jueves, 13 de mayo de 2010

El bombero Sergio Santillán Pérez presenta en CADA QUIEN SU BOCA DE PALABRAS URGENTES

HUMO
de Sergio Santillán Pérez

Al estar en contacto directo con la tragedia y los riesgos, éstos parecen decirnos: “¡Atiende el mensaje! La vida no es una comedia, va más allá de cumplir con el ciclo biológico”.

A mi comentario, el compañero Felipe res­ponde:

—El mensaje al que te refieres, también lo he percibido. Al principio me recordaba mi condición de mortal, me daba miedo y tristeza, como cuando uno va a un funeral. Ahora, des­pués de muchos años de ser testigos de tantas desgracias, trato de ser más amable, me intere­so por las personas que me rodean, las escucho,

trato de comprenderlas. La influencia no sólo es de las experiencias.... He dicho bien: trato. Me es difícil. En nuestro entorno predomina el egoísmo sobre el bien común, se anteponen las conveniencias a los ideales. Después de todo, los bomberos somos un extracto de la comuni­dad a la que pertenecemos.

—Dime en qué conviertes lo que comes y te diré quién eres, ja, ja, ja.... —ése es José María.

Está a unos metros, avanza hacia nosotros. Ajeno al diálogo, parece sin embargo comple­mentarlo. Trato de contener la risa, hasta que me provoca dolor abdominal.

—¿Que manera de saludar es ésa? —, le re­procha Felipe.

—¿Qué quieren? La picardía es patrimonio nacional. Además, ya está protegida de la cen­sura, je, je, je.

I

Una barda separa a la estación de la escuela pri­maria. De vez en cuando se escucha un timbre, acompañado de un clamor alegre, sólo compa­rable con el trino de los pájaros, que anuncia las actividades escolares.

En el mes de marzo, antes de la Semana Santa, la estación de bomberos fue visitada por los niños de la primaria. Venían acompañados de sus mayores, pidiendo que les ayudáramos a resolver el cuestionario de su libro de texto:

“¿Porqué es bombero?”

“¿Le gusta ser bombero?”

Es común que se conteste al mismo tiem­po a las dos preguntas, de manera burda: “Me gusta ayudar a la gente, desde niño quise ser bombero”. En cambio, el que se justifica: “Soy bombero por la escasez de empleos en el país o porque no estudié lo suficiente”, está obligado a explicar el gusto por la profesión.

Después de cuatro lustros de trabajo, los porqués se vuelven secundarios. Cualquier par­te de nuestro trabajo, como rescatar un animal o librar a un árbol de las llamas, deja un senti­miento de satisfacción personal, sin necesidad de hacer gala del circunstancial acto. Aunque nadie puede jactarse de no jactarse.

“¿Qué tan responsable eres en tu oficio?”, debió de ser una de las preguntas del cuestio­nario. Se debe ser más directo, si se quiere cum­plir con el objetivo principal de la entrevista, en este caso, conocer de nuestra profesión.

II

Al igual que mis compañeros, soy uno de los mil trescientos bomberos del Distrito Fe­deral. Entre todos, hacemos lo posible por atender decenas de miles de servicios de emer­gencia al año. La estadística no dice lo que hay dentro de esas cifras. No todas las emergencias son atendidas con éxito, algunas escapan a nues­tras fuerzas. Eso causa una inquietud, deja un rescoldo en el corazón. Al menos eso me pasa a mí.

“¿Un accidente, en especial, que recuerde?”, me pregunta el visitante en turno, en compañía de su hijo, lápiz en mano, muy atento para es­cribir en el cuaderno. El hombre entrecierra los ojos, hasta convertirlos en dos rendijas oscuras que dejan escapar un brillo de luz. Entrelaza los dedos de las manos, al tiempo que las eleva hasta la frente, a manera de visera. Su cara tiene un antifaz de sombra.

—¿Hubo muertos?

La pregunta no es parte del cuestionario

No le es suficiente la nota roja de los perió­dicos. Vagamente contesto que los rescates de personas atrapadas en los choques... etcétera. Después de varias preguntas y de haberles mos­trado las herramientas de mi trabajo, se despi­den.

La pregunta me mueve al recuerdo de una mujer olvidada, muerta en su habitación.... nadie se acordó de invitarle un ponchecito de nochebuena. Hoy, la frase tendría que escribir­se diferente: “no sólo olvidamos a los muertos. Solemos también olvidar a los vivos que ya no nos sirven”.

Mis pensamientos son interrumpidos por la voz de Felipe, cuando irrumpe en la estancia con un grupo de jóvenes universitarios. Todos lo escuchan con atención:

—…los incendios en los edificios no son del todo previsibles, pero tampoco son producto de la casualidad. Son resultado de la negligencia, y en general, de la falta de cultura en materia de prevención que hay en nuestro país.

”El sentido común es torpe. Un peritaje para determinar si un edificio es seguro debe hacerse periódicamente por varios profesionales certifi­cados en la materia. A los bomberos nos corres­ponde elaborar un mapa de riesgos en las zonas respectivas. A las autoridades, hacer cumplir a los particulares las recomendaciones específi­cas, mediante los decretos. Sin embargo, esto no siempre es así, y entonces ocurren las tragedias.

”Las tragedias no se miden por litros de sangre, número de víctimas o por la impresión que hayan provocado. La gravedad está en la irresponsabilidad de todos.”

Felipe y el grupo se alejan, su voz se pierde. He notado una leve afectación en su semblante. No es para menos, es por el suceso de anteayer. Ese mismo día, cuando llegó del servicio, en la penumbra del dormitorio, sin ser todavía de noche, parecía hablar para sí mismo, como tra­tando de darse una explicación, o buscando un consuelo. Decía:

—El infierno no es simbología, ni alegoría de via crucis. Sin estar en Tierra Santa, vivimos lo nuestro.

—No sufras, no sirve de nada.

—Pero, ¿cómo no? Esa infamia… ¡Ay, la niña!... Cuatro años. Asesinada por quienes de­bieron amarla y protegerla… sepultada en el piso firme de la habitación donde dormían. Ahí esta­ba, fresca en su tina de baño. ¿Quién dice que los actos de los hombres no merecen ni los cielos ni los infiernos?... ¡No se puede cavar y cantar! Un rescate es cosa seria, uno no se acostumbra.

III

—Han de tener psicólogo… —me han pre­guntado más de una vez, esperando un sí como respuesta.

—No lo tenemos, tratamos de liberar la tensión comentándonos el suceso.

En la estación trabajamos pocos bomberos. Convivimos mientras esperamos la infausta lla­mada de emergencia. Aunque no todo es con­vivir. Alguien con autoridad reconocida dijo: “Todo adulto es un neurótico.”

Y así es... con alguna carga emocional de nuestra profesión, tenemos además los proble­mas de cualquier persona común. Tratamos de centrarnos en el trabajo y finalmente en nues­tras pláticas delatamos los problemas.

La hora de la comida es la del desahogo.

—Tengo un citatorio —nos dice el compa­ñero Felipe, haciendo la comida a un lado.

Por la gravedad de su aspecto y por la ma­nera en que lo dijo, pensamos que se refería a un juzgado.

—Es de la escuela de mi hija —continúa el compañero—. Que por que estaba jugando en la ceremonia cívica... los maestros también tie­nen parte de culpa: enseñan de manera mecá­nica los principios cívicos y éticos. No resaltan los valores, no conocen la historia, apuesto que no saben quién fue Juan Álvarez…

Y la emprende contra nosotros.

—Apuesto que tampoco lo saben ustedes...

Nadie le contesta. De Beni, no nos extraña, habla poco. Come casi con devoción, siempre bien peinado y aseado. Finalmente esboza una sonrisa apenas perceptible.

Una bocina en la calle anuncia un candida­to para las elecciones de julio próximo.

—Los enemigos son los del mismo oficio— continúa Felipe, cambiando de tema, al escu­char la propaganda—. Si no, que lo digan los políticos. No pelearían tanto si ganaran el mí­nimo. Ejercen la política como un oficio más —dice, pecando de ingenuo—. Deberían, con esos recursos, politizar a la gente.

—El espíritu del derecho es la libertad —dice Beni, como recordando una lección aprendida—. La esperanza nunca es vana.

Se hace un silencio.

—¡No sean así!—, dice José María, reco­menzando la plática—. ¿A poco quieren más días económicos? Deberían de ser más respon­sables, es un servicio público. Nos debemos a la ciudadanía. Además, somos muy pocos para este monstruo de ciudad. ¡Ningún derecho sin obligación!

—Chema tiene razón. ¡Ninguna obligación sin derecho! —, dice Felipe.— ¡Como si no fue­ra suficiente con los servicios de emergencia!

—Hoy en la noche juega México, ojalá aho­ra sí gane —dice el compañero Carlos, ignoran­do el tema. Lo dice mientras lee el encabezado de un periódico. Se refiere al fútbol.

IV

De pronto, suena la alarma de fuga de gas.

—Es en la calle de Allende, entre Miguel Hidalgo y LEA —dice José María, extendien­do un papel con los datos

—¿LEA de leer?—, pregunta Felipe, iróni­co.

—No. Son las iníciales de Luis Echeverría Álvarez —responde Carlos.

Y sin otro afán o pensamiento que llegar lo más pronto posible, ahí vamos.

“El gas licuado a presión es más peligroso que el humo”, pienso.

Pese a nuestros deseos, circulamos a vuelta de rueda por la avenida Ojo de Agua. Es menos que una calle, doble circulación, coches esta­cionados a izquierda y derecha. El ruido de la sirena de poco vale. El embotellamiento vehi­cular nos demora, es la hora de la salida de las escuelas.

—¡Escandalosos!—, grita un peatón.

Después de salvar los obstáculos, al fin lle­gamos a la puerta.

—¡Bomberos!—, anuncia Felipe, con voz fuerte—. Nos reportaron una fuga de gas. Abra, por favor.

—No pasa nada —responde una voz mas­culina, con tono inseguro.

Después de insistirle, por fin abre la puer­ta.

Beni, enérgico, le reclama:

—¿Por qué esconde el tanque de gas, no ve que es peligroso?

—No pasa nada, son residuos —insiste el hombre, escondiendo en la espalda sus ma­nos—. Sé lo que hago.

—Por eso mismo —le replica Beni—. Si supiera, no lo habría vaciado. Está exponiendo su vida y la de los demás.

Después de vaciar más de cien litros de agua y algunos litros de cloro en el drenaje, Beni tran­quiliza al hombre con las mismas palabras:

—Ahora no pasa nada, pero no lo vuelva a hacer.

V

Ya relajados en la estación, en la hora de asueto, volvemos a nuestros temas habituales.

—¿Qué pasó en la revisión del contrato co­lectivo de trabajo? ¿Qué ha habido?—, pregun­ta Beni.

—Entramos al paquete económico, no pin­ta nada bien. Dice el funcionario de la oficialía mayor que no hay dinero... que la gripota re­crudeció la crisis.

—Siempre lo mismo, nosotros siempre es­tamos en crisis: sin aportación de la patronal a la vivienda ni a las pensiones, sin un servicio médico adecuado. Cierto, en el issste nacieron mis hijos, en su momento fueron bien atendi­dos. Ahora, el servicio es pésimo, no hay medi­camentos.

El compañero no disimula su pesar. Le co­nozco desde hace más de veinte años. Lleva, en este tiempo, sólo dos ascensos, poco significa­tivos. Su mirada es de preocupación. Un sucio rayo de luz le da en la cara. Parece no moles­tarle.

Por la tarde, Beni hace el informe del ser­vicio, que se concluye con el formulismo de siempre: “El regreso, sin novedad”. Es decir, llegamos sanos y salvos.

Beni, vuelve al tema:

—¿Y las comisiones mixtas?

—Ayer firmamos el reglamento de capacita­ción. Esperemos que no sea letra muerta—dice Felipe, interviniendo en la plática—. En este país las leyes no se cumplen, la misma Consti­tución no se cumple. Como decía el padre de la Constitución, ése que salía en los billetes: “Res­pétese, pero no se cumpla”. Esperemos que no sea el caso.

—Por mi parte —les digo—, pienso que está en nosotros hacerla cumplir. Mañana es la asamblea ordinaria. Ojalá, ahora sí, haya orden y dejen a los secretarios dar el informe. Nadie sabe escuchar, menos entender. Un sindicato es algo más que conseguir pesos...

—Completamente de acuerdo —interrum­pe José María—. No tienen educación. “A ver”, dijo el presidente de la mesa de debates, al ini­cio de la asamblea pasada, “¿Quién quiere que dé el informe? ¿Quién vota a favor de que dé el informe? Alcen la mano. Bien. ¿Quién vota en contra? Muy bien. Por unanimidad, no doy el informe”.

—¿Pero qué iban a informar? —, pregun­ta Beni—. No tenían nada qué decir, sólo se dedicaron a vegetar. El verdadero trabajo está en la revisión del contrato colectivo. Mira, que decir que el pliego de peticiones era una carta a los Reyes Magos. ¡Qué estupidez!

—¿Y tú hablas de derecho, libertad y espe­ranza?—, reclama José María.

—¿Cómo quedó México?—, pregunta un compañero, ignorando el tema.

—Perdió dos a uno —contesta Carlos.

—En eso sí somos perseverantes —intervie­ne Felipe—, pero necios. El ganar no sólo es producto del querer, sino de tener cualidades. Es como si quisiéramos que un novato, paisano nuestro, ganara el campeonato del mundo en ajedrez… ni en sueños.

—El símil no vale, hay un abismo —con­cluye José María—. Patear y pensar no es lo mismo. No es lo mismo, je, je, je... el interés está puesto en trivialidades. ¡Queremos goles, no frijoles! Je, je, je…

1 comentario:

  1. Un gran ser humano, querido amigo, q bombero de corazón, Sergio Santillan Pérez.

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