jueves, 6 de mayo de 2010

El bombero Santos Nicolás presente en Cada quien su boca de "Palabras Urgentes" (6 de mayo 2010)


Bombones de Amor
de Santos Nicolás Torres González

(Certamen “Letras en Llamas”, 2009. Segundo lugar)

Un día como tantos en la selva de concreto, en la estación de bomberos de

Iztapalapa, donde todo parece ser siempre lo mismo, encontra­mos al Demonio, un bombero de apenas tres años de servicio y veintidós de edad, escom­brando su locker. Rompe y tira papeles que ya no le sirven, mientras escucha La hora de los adoloridos en su pequeño radio. Apenas se entiende la música que sale de él. De pronto, el Peterete llega a su pasillo en dormitorio y le pregunta:

— ¿Qué ondas, compadre, en cuál vas?

Responde el Demonio, después de exhalar un suspiro:

En la camioneta 400. Andamos cazando abejas, ¿y tú?

Responde el Peterete:

—Yo, en la primera de incendio. Ya sabes. Y tú, ¿por qué tienes cara de buey cansado? demonio:

Pues así me he sentido última­mente, hijo.

peterete: ¿Y eso a qué se debe?

demonio: La neta es que recuerdo mucho a mi ex torta, me trae arrastrando la cobija y por todos lados la pienso.

peterete: Chale. ¿Y por qué chafiaron?

demonio: Ya sabes, ella no daba el ancho.

peterete: Órales.

demonio: No, no es cierto, la verdad es que un día que estábamos de mal humor nos man­damos muchos kilómetros lejos cada quien, pero me cai que me gustaría volver a estar

con ella. Extraño caminar por las calles con ella, en ocasiones ando de a perro por las calles y se siente gacho y cuando salimos a un servicio de emergencia hasta me dan ganas de tirarme de la bomba, pero no lo hago porque me va a doler un chingo…

De pronto, suena la alarma: ¡riiiiiiing! ¡riiiiiing!

peterete: ¿Sí, verdad? Es gacho, pero mira, mejor al rato platicamos. Ahorita me voy al cha­muscón a rifarme el físico. A la hora de nuestra guardia platicamos chido y te confiesas, ¿va? Al cabo, los dos hacemos la misma guardia en el radio y los teléfonos de tres a cinco de la maña­na, ya me fijé en los papeles de la guardia —le dice al Demonio, mientras corre para bajarse rápidamente por el tubo.

Ya estando de guardia en el radio, a las tres de la madrugada y después

de tomar una mere­cida siesta, comienza de nuevo la plática entre nuestros heroicos bombones.

demonio: …y sí, güey, que le digo, la neta, mejor luego nos vemos. Ella no dijo nada, y

cuando se iba quiso darme un beso en el cache­te, pero me hice el digno, la rechacé, se subió a su microbús y se fue a la goma. Y a partir de ese día bla

bla bla bla bla bla bla —media hora después, más—: bla bla bla bla bla y así fue esa triste

historia de amor, compadre.

peterete: ¡El Señor de la Manguera nos agarre confesados.

demonio: Perame, deja le doy fin a mi ca­fecito.

Y, después de dar el último trago, conti­núa:

—Pues sí, como te decía, ahora quisiera que alguien me diera el beso que le rechacé aquel

día a mi torta. Aunque sea que me lo diera un perro. El otro día se me acercó

un pinche pe­rrote. Pensé que se iba a dejar acariciar, pero ni mais, lo que

quería el mendigó era morderme, el muy desgraciado. ¡Vale queso!

peterete: Así es este negocio, brother, pero no te agüites, al rato se te pasa todo este ma­lestar.

demonio: Sí, ¿verdad?

peterete: Órale, compadre, chúpale. ¿Ya cuánto falta para que termine la guardia?

demonio: Todavía falta una hora y ya no hay nescafé. Y de veras, ¿qué has hecho?

¿Has buscado a tu ex chava para hablar con ella?

demonio: La he buscado, pero de seguro ya tiene otro buey. Sentiría re gacho

verla con otro mono y no quiero hacerle ningún pinche teatri­to. En fin, bueno, vamos a reposar tantito.

Terminando la frase se toma la cabeza con ambas manos y se recarga en el escritorio, mien­tras que su compañero le dice:

peterete: Bueno pues, pero no te vayas a enconchar, ¿eh, buey? Luego quién va a contes­tar los teléfonos.

Unos momentos después, sacudiendo al Demonio, que ya tiene sus ojitos mirando para adentro, el Peterete dice:

- Órale buey, ya terminó la guardia. Vete por el relevo, yo aquí los espero.

demonio: ¿Eh? ¿Ya acabó la guardia? Ah, sí, pérame —incorporándose—, ya voy.

peterete: ¿Sabes algo? Ahorita que te que­daste jetón, estuve pensando que...

demonio: ¿Pensando? A poco ya piensas…

peterete: Sí, aunque no lo creas, a veces pienso un poco. Mira, yo conozco a un ruco que te puede a solucionar tus conflictos amo­rosos.

demonio: ¿Y quién es ese buey que dices?

peterete: Pues le dicen el Cupido.

demonio: El Cupido… ¿Y quién es ese mono, qué hace o qué vende?

peterete: No seas buey, el de los enamora­dos, el que usa flechas y todo lo demás.

demonio: No manches, cómo que el Cu­pido, te pasas. ¿Te diste un toque en lo que me dormí, verdad, güey?

peterete: En serio. Si no lo crees, vamos al rato que salgamos de trabajar a buscarlo, para que te convenzas, pero si no quieres, pos no y ya.

demonio: ¿Y dónde lo vamos a buscar?

peterete: Pues en el edifico de la Direc­ción, allí en las oficinas de San Antonio. Unos cuates me platicaron de él, dicen que a otros les ha ayudado en sus asuntos y ahora se la llevan cachetona.

demonio: Bueno pues, pero antes vamos a hacer talacha, yo aseo la bomba y tú la camio­neta. ¿Qué te parece?

peterete: Ándale pues, a ver qué pasa.

Dando las siete de la mañana, y terminado el servicio, el Demonio y el Peterete proceden de inmediato a guardar sus disfraces de héroes anónimos —su equipo personal contra incen­dio—, así como a bañarse y perfumarse, para no despedir olores extraños en su largo viaje en el metro, hasta la estación de San Antonio Abad de la línea dos. Ya en la entrada del edi­ficio, se topan con un vigilante que les corta el paso.

vigilante: ¿A dónde, muchachones?

peterete: Este… sabe, andamos buscando al licenciado Cupido.

vigilante: ¿Al licenciado Cupido? Cupido… Cupido… Ah, sí. El de relaciones públicas.

peterete: Sí, ese mero.

vigilante: Bueno, pues el día de hoy no lo he visto. Apenas ayer andaba festejando el año nuevo todavía, pero pásenle, a ver si se encuen­tra. Su despacho en el sexto piso está al fondo a la derecha.

demonio y peterete: Gracias.

Caminan ambos hasta llegar a la oficina. Tocan a la puerta, misma que es abierta por un sujeto vestido de blanco, con apariencia simpá­tica, pero con la cruz a cuestas.

secretario: Buenos días. ¿Qué desean?

demonio: Órale buey, te hablan —jalando de brazo al Peterete.

peterete: Buenos días ¿Licenciado Cupi­do…?

secretario (interrumpiéndolo): Discul­pe señor, pero yo no soy Cupido. El licenciado Cupido es mi jefecito, yo sólo soy su dieciséis, así que por favor díganme en que puedo ayu­darlos.

peterete: Deseamos consultarlo.

secretario: Bueno, mi jefecito sólo atien­de de lunes a viernes, y siempre que traigan su identificación y último recibo de pago.

demonio: Pues por eso estamos aquí.

secretario: Achís, ¿pues qué día es hoy?

peterete: Martes.

secretario: ¡Chin! Entonces tenemos que atenderlos. Pásenle —abriéndoles el paso—. Ahorita le aviso al licenciado que están ustedes aquí. A ver qué dice.

El secretario se retira a un privado.

demonio: Chale, ya me estoy creyendo que sí existe el Cupido. ¿Y viste a su gato? Se ve que estuvo chupando, ¿verdad?

peterete: Pues ya ves güey, tú que no crees… Ojalá que se mochen con algo, porque ya me está dando un chingo de sed y hambre.

En ese momento sale el secretario del privado.

secretario: Dice mi jefecito que sí los va a atender, sólo que lo esperen un momento más.

Regresa por donde había llegado. Unos momentos después sale, invitándolos a pasar mientras abre la puerta en su totalidad. Pasan

ambos al privado que es pequeño, limpio y con las paredes pintadas de colores claros. En el fondo se encuentra un tipo trajeado de blanco, con apariencia delicada y tierna a simple vista, que les dice:

cupido: Buenos días, jóvenes. ¿En qué les puedo ayudar? Tomen asiento por favor.

demonio: Bueno, pueeees…

peterete (interrumpiendo): Sabe, licen­ciado Cupido, venimos a consultarlo porque un cuate que conozco de aquí mismo me pla­ticó que en una ocasión tuvo problemas con su amada y que Cupido, o sea usted, le había ayudado a solucionar su problema, así que de­cidimos venir a verlo.

cupido: Bueno, en efecto, yo soy Cupido y no me llamen licenciado Cupido, por favor. Sólo Cupido, a secas.

demonio: Pero, chale, cómo va a ser usted Cupido, si no tiene alitas, ni arco con flechas. Además, está ruco y usa traje. Y por si fuera poco, está trabajando en una oficina.

Cupido: Bueno, mira… en primera, ahorita estoy en horas de trabajo humano, porque tengo que sacar monedas para dar el gasto en la casa, puesto que tengo esposa y angelitos que mante­ner. Estos tiempos no están como para sólo vivir a expensas de las ganancias producidas por las regalías de la publicidad que se me hace cada ca­torce de febrero para el consumo de ustedes. En segunda, está prohibido andar encuerado por las calles y las alitas la traigo bien tapaditas, porque con esto de la contaminación, terminan el día todas negras y sucias, y mi esposa hace su be­rrinche cuando me las tiene que lavar. Tercera, el arco y la flechas los tengo bien guardados, por­que sale a la calle cada sonso que se quiere flechar con ellas a la primera radio-operadora buenota que se encuentra en su estación de bomberos, y como la otra sonsa no es la que le tocaba, de la pura decepción hasta se andan queriendo cortar las venas con una manguera de pulgada, para después decir que yo tuve la culpa.

demonio: Bueno, sí es cierto. Sería un es­pectáculo poco agradable de ver desde arriba, cuando pasara volando.

cupido: Así es, entonces ustedes dirán en que puedo ayudarlos.

peterete: Pues es que aquí mi cuate anda bien trastornado en su vida amorosa. En cada ocasión que concurre a un incendio y se acuer­da de su ex torta, hasta se anda queriendo aven­tar de cabeza al chamuscón.

cupido: Mmmm… ¿y qué sientes, mucha­cho?

demonio: Pues la neta, siento regacho cuan­do recuerdo a mi ex novia y más cuando ando pisteando.

cupido: Híjole, entonces sí andas grave. Vamos a tener que ver tu expediente —dice, mientras toca un timbre en su escritorio.

Entra el secretario de inmediato.

secretario: Ordene usted, jefecito —mien­tras hace una reverencia.

cupido: Tráeme el expediente de este heroi­co bombón y de paso, una polla, por favor.

secretario: De inmediato, jefe. Voy y vuelvo, ni dos horas me tardo.

peterete: ¿Está desvelado, crudo o algo por el estilo, don Cupido?

cupido: Pues más o menos. ¿Gustan to­marse algo, muchachos? Secretario, atiende a los jóvenes, a ver qué apetecen.

demonio. (Pone una cara de alegría y sabo­rea, tragando saliva): Bueno, ya que insiste, yo quiero un vodka tonic y mi valedor una guama, de la que sea. ¿Verdad, compadre? — dice, mi­rando con seguridad al Peterete.

Se retira el secretario y regresa unos momentos después, con el expediente bajo el brazo y una cha­rola con las bebidas, que reparte entre los presentes. Después entrega el expediente, mismo que Cupi­do lee con detenimiento y en silencio durante unos momentos. Terminada la lectura, Cupido dice:

—A ver, Demonio, ¿qué deseas saber?

demonio: Quiero saber por qué estoy como estoy por mi ex novia.

cupido: Mira, todo esto tenía que pasar de­bido a que eres bien acelerado y además bla, bla, bla, bla, bla, bla… (varias pollas, vodkas y caguamas después:) …y te voy a decir la neta, compadrito, un día haciendo inventario de a quién le hacia falta su flechazo, te vi en la lista y te programé para el día de San Valentín , pero como ese día mis angelitos y yo andábamos fes­tejando nuestra amistad, fue hasta más tarde que uno de mis ayudantes me recordó que teníamos algunos flechazos amorosos pendientes, y yo dije: ‘¡Pus órale, a darle!’ , así que comenzamos a disparar a diestra y siniestra… ¡ay, güey! Creo que se me secó la garganta —levanta su polla y les dice a los demás—: Salú… Y sí, como te de­cía, cuando te tocó el turno estaba yo ya medio persa. Tenía ya tu flecha en mi arco, cuando de repente, ¡cuas!, que se me cae la flecha justo en mi cuba, pero como ya andaba encarrera­do, que la vuelvo a poner en mi arco, que te la disparo y valió queso, porque además de estar envinada la flecha, tú también andabas briago ese día, hasta andadas rebotando en las paredes y a pesar de que te tambaleabas, la flecha acertó en tu corazoncito, mismo que quedó envinada­mente enamorado. Pero eso no fue todo, como ya veías doble y todo te daba vueltas, te enamo­raste de la chava que estaba al lado tuyo y no de la de enfrente, que era de donde venia la flecha.

Por eso no funcionó tu noviazgo.

Durante unos instantes quedaron todos ca­llados. El Demonio rompió el silencio:

—Bueno, ya sé que es lo que me pasó… pero ahora, ¿qué debo hacer para poder vivir en paz? ¿O es que ya no voy a vivir chido?

cupido: Pues mira, según tu expediente, y como eres cuate, ya tienes autorizada una fle­cha especial, sólo espérate un rato, no desespe­res. Saca algo bueno de esta mala experiencia. El flechazo te va a llegar cuando menos lo es­peres y aunque estés comiendo camote, te va a enamorar, te vas sentir lacio, lacio y serás co­rrespondido, tan sólo basta que escuches en tu cabezota unas notitas musicales que digan: “con mi uniforme azul, siempre alerta estoy”, para que sepas que la flecha acertó bien en tu corazoncito.

De pronto, suena la alarma en toda la esta­ción: ¡riiiiiiiing! ¡riiiiiiiiiing! El Peterete sa­cude del hombro al Demonio y le dice:

—Órale, compare, ya se va la bomba.

demonio (Despertándose de su sueño): ¿Cuál bomba?

peterete: ¡La primera de incendio, buey!

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