jueves, 22 de septiembre de 2011

Ramón Ortega Rosas presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes 22 de Septiembre 2011


LA OCHO


Ramón Ortega Rosas
Para mi mamá, Lydia Rosas Castelán “La ocho”

La separan de sus seres queridos, la meten en un mundo desconocido. La interrogan sobre sus males, sucesos dolorosos, sus antepasados; dónde vive, dónde nació, qué come, cómo viste, cómo se asea, cómo hace el amor, cuáles son sus mascotas, a qué lugares ha viajado. La desnudan, revisan y tocan, introducen objetos fríos y extraños por su carne. Hacen comentarios sobre su persona y sus pesares en un idioma indescifrable; a una voz, un grupo de seres de blanco la asedia con preguntas incomprensibles e incoherentes.
Pronto la dejarán sola, llegará un sujeto que la subirá a un aparato que la transportará a un lugar que huele a sangre, dolor y muerte, donde desnuda como un recién nacido, la investirán con un camisón hecho jirones. Le exigirán que no grite, que se deje, que coopere, que es por su bien y la pincharán con agujas; la sangrarán y rasurarán sus partes íntimas. La colocarán en una cama con llantas que avanza trepidantemente. Se siente caer en un gran vacío. La llevarán por largos pasillos, obscuros y fríos, escuchará decir ¡“Otra”! Será arrojada como un desecho de un recipiente a otro, quien la lleve sólo querrá deshacerse de ella y quien la reciba no la aceptará y gritará ¡falta la hoja de ingreso, no está firmada la autorización, la solución ya se infiltró! Será depositada en un rincón donde no estorbe.

Seres fantasmagóricos azules la rodean, la desnudan, la interrogan y la tocan. Desparecen como en un mal sueño. Le colocan aparatos extraños que emiten ruidos desesperantes, instrumentos indescriptibles, no la miran. Hace mucho frío. La transportan a un lugar tenebroso, la colocan en una mesa fría, sube y baja, una luz de pronto se apaga, escucha ruidos ensordecedores, murmullos, tiene miedo, siente un gran dolor. 
Escucha voces a lo lejos, gritos, ruidos, quejidos, la conducen a una extraña mesa donde semiconsciente escucha, “no va a doler”, no ve a nadie, un inmenso dolor perfora su espalda, vierten líquidos fríos en su cuerpo y la asedian olores desconocidos, la rodean monstruos; una luz brillante no le permite ver, una fuerza indistinguible la mueve de un lado a otro, escucha voces, ecos, risas, ruidos, zumbidos, su cabeza gira, el mundo es un caos que sube y baja; grita pero sólo un leve quejido sale de su boca seca, escucha un leve silencio... los seres fantasmales desgarran sus carnes y sacian sus apetitos con su cuerpo, grita pero nadie la escucha, no puede defenderse, está sola. Una fuerza diabólica que casi le impide respirar la empuja… abre los ojos; avanza por el pasillo, el mundo flota. Escucha: pasa a la 8, ya llegó la 8, el analgésico para la 8, ya orinó la 8, la 8 vomitó, la 8 no se quiere bañar, la 8 no quiere caminar.
Abre los ojos. No sabe a qué hora se durmió, quiere despertar y estar consciente. Arrastran un aparato que rechina y tintinea, dejan a los pies de su cama una charola con un alimento frío, sin olor y sin sabor. M´ija, párese a caminar. Si se queda acostada se muere. La levantan para que camine. A cada paso el dolor es más intenso; morirá en cualquier momento, se apoya en la pared; pasan a su lado sin verla; regresa con mucha dificultad a la cama; sabe que no es dueña de su persona, ni de la cama, ni de la ropa, ella no es nada; nadie le ha pedido su permiso para tocarla, interrogarla, pincharla.
Tiene frío, miedo, dolor; los seres aparecen y desaparecen, a veces son muchos, a veces es uno, a veces no sabe... debe pedir permiso para orinar, para defecar ante sus compañeras, pedir que retiren el cómodo. Los seres pasan a diferentes horas a revisar los papeles: ayuno por 24 horas, analgésico en caso de dolor, estudios completos. Intenta hablar pero nadie la oye. Sabe que no vale nada, se olvidan de ella, ella no importa, sólo importa su sangre, sus secreciones, sus eyecciones. Por las noches ha aprendido que debe tener un cómodo junto a ella, ha visto compañeras arrastrase hasta el baño porque nadie las ayuda.
Un día, le avientan una bolsa con ropa. ¡Vístase! Como un zombi obedece, muy despacio la conducen por esos fríos pasillos, quiere correr pero no puede, la muerte la sigue y casi la toca, sus pasos son lentos, muy lentos… no sabe a dónde la llevan; quisiera ver a su familia una última vez; está atrapada en un laberinto. ¿Acaso la juzgarán? ¿Qué será? ¿El cielo o el infierno?
De improviso una voz conocida, un abrazo, la liberan de aquella pesadilla; las lágrimas escapan de sus ojos, pero no deja de caminar. Mira hacia atrás, los fantasmas, los monstruos y ese mundo aún están ahí. De pronto siente el sol, el aire huele diferente. Sólo quiere alejarse. Vamos a casa, dice. Lentamente se alejan, mira a lo lejos el hospital.

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