manera burda: “Me gusta ayudar a la gente, desde niño quise ser bombero”. En cambio, el que se justifica: “Soy bombero por la escasez de empleos en el país o porque no estudié lo suficiente”, está obligado a explicar el gusto por la profesión.

Después de cuatro lustros de trabajo, los porqués se vuelven secundarios. Cualquier par­te de nuestro trabajo, como rescatar un animal o librar a un árbol de las llamas, deja un senti­miento de satisfacción personal, sin necesidad de hacer gala del circunstancial acto. Aunque nadie puede jactarse de no jactarse.

“¿Qué tan responsable eres en tu oficio?”, debió de ser una de las preguntas del cuestio­nario. Se debe ser más directo, si se quiere cum­plir con el objetivo principal de la entrevista, en este caso, conocer de nuestra profesión.

II

Al igual que mis compañeros, soy uno de los mil trescientos bomberos del Distrito Fe­deral. Entre todos, hacemos lo posible por atender decenas de miles de servicios de emer­gencia al año. La estadística no dice lo que hay dentro de esas cifras. No todas las emergencias son atendidas con éxito, algunas escapan a nues­tras fuerzas. Eso causa una inquietud, deja un rescoldo en el corazón. Al menos eso me pasa a mí.

“¿Un accidente, en especial, que recuerde?”, me pregunta el visitante en turno, en compañía de su hijo, lápiz en mano, muy atento para es­cribir en el cuaderno. El hombre entrecierra los ojos, hasta convertirlos en dos rendijas oscuras que dejan escapar un brillo de luz. Entrelaza los dedos de las manos, al tiempo que las eleva hasta la frente, a manera de visera. Su cara tiene un antifaz de sombra.

—¿Hubo muertos?

La pregunta no es parte del cuestionario

No le es suficiente la nota roja de los perió­dicos. Vagamente contesto que los rescates de personas atrapadas en los choques... etcétera. Después de varias preguntas y de haberles mos­trado las herramientas de mi trabajo, se despi­den.

La pregunta me mueve al recuerdo de una mujer olvidada, muerta en su habitación.... nadie se acordó de invitarle un ponchecito de nochebuena. Hoy, la frase tendría que escribir­se diferente: “no sólo olvidamos a los muertos. Solemos también olvidar a los vivos que ya no nos sirven”.

Mis pensamientos son interrumpidos por la voz de Felipe, cuando irrumpe en la estancia con un grupo de jóvenes universitarios. Todos lo escuchan con atención:

—…los incendios en los edificios no son del todo previsibles, pero tampoco son producto de la casualidad. Son resultado de la negligencia, y en general, de la falta de cultura en materia de prevención que hay en nuestro país.

”El sentido común es torpe. Un peritaje para determinar si un edificio es seguro debe hacerse periódicamente por varios profesionales certifi­cados en la materia. A los bomberos nos corres­ponde elaborar un mapa de riesgos en las zonas respectivas. A las autoridades, hacer cumplir a los particulares las recomendaciones específi­cas, mediante los decretos. Sin embargo, esto no siempre es así, y entonces ocurren las tragedias.

”Las tragedias no se miden por litros de sangre, número de víctimas o por la impresión que hayan provocado. La gravedad está en la irresponsabilidad de todos.”

Felipe y el grupo se alejan, su voz se pierde. He notado una leve afectación en su semblante. No es para menos, es por el suceso de anteayer. Ese mismo día, cuando llegó del servicio, en la penumbra del dormitorio, sin ser todavía de noche, parecía hablar para sí mismo, como tra­tando de darse una explicación, o buscando un consuelo. Decía:

—El infierno no es simbología, ni alegoría de via crucis. Sin estar en Tierra Santa, vivimos lo nuestro.

—No sufras, no sirve de nada.

—Pero, ¿cómo no? Esa infamia… ¡Ay, la niña!... Cuatro años. Asesinada por quienes de­bieron amarla y protegerla… sepultada en el piso firme de la habitación donde dormían. Ahí esta­ba, fresca en su tina de baño. ¿Quién dice que los actos de los hombres no merecen ni los cielos ni los infiernos?... ¡No se puede cavar y cantar! Un rescate es cosa seria, uno no se acostumbra.

III

—Han de tener psicólogo… —me han pre­guntado más de una vez, esperando un sí como respuesta.

—No lo tenemos, tratamos de liberar la tensión comentándonos el suceso.

En la estación trabajamos pocos bomberos. Convivimos mientras esperamos la infausta lla­mada de emergencia. Aunque no todo es con­vivir. Alguien con autoridad reconocida dijo: “Todo adulto es un neurótico.”

Y así es... con alguna carga emocional de nuestra profesión, tenemos además los proble­mas de cualquier persona común. Tratamos de centrarnos en el trabajo y finalmente en nues­tras pláticas delatamos los problemas.

La hora de la comida es la del desahogo.

—Tengo un citatorio —nos dice el compa­ñero Felipe, haciendo la comida a un lado.

Por la gravedad de su aspecto y por la ma­nera en que lo dijo, pensamos que se refería a un juzgado.

—Es de la escuela de mi hija —continúa el compañero—. Que por que estaba jugando en la ceremonia cívica... los maestros también tie­nen parte de culpa: enseñan de manera mecá­nica los principios cívicos y éticos. No resaltan los valores, no conocen la historia, apuesto que no saben quién fue Juan Álvarez…

Y la emprende contra nosotros.

—Apuesto que tampoco lo saben ustedes...

Nadie le contesta. De Beni, no nos extraña, habla poco. Come casi con devoción, siempre bien peinado y aseado. Finalmente esboza una sonrisa apenas perceptible.

Una bocina en la calle anuncia un candida­to para las elecciones de julio próximo.

—Los enemigos son los del mismo oficio— continúa Felipe, cambiando de tema, al escu­char la propaganda—. Si no, que lo digan los políticos. No pelearían tanto si ganaran el mí­nimo. Ejercen la política como un oficio más —dice, pecando de ingenuo—. Deberían, con esos recursos, politizar a la gente.

—El espíritu del derecho es la libertad —dice Beni, como recordando una lección aprendida—. La esperanza nunca es vana.

Se hace un silencio.

—¡No sean así!—, dice José María, reco­menzando la plática—. ¿A poco quieren más días económicos? Deberían de ser más respon­sables, es un servicio público. Nos debemos a la ciudadanía. Además, somos muy pocos para este monstruo de ciudad. ¡Ningún derecho sin obligación!

—Chema tiene razón. ¡Ninguna obligación sin derecho! —, dice Felipe.— ¡Como si no fue­ra suficiente con los servicios de emergencia!

—Hoy en la noche juega México, ojalá aho­ra sí gane —dice el compañero Carlos, ignoran­do el tema. Lo dice mientras lee el encabezado de un periódico. Se refiere al fútbol.

IV

De pronto, suena la alarma de fuga de gas.

—Es en la calle de Allende, entre Miguel Hidalgo y LEA —dice José María, extendien­do un papel con los datos

—¿LEA de leer?—, pregunta Felipe, iróni­co.

—No. Son las iníciales de Luis Echeverría Álvarez —responde Carlos.

Y sin otro afán o pensamiento que llegar lo más pronto posible, ahí vamos.

“El gas licuado a presión es más peligroso que el humo”, pienso.

Pese a nuestros deseos, circulamos a vuelta de rueda por la avenida Ojo de Agua. Es menos que una calle, doble circulación, coches esta­cionados a izquierda y derecha. El ruido de la sirena de poco vale. El embotellamiento vehi­cular nos demora, es la hora de la salida de las escuelas.

—¡Escandalosos!—, grita un peatón.

Después de salvar los obstáculos, al fin lle­gamos a la puerta.

—¡Bomberos!—, anuncia Felipe, con voz fuerte—. Nos reportaron una fuga de gas. Abra, por favor.

—No pasa nada —responde una voz mas­culina, con tono inseguro.

Después de insistirle, por fin abre la puer­ta.

Beni, enérgico, le reclama:

—¿Por qué esconde el tanque de gas, no ve que es peligroso?

—No pasa nada, son residuos —insiste el hombre, escondiendo en la espalda sus ma­nos—. Sé lo que hago.

—Por eso mismo —le replica Beni—. Si supiera, no lo habría vaciado. Está exponiendo su vida y la de los demás.

Después de vaciar más de cien litros de agua y algunos litros de cloro en el drenaje, Beni tran­quiliza al hombre con las mismas palabras:

—Ahora no pasa nada, pero no lo vuelva a hacer.

V

Ya relajados en la estación, en la hora de asueto, volvemos a nuestros temas habituales.

—¿Qué pasó en la revisión del contrato co­lectivo de trabajo? ¿Qué ha habido?—, pregun­ta Beni.

—Entramos al paquete económico, no pin­ta nada bien. Dice el funcionario de la oficialía mayor que no hay dinero... que la gripota re­crudeció la crisis.

—Siempre lo mismo, nosotros siempre es­tamos en crisis: sin aportación de la patronal a la vivienda ni a las pensiones, sin un servicio médico adecuado. Cierto, en el issste nacieron mis hijos, en su momento fueron bien atendi­dos. Ahora, el servicio es pésimo, no hay medi­camentos.

El compañero no disimula su pesar. Le co­nozco desde hace más de veinte años. Lleva, en este tiempo, sólo dos ascensos, poco significa­tivos. Su mirada es de preocupación. Un sucio rayo de luz le da en la cara. Parece no moles­tarle.

Por la tarde, Beni hace el informe del ser­vicio, que se concluye con el formulismo de siempre: “El regreso, sin novedad”. Es decir, llegamos sanos y salvos.

Beni, vuelve al tema:

—¿Y las comisiones mixtas?

—Ayer firmamos el reglamento de capacita­ción. Esperemos que no sea letra muerta—dice Felipe, interviniendo en la plática—. En este país las leyes no se cumplen, la misma Consti­tución no se cumple. Como decía el padre de la Constitución, ése que salía en los billetes: “Res­pétese, pero no se cumpla”. Esperemos que no sea el caso.

—Por mi parte —les digo—, pienso que está en nosotros hacerla cumplir. Mañana es la asamblea ordinaria. Ojalá, ahora sí, haya orden y dejen a los secretarios dar el informe. Nadie sabe escuchar, menos entender. Un sindicato es algo más que conseguir pesos...

—Completamente de acuerdo —interrum­pe José María—. No tienen educación. “A ver”, dijo el presidente de la mesa de debates, al ini­cio de la asamblea pasada, “¿Quién quiere que dé el informe? ¿Quién vota a favor de que dé el informe? Alcen la mano. Bien. ¿Quién vota en contra? Muy bien. Por unanimidad, no doy el informe”.

—¿Pero qué iban a informar? —, pregun­ta Beni—. No tenían nada qué decir, sólo se dedicaron a vegetar. El verdadero trabajo está en la revisión del contrato colectivo. Mira, que decir que el pliego de peticiones era una carta a los Reyes Magos. ¡Qué estupidez!

—¿Y tú hablas de derecho, libertad y espe­ranza?—, reclama José María.

—¿Cómo quedó México?—, pregunta un compañero, ignorando el tema.

—Perdió dos a uno —contesta Carlos.

—En eso sí somos perseverantes —intervie­ne Felipe—, pero necios. El ganar no sólo es producto del querer, sino de tener cualidades. Es como si quisiéramos que un novato, paisano nuestro, ganara el campeonato del mundo en ajedrez… ni en sueños.

—El símil no vale, hay un abismo —con­cluye José María—. Patear y pensar no es lo mismo. No es lo mismo, je, je, je... el interés está puesto en trivialidades. ¡Queremos goles, no frijoles! Je, je, je…

Video Palabras Urgentes: "Alejandro Moreno Zavala"

Alejandro Moreno Zavala presenta en CADA QUIEN SU BOCA de Palabras Urgentes


Alguna vez...Teresa

Alejandro Moreno Zavala

Ahora que lo pienso, hace mucho que no veo a Teresa. Desde aquél día en que la vi despedirse y pensé que volvería después de descansar un poco, no he tenido noticias de ella. En verdad extraño nuestras pláticas y de vez en cuando caminar en dirección a su casa por la calle que subía hasta el mirador. Bueno, no recuerdo si íbamos hacia su casa, pero en verdad me gustaba caminar por esa calle con ella.

El otro día vi de nuevo a Teresa. Yo iba camino a comprar unas revistas, y al atravesar por el parque, la vi. Estaba sentada en una banca que daba a la fuente, y yo pasé frente a ella y creí ver que volteaba. Llevaba una falda gris y un suéter. Tarde me di cuenta de que era ella y seguí mi camino hasta que la fuente no fue más que una pequeña figura. No recuerdo hace cuanto que no la veía, pero espero que no tarde mucho en volverse a cruzar en mi camino.

Hoy al salir de mi trabajo tomé el autobús frente a la tienda de regalos, como acostumbro. Era de esperarse que no hubiera mucha gente esperándolo, en la parada sólo estábamos tres personas. No me gusta cuando mucha gente espera para subir, no se puede ni respirar. Al llegar el autobús, que subí con calma, caminé hacia el fondo y encontré un asiento solo para sentarme cómodo a disfrutar de mi trayecto. Después de mirar un rato por la ventana, comencé a leer unos papeles que tenía que organizar. Interrumpí mi tarea al voltear la mirada y encontrar aquella sonrisa irresistible. Era Teresa. Se encontraba a tres asientos del mío. Miré esa sonrisa por unos minutos. Definitivamente tenía que ser ella. Un libro que tenía a su lado en el asiento cayó al suelo, junto a mis pies. Se lo entregué, y aproveché para acercarme al asiento de junto. Después de pensarlo un poco, me atreví a saludarla, pero por supuesto intenté ser casual. No quería asustarla ni sorprenderla. Incluso intenté pasar por cualquier persona, o que la plática se diera sola, sin hacerle parecer que estaba muy interesado.

Parecimos encajar muy bien. No recordaba que ella hablara exactamente así, pero al parecer era lo menos importante. Conversamos por un rato, pero ella tuvo que bajar en su parada mucho antes de que terminara mi recorrido. Pensé en seguirla, pero después recapacité; era por eso que la había perdido en un principio.

Me sorprendió hoy ver a Teresa de nuevo. No esperaba encontrarla justo en mi día de descanso fuera de su trabajo (en verdad no recordaba donde solía trabajar). Últimamente no hacía mucho ejercicio, así que decidí empezar a correr en mis días libres. El día era muy favorable para disfrutar el parque. Había una brisa ligera y no pasaban muchos autos. Me estiré y calenté un poco y comencé a correr. Iba a acelerar el paso cuando llamó mi atención ese cabello castaño brillando al sol. Era ella de nuevo. Decidí correr a su lado, sin decir nada, para ver si me recordaba. De vez en cuando, ella volteaba y me dirigía una sonrisa, pero luego volvía a trotar sin prestarme atención. Después de un par de vueltas más al parque, nos detuvimos a tomar un descanso. Tomamos un poco de agua en un bebedero y luego le sugerí sentarnos en una banca que estaba frente a aquella estatua que a ella antes le gustaba tanto. Mientras caminábamos, antes de sentarnos, noté que Teresa era un poco más delgada, y quizá algo más pequeña de lo que yo recordaba. Sin embargo, esa sonrisa, ese cabello un poco ondulado y esa risa encantadora seguían siendo lo mismo que yo había conocido antes. Conversamos un rato. Ella parecía ser un poco más alegre, o tal vez sólo era que yo no la había visto en mucho tiempo y había olvidado un poco su forma de ser.

Apenas acababan de dar las doce, recordé que tenía algunos pendientes que arreglar. Al parecer, ella también tenía que irse . Cuando me dirigía hacia el centro, donde recordaba que ella vivía, se despidió y corrió en dirección a los viejos almacenes. Supuse que se había cambiado de casa, y me pregunté donde viviría ahora.

Hoy que tomaba mi almuerzo pasó algo muy raro. Entré al restaurante por la puerta lateral, como siempre. Pedí el platillo cuatro, y me senté en la mesa de la esquina, junto a la ventana que daba a esa vieja calle, aquella que subía al mirador. Recuerdo la primera vez que comí ahí. Esperé quizá más de una hora después de haber terminado mi comida, y ella no llegaba...Bueno, lo importante es que hoy, al tomar mi almuerzo, vi a Teresa entrar en el restaurante. Al principio no la reconocí, pues llevaba el cabello de un color diferente, y este parecía ser un poco más lacio de lo que yo había notado antes. Además, entró empujando una carriola azul, pequeña, con dibujos de pequeños círculos y cuadrados amarillos. Me extrañó que trajera un niño con ella. No creía que en el poco tiempo en que no la había visto ella pudiera tener un hijo.

Después de terminar de comer, pedí un café, me dirigí a su mesa y me senté a acompañarla mientras ella terminaba el suyo. Sus ojos tenían una mirada peculiar, que creo que hasta el momento no había visto. El bebé que la acompañaba era en verdad tierno, pero no me atreví a preguntar si era su hijo. Estuvo la mayor parte del tiempo ocupada en jugar con él, pero yo me entretenía mirando a los dos divirtiéndose. El niño parecía tener algunos rasgos parecidos a ella, pero yo simplemente no reconocía a Teresa en él. Al parecer con pena, ella se despidió, pues tenía unos asuntos pendientes, según me dijo, y partió.

Hoy por la tarde decidí rentar una película para pasar un rato tranquilo en mi apartamento. Esperé a terminar unos trabajos que había dejado inconclusos y luego caminé las tres cuadras de distancia al centro de video. Nunca me ha gustado tener que elegir películas. Puedo tardar horas. Siempre las escogía ella. Supuse que acabaría decidiendo a la suerte. Cuando miré hacia el estante de películas de estreno, me encontré con una que aún no había tenido oportunidad de ver. Inmediatamente fui a tomarla, pero una mano llegó a ella antes que yo. Para mi sorpresa, era Teresa. Siempre le había gustado probar cosas diferentes. Ahora lucía un cabello más claro, y supongo que llevaba zapatos altos, pues se veía ahora casi de mi altura. Al menos esos ojos color miel seguían tal como yo los recordaba. Pareció no reconocerme. No pensé que fuera posible; claro, me había cortado el cabello y afeitado el día anterior, pero aún así no podía verme tan diferente. Ella siempre fue distraída, tengo que admitirlo. Incluso tardó un poco en responder cuando le pregunté donde estaba su hijo; o bueno, en cualquier caso, el niño con el que llegó al restaurante el otro día en que me senté a acompañarla, pues pareció no comprender mi pregunta y solo me respondió que no tenía hijos. Lo más extraño fue que, sin decir más, tomó su película y se fue, como cualquier desconocida.

Hoy por la mañana tuve que ir al banco a hacer unos trámites. No soporto arreglar cosas en los bancos; uno espera horas y horas y al final le dicen que regrese al día siguiente. Por suerte, al entrar no había mucha gente y me tocó un número próximo, así que me senté a esperar.

Al poco tiempo de estar sentado cruzaron por la puerta esas piernas torneadas, caminando en perfecta sincronía, esas manos de uñas rojas tomaron un número, esos ojos pequeños buscaron un asiento y ella se sentó a mi lado. Le pregunté la hora, pues no traía mi reloj. Me contestó una voz más frágil en nuestro pasado encuentro. Quiso jugar a que no me reconocía y preguntó por mi nombre. Yo le respondí, pero decidí no seguir con el juego y no pregunté por el suyo. Parecía creer en realidad que yo no la reconocía.

Recuerdo haber mencionado cierta falta y un suéter en la plática, pero al parecer pasaron desapercibidos, pues otro tema tomó su lugar. Teresa había adquirido la manía de mover mucho las manos cuando hablaba. Sus dedos parecían más finos que antes; quizá ya no trabajaba tanto con las manos, o se daba más seguido esos tratamientos tan caros que yo parecía no apreciar lo suficiente.

Llegó mi turno y pasé a la caja siete. La cajera me atendió gentilmente y en pocos minutos había terminado el trámite. Al darme la vuelta para retirarme, Teresa había desaparecido. Estaba distraído buscándola cuando, ya de salida, una mujer que no me pareció reconocer se despidió de mí. En fin, ya afuera del banco, no supe dónde había quedado Teresa.

Hace mucho que no iba a la plaza del centro. Hoy decidí caminar un poco por ahí y recordar. Al pasar por una tienda de regalos, vi una pequeña flor de cristal. Era hermosa. Decidí que sería un regalo increíble para sorprender a Teresa la próxima vez que la viera. Siempre le habían gustado regalos como éste, y hace mucho que no le daba ninguno.

Entré a la tienda para comprarla, pero enseguida vi que mi sorpresa se arruinaría. Para mi mala suerte, Teresa trabajaba en la tienda. Antes de que me atendiera, me retiré sin siquiera llamar su atención.

Decidí caminar un poco. Quizá podría encontrar otro regalo parecido, pensé. Entré en otra tienda de regalos y estuve un rato viendo, pero nada me gustó. Al salir, pasé por el café que había a un lado, y ahí estaba Teresa, disfrutando de un ligero capuchino y un pedazo de pastel Decidí entonces ir a la tienda y comprar el regalo mientras ella no estaba. Caminé un par de cuadras y entré a la tienda. Al parecer la empleada que atendía me reconoció, y me preguntó porque me había ido antes. No recordé haberla visto, pero en realidad no me fijé si había alguien más además de Teresa antes. Sin darle importancia a su pregunta le pedí que me diera la flor, pagué y salí de la tienda.

El camino hasta donde estaba Teresa me pareció ahora mucho más corto. Sentí que apenas caminé un par de metros, y ahí estaba ella, todavía en el restaurante de comida rápida, ordenando. Apenas entonces me di cuenta de la hora, y recordé que tenía que llegar al trabajo, así que tan sólo pasé a su lugar y la saludé rápidamente. Aunque llevaba prisa, no pude evitar quedarme atrapado por sus ojos verdes unos segundos. Le di su regalo, y como esperaba, puso la cara de mayor sorpresa que yo había visto. Tuve que salir corriendo antes de poder verla abrirlo, pues en verdad era tarde.

Hoy volví a verla. La escritura de la lápida ya tenía algunas manchas, así que la limpié. Cambié las flores que ya se mostraban marchitas en la base de aquel último mensaje para ella por unas nuevas rosas, que aún desprendían su olor para que ella lo sintiera. Hablé un poco con ella, de que todo sigue igual. Le dije que aún no la olvido, y ella escuchó sin protestar.

Creo que si no fuera por ese nombre que a veces se cubre por las hojas que caen sobre la lápida, no estaría seguro de que es ella la que se fue. A veces creo que aún está aquí, algunos incluso opinan que no puedo olvidarla. Hoy vine a ver a Teresa, recordé que hace mucho no la veía. Y después de ver a Teresa, salí de ese lugar. Borré esas lágrimas y suspiré un poco. Ya todo está normal. Estoy bien, creo...pero, ¿por qué estaba llorando? Bueno, no importa. Allá va Teresa, caminando de nuevo hacia su trabajo. Espero alcanzarla para poder platicar un rato. Ahora que lo pienso, hace mucho que no la veo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Jueves 13 de Mayo: Alejandro Moreno Zavala en PALABRAS URGENTES a las 5 PM por CODIGO DF


Jueves 13 de Mayo en Palabras Urgentes

Alejandro Moreno Zavala y “Alguna vez Teresa” a las 5 PM por

CODIGO DF


Alejandro Moreno, joven y talentoso escritor de la UNAM, nos presenta su cuento "Alguna vez Teresa", una historia llena de recuerdos que se aparecen en cada esquina.


Las notas imprescindibles de Mario Benedetti acompañadas de Daniel Viglietti a casi un año de la trascendencia física del Vate uruguayo.

En la Ciudad en su Tinta, nuestra teporocha nos trae algo de Efraín Huerta a su muy peculiar manera de recitar las Palabras Urgentes.


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Palabras Urgentes es una producción de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México a través de la Coordinación de Vinculación Cultural Comunitaria y CODIGO DF.

Conduce Andrés Castuera-Micher

jueves, 6 de mayo de 2010

Video Palabras Urgentes: "Letras en llamas 1" con el bombero Santos Nicolás

El bombero Santos Nicolás presente en Cada quien su boca de "Palabras Urgentes" (6 de mayo 2010)


Bombones de Amor
de Santos Nicolás Torres González

(Certamen “Letras en Llamas”, 2009. Segundo lugar)

Un día como tantos en la selva de concreto, en la estación de bomberos de

Iztapalapa, donde todo parece ser siempre lo mismo, encontra­mos al Demonio, un bombero de apenas tres años de servicio y veintidós de edad, escom­brando su locker. Rompe y tira papeles que ya no le sirven, mientras escucha La hora de los adoloridos en su pequeño radio. Apenas se entiende la música que sale de él. De pronto, el Peterete llega a su pasillo en dormitorio y le pregunta:

— ¿Qué ondas, compadre, en cuál vas?

Responde el Demonio, después de exhalar un suspiro:

En la camioneta 400. Andamos cazando abejas, ¿y tú?

Responde el Peterete:

—Yo, en la primera de incendio. Ya sabes. Y tú, ¿por qué tienes cara de buey cansado? demonio:

Pues así me he sentido última­mente, hijo.

peterete: ¿Y eso a qué se debe?

demonio: La neta es que recuerdo mucho a mi ex torta, me trae arrastrando la cobija y por todos lados la pienso.

peterete: Chale. ¿Y por qué chafiaron?

demonio: Ya sabes, ella no daba el ancho.

peterete: Órales.

demonio: No, no es cierto, la verdad es que un día que estábamos de mal humor nos man­damos muchos kilómetros lejos cada quien, pero me cai que me gustaría volver a estar

con ella. Extraño caminar por las calles con ella, en ocasiones ando de a perro por las calles y se siente gacho y cuando salimos a un servicio de emergencia hasta me dan ganas de tirarme de la bomba, pero no lo hago porque me va a doler un chingo…

De pronto, suena la alarma: ¡riiiiiiing! ¡riiiiiing!

peterete: ¿Sí, verdad? Es gacho, pero mira, mejor al rato platicamos. Ahorita me voy al cha­muscón a rifarme el físico. A la hora de nuestra guardia platicamos chido y te confiesas, ¿va? Al cabo, los dos hacemos la misma guardia en el radio y los teléfonos de tres a cinco de la maña­na, ya me fijé en los papeles de la guardia —le dice al Demonio, mientras corre para bajarse rápidamente por el tubo.

Ya estando de guardia en el radio, a las tres de la madrugada y después

de tomar una mere­cida siesta, comienza de nuevo la plática entre nuestros heroicos bombones.

demonio: …y sí, güey, que le digo, la neta, mejor luego nos vemos. Ella no dijo nada, y

cuando se iba quiso darme un beso en el cache­te, pero me hice el digno, la rechacé, se subió a su microbús y se fue a la goma. Y a partir de ese día bla

bla bla bla bla bla bla —media hora después, más—: bla bla bla bla bla y así fue esa triste

historia de amor, compadre.

peterete: ¡El Señor de la Manguera nos agarre confesados.

demonio: Perame, deja le doy fin a mi ca­fecito.

Y, después de dar el último trago, conti­núa:

—Pues sí, como te decía, ahora quisiera que alguien me diera el beso que le rechacé aquel

día a mi torta. Aunque sea que me lo diera un perro. El otro día se me acercó

un pinche pe­rrote. Pensé que se iba a dejar acariciar, pero ni mais, lo que

quería el mendigó era morderme, el muy desgraciado. ¡Vale queso!

peterete: Así es este negocio, brother, pero no te agüites, al rato se te pasa todo este ma­lestar.

demonio: Sí, ¿verdad?

peterete: Órale, compadre, chúpale. ¿Ya cuánto falta para que termine la guardia?

demonio: Todavía falta una hora y ya no hay nescafé. Y de veras, ¿qué has hecho?

¿Has buscado a tu ex chava para hablar con ella?

demonio: La he buscado, pero de seguro ya tiene otro buey. Sentiría re gacho

verla con otro mono y no quiero hacerle ningún pinche teatri­to. En fin, bueno, vamos a reposar tantito.

Terminando la frase se toma la cabeza con ambas manos y se recarga en el escritorio, mien­tras que su compañero le dice:

peterete: Bueno pues, pero no te vayas a enconchar, ¿eh, buey? Luego quién va a contes­tar los teléfonos.

Unos momentos después, sacudiendo al Demonio, que ya tiene sus ojitos mirando para adentro, el Peterete dice:

- Órale buey, ya terminó la guardia. Vete por el relevo, yo aquí los espero.

demonio: ¿Eh? ¿Ya acabó la guardia? Ah, sí, pérame —incorporándose—, ya voy.

peterete: ¿Sabes algo? Ahorita que te que­daste jetón, estuve pensando que...

demonio: ¿Pensando? A poco ya piensas…

peterete: Sí, aunque no lo creas, a veces pienso un poco. Mira, yo conozco a un ruco que te puede a solucionar tus conflictos amo­rosos.

demonio: ¿Y quién es ese buey que dices?

peterete: Pues le dicen el Cupido.

demonio: El Cupido… ¿Y quién es ese mono, qué hace o qué vende?

peterete: No seas buey, el de los enamora­dos, el que usa flechas y todo lo demás.

demonio: No manches, cómo que el Cu­pido, te pasas. ¿Te diste un toque en lo que me dormí, verdad, güey?

peterete: En serio. Si no lo crees, vamos al rato que salgamos de trabajar a buscarlo, para que te convenzas, pero si no quieres, pos no y ya.

demonio: ¿Y dónde lo vamos a buscar?

peterete: Pues en el edifico de la Direc­ción, allí en las oficinas de San Antonio. Unos cuates me platicaron de él, dicen que a otros les ha ayudado en sus asuntos y ahora se la llevan cachetona.

demonio: Bueno pues, pero antes vamos a hacer talacha, yo aseo la bomba y tú la camio­neta. ¿Qué te parece?

peterete: Ándale pues, a ver qué pasa.

Dando las siete de la mañana, y terminado el servicio, el Demonio y el Peterete proceden de inmediato a guardar sus disfraces de héroes anónimos —su equipo personal contra incen­dio—, así como a bañarse y perfumarse, para no despedir olores extraños en su largo viaje en el metro, hasta la estación de San Antonio Abad de la línea dos. Ya en la entrada del edi­ficio, se topan con un vigilante que les corta el paso.

vigilante: ¿A dónde, muchachones?

peterete: Este… sabe, andamos buscando al licenciado Cupido.

vigilante: ¿Al licenciado Cupido? Cupido… Cupido… Ah, sí. El de relaciones públicas.

peterete: Sí, ese mero.

vigilante: Bueno, pues el día de hoy no lo he visto. Apenas ayer andaba festejando el año nuevo todavía, pero pásenle, a ver si se encuen­tra. Su despacho en el sexto piso está al fondo a la derecha.

demonio y peterete: Gracias.

Caminan ambos hasta llegar a la oficina. Tocan a la puerta, misma que es abierta por un sujeto vestido de blanco, con apariencia simpá­tica, pero con la cruz a cuestas.

secretario: Buenos días. ¿Qué desean?

demonio: Órale buey, te hablan —jalando de brazo al Peterete.

peterete: Buenos días ¿Licenciado Cupi­do…?

secretario (interrumpiéndolo): Discul­pe señor, pero yo no soy Cupido. El licenciado Cupido es mi jefecito, yo sólo soy su dieciséis, así que por favor díganme en que puedo ayu­darlos.

peterete: Deseamos consultarlo.

secretario: Bueno, mi jefecito sólo atien­de de lunes a viernes, y siempre que traigan su identificación y último recibo de pago.

demonio: Pues por eso estamos aquí.

secretario: Achís, ¿pues qué día es hoy?

peterete: Martes.

secretario: ¡Chin! Entonces tenemos que atenderlos. Pásenle —abriéndoles el paso—. Ahorita le aviso al licenciado que están ustedes aquí. A ver qué dice.

El secretario se retira a un privado.

demonio: Chale, ya me estoy creyendo que sí existe el Cupido. ¿Y viste a su gato? Se ve que estuvo chupando, ¿verdad?

peterete: Pues ya ves güey, tú que no crees… Ojalá que se mochen con algo, porque ya me está dando un chingo de sed y hambre.

En ese momento sale el secretario del privado.

secretario: Dice mi jefecito que sí los va a atender, sólo que lo esperen un momento más.

Regresa por donde había llegado. Unos momentos después sale, invitándolos a pasar mientras abre la puerta en su totalidad. Pasan

ambos al privado que es pequeño, limpio y con las paredes pintadas de colores claros. En el fondo se encuentra un tipo trajeado de blanco, con apariencia delicada y tierna a simple vista, que les dice:

cupido: Buenos días, jóvenes. ¿En qué les puedo ayudar? Tomen asiento por favor.

demonio: Bueno, pueeees…

peterete (interrumpiendo): Sabe, licen­ciado Cupido, venimos a consultarlo porque un cuate que conozco de aquí mismo me pla­ticó que en una ocasión tuvo problemas con su amada y que Cupido, o sea usted, le había ayudado a solucionar su problema, así que de­cidimos venir a verlo.

cupido: Bueno, en efecto, yo soy Cupido y no me llamen licenciado Cupido, por favor. Sólo Cupido, a secas.

demonio: Pero, chale, cómo va a ser usted Cupido, si no tiene alitas, ni arco con flechas. Además, está ruco y usa traje. Y por si fuera poco, está trabajando en una oficina.

Cupido: Bueno, mira… en primera, ahorita estoy en horas de trabajo humano, porque tengo que sacar monedas para dar el gasto en la casa, puesto que tengo esposa y angelitos que mante­ner. Estos tiempos no están como para sólo vivir a expensas de las ganancias producidas por las regalías de la publicidad que se me hace cada ca­torce de febrero para el consumo de ustedes. En segunda, está prohibido andar encuerado por las calles y las alitas la traigo bien tapaditas, porque con esto de la contaminación, terminan el día todas negras y sucias, y mi esposa hace su be­rrinche cuando me las tiene que lavar. Tercera, el arco y la flechas los tengo bien guardados, por­que sale a la calle cada sonso que se quiere flechar con ellas a la primera radio-operadora buenota que se encuentra en su estación de bomberos, y como la otra sonsa no es la que le tocaba, de la pura decepción hasta se andan queriendo cortar las venas con una manguera de pulgada, para después decir que yo tuve la culpa.

demonio: Bueno, sí es cierto. Sería un es­pectáculo poco agradable de ver desde arriba, cuando pasara volando.

cupido: Así es, entonces ustedes dirán en que puedo ayudarlos.

peterete: Pues es que aquí mi cuate anda bien trastornado en su vida amorosa. En cada ocasión que concurre a un incendio y se acuer­da de su ex torta, hasta se anda queriendo aven­tar de cabeza al chamuscón.

cupido: Mmmm… ¿y qué sientes, mucha­cho?

demonio: Pues la neta, siento regacho cuan­do recuerdo a mi ex novia y más cuando ando pisteando.

cupido: Híjole, entonces sí andas grave. Vamos a tener que ver tu expediente —dice, mientras toca un timbre en su escritorio.

Entra el secretario de inmediato.

secretario: Ordene usted, jefecito —mien­tras hace una reverencia.

cupido: Tráeme el expediente de este heroi­co bombón y de paso, una polla, por favor.

secretario: De inmediato, jefe. Voy y vuelvo, ni dos horas me tardo.

peterete: ¿Está desvelado, crudo o algo por el estilo, don Cupido?

cupido: Pues más o menos. ¿Gustan to­marse algo, muchachos? Secretario, atiende a los jóvenes, a ver qué apetecen.

demonio. (Pone una cara de alegría y sabo­rea, tragando saliva): Bueno, ya que insiste, yo quiero un vodka tonic y mi valedor una guama, de la que sea. ¿Verdad, compadre? — dice, mi­rando con seguridad al Peterete.

Se retira el secretario y regresa unos momentos después, con el expediente bajo el brazo y una cha­rola con las bebidas, que reparte entre los presentes. Después entrega el expediente, mismo que Cupi­do lee con detenimiento y en silencio durante unos momentos. Terminada la lectura, Cupido dice:

—A ver, Demonio, ¿qué deseas saber?

demonio: Quiero saber por qué estoy como estoy por mi ex novia.

cupido: Mira, todo esto tenía que pasar de­bido a que eres bien acelerado y además bla, bla, bla, bla, bla, bla… (varias pollas, vodkas y caguamas después:) …y te voy a decir la neta, compadrito, un día haciendo inventario de a quién le hacia falta su flechazo, te vi en la lista y te programé para el día de San Valentín , pero como ese día mis angelitos y yo andábamos fes­tejando nuestra amistad, fue hasta más tarde que uno de mis ayudantes me recordó que teníamos algunos flechazos amorosos pendientes, y yo dije: ‘¡Pus órale, a darle!’ , así que comenzamos a disparar a diestra y siniestra… ¡ay, güey! Creo que se me secó la garganta —levanta su polla y les dice a los demás—: Salú… Y sí, como te de­cía, cuando te tocó el turno estaba yo ya medio persa. Tenía ya tu flecha en mi arco, cuando de repente, ¡cuas!, que se me cae la flecha justo en mi cuba, pero como ya andaba encarrera­do, que la vuelvo a poner en mi arco, que te la disparo y valió queso, porque además de estar envinada la flecha, tú también andabas briago ese día, hasta andadas rebotando en las paredes y a pesar de que te tambaleabas, la flecha acertó en tu corazoncito, mismo que quedó envinada­mente enamorado. Pero eso no fue todo, como ya veías doble y todo te daba vueltas, te enamo­raste de la chava que estaba al lado tuyo y no de la de enfrente, que era de donde venia la flecha.

Por eso no funcionó tu noviazgo.

Durante unos instantes quedaron todos ca­llados. El Demonio rompió el silencio:

—Bueno, ya sé que es lo que me pasó… pero ahora, ¿qué debo hacer para poder vivir en paz? ¿O es que ya no voy a vivir chido?

cupido: Pues mira, según tu expediente, y como eres cuate, ya tienes autorizada una fle­cha especial, sólo espérate un rato, no desespe­res. Saca algo bueno de esta mala experiencia. El flechazo te va a llegar cuando menos lo es­peres y aunque estés comiendo camote, te va a enamorar, te vas sentir lacio, lacio y serás co­rrespondido, tan sólo basta que escuches en tu cabezota unas notitas musicales que digan: “con mi uniforme azul, siempre alerta estoy”, para que sepas que la flecha acertó bien en tu corazoncito.

De pronto, suena la alarma en toda la esta­ción: ¡riiiiiiiing! ¡riiiiiiiiiing! El Peterete sa­cude del hombro al Demonio y le dice:

—Órale, compare, ya se va la bomba.

demonio (Despertándose de su sueño): ¿Cuál bomba?

peterete: ¡La primera de incendio, buey!