Alguna vez...Teresa
Alejandro Moreno Zavala
Ahora que lo pienso, hace mucho que no veo a Teresa. Desde aquél día en que la vi despedirse y pensé que volvería después de descansar un poco, no he tenido noticias de ella. En verdad extraño nuestras pláticas y de vez en cuando caminar en dirección a su casa por la calle que subía hasta el mirador. Bueno, no recuerdo si íbamos hacia su casa, pero en verdad me gustaba caminar por esa calle con ella.
El otro día vi de nuevo a Teresa. Yo iba camino a comprar unas revistas, y al atravesar por el parque, la vi. Estaba sentada en una banca que daba a la fuente, y yo pasé frente a ella y creí ver que volteaba. Llevaba una falda gris y un suéter. Tarde me di cuenta de que era ella y seguí mi camino hasta que la fuente no fue más que una pequeña figura. No recuerdo hace cuanto que no la veía, pero espero que no tarde mucho en volverse a cruzar en mi camino.
Hoy al salir de mi trabajo tomé el autobús frente a la tienda de regalos, como acostumbro. Era de esperarse que no hubiera mucha gente esperándolo, en la parada sólo estábamos tres personas. No me gusta cuando mucha gente espera para subir, no se puede ni respirar. Al llegar el autobús, que subí con calma, caminé hacia el fondo y encontré un asiento solo para sentarme cómodo a disfrutar de mi trayecto. Después de mirar un rato por la ventana, comencé a leer unos papeles que tenía que organizar. Interrumpí mi tarea al voltear la mirada y encontrar aquella sonrisa irresistible. Era Teresa. Se encontraba a tres asientos del mío. Miré esa sonrisa por unos minutos. Definitivamente tenía que ser ella. Un libro que tenía a su lado en el asiento cayó al suelo, junto a mis pies. Se lo entregué, y aproveché para acercarme al asiento de junto. Después de pensarlo un poco, me atreví a saludarla, pero por supuesto intenté ser casual. No quería asustarla ni sorprenderla. Incluso intenté pasar por cualquier persona, o que la plática se diera sola, sin hacerle parecer que estaba muy interesado.
Parecimos encajar muy bien. No recordaba que ella hablara exactamente así, pero al parecer era lo menos importante. Conversamos por un rato, pero ella tuvo que bajar en su parada mucho antes de que terminara mi recorrido. Pensé en seguirla, pero después recapacité; era por eso que la había perdido en un principio.
Me sorprendió hoy ver a Teresa de nuevo. No esperaba encontrarla justo en mi día de descanso fuera de su trabajo (en verdad no recordaba donde solía trabajar). Últimamente no hacía mucho ejercicio, así que decidí empezar a correr en mis días libres. El día era muy favorable para disfrutar el parque. Había una brisa ligera y no pasaban muchos autos. Me estiré y calenté un poco y comencé a correr. Iba a acelerar el paso cuando llamó mi atención ese cabello castaño brillando al sol. Era ella de nuevo. Decidí correr a su lado, sin decir nada, para ver si me recordaba. De vez en cuando, ella volteaba y me dirigía una sonrisa, pero luego volvía a trotar sin prestarme atención. Después de un par de vueltas más al parque, nos detuvimos a tomar un descanso. Tomamos un poco de agua en un bebedero y luego le sugerí sentarnos en una banca que estaba frente a aquella estatua que a ella antes le gustaba tanto. Mientras caminábamos, antes de sentarnos, noté que Teresa era un poco más delgada, y quizá algo más pequeña de lo que yo recordaba. Sin embargo, esa sonrisa, ese cabello un poco ondulado y esa risa encantadora seguían siendo lo mismo que yo había conocido antes. Conversamos un rato. Ella parecía ser un poco más alegre, o tal vez sólo era que yo no la había visto en mucho tiempo y había olvidado un poco su forma de ser.
Apenas acababan de dar las doce, recordé que tenía algunos pendientes que arreglar. Al parecer, ella también tenía que irse . Cuando me dirigía hacia el centro, donde recordaba que ella vivía, se despidió y corrió en dirección a los viejos almacenes. Supuse que se había cambiado de casa, y me pregunté donde viviría ahora.
Hoy que tomaba mi almuerzo pasó algo muy raro. Entré al restaurante por la puerta lateral, como siempre. Pedí el platillo cuatro, y me senté en la mesa de la esquina, junto a la ventana que daba a esa vieja calle, aquella que subía al mirador. Recuerdo la primera vez que comí ahí. Esperé quizá más de una hora después de haber terminado mi comida, y ella no llegaba...Bueno, lo importante es que hoy, al tomar mi almuerzo, vi a Teresa entrar en el restaurante. Al principio no la reconocí, pues llevaba el cabello de un color diferente, y este parecía ser un poco más lacio de lo que yo había notado antes. Además, entró empujando una carriola azul, pequeña, con dibujos de pequeños círculos y cuadrados amarillos. Me extrañó que trajera un niño con ella. No creía que en el poco tiempo en que no la había visto ella pudiera tener un hijo.
Después de terminar de comer, pedí un café, me dirigí a su mesa y me senté a acompañarla mientras ella terminaba el suyo. Sus ojos tenían una mirada peculiar, que creo que hasta el momento no había visto. El bebé que la acompañaba era en verdad tierno, pero no me atreví a preguntar si era su hijo. Estuvo la mayor parte del tiempo ocupada en jugar con él, pero yo me entretenía mirando a los dos divirtiéndose. El niño parecía tener algunos rasgos parecidos a ella, pero yo simplemente no reconocía a Teresa en él. Al parecer con pena, ella se despidió, pues tenía unos asuntos pendientes, según me dijo, y partió.
Hoy por la tarde decidí rentar una película para pasar un rato tranquilo en mi apartamento. Esperé a terminar unos trabajos que había dejado inconclusos y luego caminé las tres cuadras de distancia al centro de video. Nunca me ha gustado tener que elegir películas. Puedo tardar horas. Siempre las escogía ella. Supuse que acabaría decidiendo a la suerte. Cuando miré hacia el estante de películas de estreno, me encontré con una que aún no había tenido oportunidad de ver. Inmediatamente fui a tomarla, pero una mano llegó a ella antes que yo. Para mi sorpresa, era Teresa. Siempre le había gustado probar cosas diferentes. Ahora lucía un cabello más claro, y supongo que llevaba zapatos altos, pues se veía ahora casi de mi altura. Al menos esos ojos color miel seguían tal como yo los recordaba. Pareció no reconocerme. No pensé que fuera posible; claro, me había cortado el cabello y afeitado el día anterior, pero aún así no podía verme tan diferente. Ella siempre fue distraída, tengo que admitirlo. Incluso tardó un poco en responder cuando le pregunté donde estaba su hijo; o bueno, en cualquier caso, el niño con el que llegó al restaurante el otro día en que me senté a acompañarla, pues pareció no comprender mi pregunta y solo me respondió que no tenía hijos. Lo más extraño fue que, sin decir más, tomó su película y se fue, como cualquier desconocida.
Hoy por la mañana tuve que ir al banco a hacer unos trámites. No soporto arreglar cosas en los bancos; uno espera horas y horas y al final le dicen que regrese al día siguiente. Por suerte, al entrar no había mucha gente y me tocó un número próximo, así que me senté a esperar.
Al poco tiempo de estar sentado cruzaron por la puerta esas piernas torneadas, caminando en perfecta sincronía, esas manos de uñas rojas tomaron un número, esos ojos pequeños buscaron un asiento y ella se sentó a mi lado. Le pregunté la hora, pues no traía mi reloj. Me contestó una voz más frágil en nuestro pasado encuentro. Quiso jugar a que no me reconocía y preguntó por mi nombre. Yo le respondí, pero decidí no seguir con el juego y no pregunté por el suyo. Parecía creer en realidad que yo no la reconocía.
Recuerdo haber mencionado cierta falta y un suéter en la plática, pero al parecer pasaron desapercibidos, pues otro tema tomó su lugar. Teresa había adquirido la manía de mover mucho las manos cuando hablaba. Sus dedos parecían más finos que antes; quizá ya no trabajaba tanto con las manos, o se daba más seguido esos tratamientos tan caros que yo parecía no apreciar lo suficiente.
Llegó mi turno y pasé a la caja siete. La cajera me atendió gentilmente y en pocos minutos había terminado el trámite. Al darme la vuelta para retirarme, Teresa había desaparecido. Estaba distraído buscándola cuando, ya de salida, una mujer que no me pareció reconocer se despidió de mí. En fin, ya afuera del banco, no supe dónde había quedado Teresa.
Hace mucho que no iba a la plaza del centro. Hoy decidí caminar un poco por ahí y recordar. Al pasar por una tienda de regalos, vi una pequeña flor de cristal. Era hermosa. Decidí que sería un regalo increíble para sorprender a Teresa la próxima vez que la viera. Siempre le habían gustado regalos como éste, y hace mucho que no le daba ninguno.
Entré a la tienda para comprarla, pero enseguida vi que mi sorpresa se arruinaría. Para mi mala suerte, Teresa trabajaba en la tienda. Antes de que me atendiera, me retiré sin siquiera llamar su atención.
Decidí caminar un poco. Quizá podría encontrar otro regalo parecido, pensé. Entré en otra tienda de regalos y estuve un rato viendo, pero nada me gustó. Al salir, pasé por el café que había a un lado, y ahí estaba Teresa, disfrutando de un ligero capuchino y un pedazo de pastel Decidí entonces ir a la tienda y comprar el regalo mientras ella no estaba. Caminé un par de cuadras y entré a la tienda. Al parecer la empleada que atendía me reconoció, y me preguntó porque me había ido antes. No recordé haberla visto, pero en realidad no me fijé si había alguien más además de Teresa antes. Sin darle importancia a su pregunta le pedí que me diera la flor, pagué y salí de la tienda.
El camino hasta donde estaba Teresa me pareció ahora mucho más corto. Sentí que apenas caminé un par de metros, y ahí estaba ella, todavía en el restaurante de comida rápida, ordenando. Apenas entonces me di cuenta de la hora, y recordé que tenía que llegar al trabajo, así que tan sólo pasé a su lugar y la saludé rápidamente. Aunque llevaba prisa, no pude evitar quedarme atrapado por sus ojos verdes unos segundos. Le di su regalo, y como esperaba, puso la cara de mayor sorpresa que yo había visto. Tuve que salir corriendo antes de poder verla abrirlo, pues en verdad era tarde.
Hoy volví a verla. La escritura de la lápida ya tenía algunas manchas, así que la limpié. Cambié las flores que ya se mostraban marchitas en la base de aquel último mensaje para ella por unas nuevas rosas, que aún desprendían su olor para que ella lo sintiera. Hablé un poco con ella, de que todo sigue igual. Le dije que aún no la olvido, y ella escuchó sin protestar.
Creo que si no fuera por ese nombre que a veces se cubre por las hojas que caen sobre la lápida, no estaría seguro de que es ella la que se fue. A veces creo que aún está aquí, algunos incluso opinan que no puedo olvidarla. Hoy vine a ver a Teresa, recordé que hace mucho no la veía. Y después de ver a Teresa, salí de ese lugar. Borré esas lágrimas y suspiré un poco. Ya todo está normal. Estoy bien, creo...pero, ¿por qué estaba llorando? Bueno, no importa. Allá va Teresa, caminando de nuevo hacia su trabajo. Espero alcanzarla para poder platicar un rato. Ahora que lo pienso, hace mucho que no la veo.
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