jueves, 29 de septiembre de 2011

Andrés Cisneros presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes (29 de Septiembre 2011)


Andrés Cisneros


Ópera de la tempestad

 Qué tal si el mundo fuese un hombre enojado, furioso.
Un hombre hambriento, raído;
roto paño amarillándose, a secas.

Si el mundo es la desesperación de un hombre,
hombre hecho pedazos por dentro
carcomiéndose,
ansioso en su rencor:
hombre necesitado de comida,
tacto, confianza.
De un beso:
con urgencia de ser
brutalmente desmembrado por alguien
y reconstruirse. Con necesidad
de dirigir el ruido en el espejo
de armar el rompecabezas sobre el piso
y juntar cada pieza
para elevar los ojos y en ellos, concebir una nueva mirada.
Qué tal si el mundo es
un hombre que de verdad lo intenta,
y vuelve a encontrarse
con el mismo hombre cada vez que lo logra,
con los mismos dientes, la misma angustia,
con el mismo gesto
arrogante, impasible,
resignado a cargar sobre los hombros
su narciso enfermo
su orquídea vacía,
su filosa llama.

Qué hacer para ayudarlo
si es un viejo sin escrúpulos,
cómo abrir el grillete de su soledad sangrante
hacerlo descender de la ruleta rusa
salvarlo sin una bala
trozar su redondo sí
Cómo limpiarlo de su cuerpo,
de su apretada boca:
empujarle a salir de su mente en ruinas,
taciturna entre las cuatro paredes
de un santuario;
cómo esfumar la puerta
de la casa en llamas tras de sí:
cómo lo quemas sin volverle tizne,
lo ahogas, sin hacerlo humo
cómo desfiguras su maldito rostro
que no se cansa de reflejar las arrugas del miedo.
Cómo volverse otro cuando el Uno es Uno mismo.

Qué tal si el hombre
olvida el atavío, la cara
la ceniza, la lumbre,
el polvo y el muro que contiene al agua,
que tal si anega hasta el último cabello
en el mar
a media noche,
para ver la lluvia desde el fondo de un pozo,
qué tal si se hunde en la cabeza encrespada
del azul
e igual que un pez
ondula, oscila, encorva. Igual que ojo
frío se cierra. Y después
se mantiene quieto.

Qué tal si el mar lo retorna en su lengua
—al que fue hombre— con un verso, desnudo
sobre las rocas, atravesando la luz, sin ropaje
como la noche, exacto al compás
con el que avanza la tierra,
al mismo ritmo,
al mismo pie, igual que si de pronto
debajo de la lluvia y el fuego, fuera un niño
que mira a través de las cosas
en cada uno de sus instantes y cada una de las palabras
a Sidérea, viva en su mente, murmurando,
en una extraña fonética de aves, o dunas,
un cántico —que semejante al agua— quema.

Qué tal si vuelve el que era Nombre
ya sin casa, ya sin tiempo, ya sin hambre,
ya sin amo, ya sin furia.

Con los ojos abiertos en el túnel


Yo sé, caminante,
que algunos eligen la limosna
y el yugo en el cuello:
como un fuete en la espalda
soportan el calendario
que les pisa los talones,
lo prefieren,
al agridulce dolor
que da la incertidumbre
o la inclemencia del viento.

Algunos, dichoso descalzo,
son los mismos que hacen flotar
las piedras
para que al caer
nos destrocen la cara.

Tú dime quién te aprieta en su puño,
y sabré cuál es tu nombre.

Un día te metieron
el alma en la cabeza
igual que un disparo.

Con vacío te embutieron los ojos.
Y se asentó que este crimen
era la revelación
en la que descubrirías la belleza.

                        Dime si creíste —al igual que ellos—
podrías vivir tranquilo
con una bala
atravesando tus costillas.

Ya sé que sabes todo esto,
y que llevas prisa,
no te entorpezco más,
            porque sé al igual que tú,
      es muy tarde ya para todo esto.

Discurso del Papa antes

 de guardarse en el espejo de la muerte


 (Basado en una historia real)

Padre, sabes que esta empresa está en ruinas.
El momento de la caída se acerca, lo sabes, padre.
Y es justo y necesario, por lo menos una vez en la historia,
padre, rendir con dignidad
y no hacer de este mundo otra vez un calvario
para cada uno de sus Habitantes.
Los mártires no te necesitan, padre.
Las guerras no te necesitan. Los necios no te necesitan.
Nadie te necesita ya, padre, y eso es tan real como este sol
romano que ahora veo hundirse en el mar.
Sé que el mundo es un círculo, es un retorno invariable a su origen.
Por eso hoy devuelvo las cosas a su sentido de Natura
no simularé más que hablo contigo, pongo un alto a platicar solo,
y comienzo el conteo con la clara conciencia
de que soy mortal. Memento mori, dice la oración.
Conozco perfectamente el edificio que sobre mis hombros
está por desplomarse, y no tengo otra opción que dar este discurso
con una pluma sobre un cielo limpio, desde la cúpula misma
de mi mente en blanco, donde pinto ahora mi obra maestra:
una capilla sixtina donde reposen mis restos
una melodía que cantarán todos ustedes mañana cuando lean mi Cabeza
y los espectaculares del mundo digan:
“el Papa dibujó con su sangre un bello cuadro de la Tierra”.
Y no habrá modo de ocultar mi cuerpo
ni de atribuir a nadie mi muerte, lo aseguro. 

Dejaré cada cosa preparada
para que cada uno de los diarios del mundo,
y cada uno de ustedes sepa que fui yo el que soltó el disparo
el que empujó el gatillo, el que decidió terminar
esta carta con mano libre, con la certeza de ser fiel
a la sangre, y de que sobreviviré en el rojo de mi obra.
Lo único que lamento es no presenciar cuando la casa se venga abajo.
Será hermoso el amanecer, tan hermoso como una noche con estrellas.
Dejo la copa intacta, porque he tomado más vino del que me correspondía.

Saludo al mundo.





®Andrés Cisneros



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