lunes, 21 de agosto de 2017

Abraham Chinchillas presenta en "Cada quien su Boca" de Palabras Urgentes (21 Agosto 2017)





ABRAHAM CHINCHILLAS

(fragmento de la primera parte de mi libro “Sólo un poco aquí”)

El agua reclama sus derechos.
Lenta se amotina,
callada permanece
en su guarida blanca del cielo.

En un estruendo se subleva.
Arroja su ansiedad a tierra,
pertinaz ocupa la ciudad adormecida;
titilante la recorre.

Otra multitud a trote.
Una lanza que surca el aire
contra las mariposas azules;
revoloteo que es un escape,
una mujer descalza
que busca un sitio
donde enterrar la suerte
que esta mañana
comenzó a apestarse.

Tumultuosa invade las avenidas.
Aloja la vida en los jardines,
establece su dominio con grandes charcos
islas inversa.

Ocupamos la plaza
haciendo un espejo
diáfano, el cielo se refleja
como augurio puntual
tras la tormenta.

Único sobreviviente soy;
naufrago pluvial.

Una capucha que esconde un cántaro,
un ruiseñor que sabe susurrar.

La mañana me sorprende seco.
Me crujen lo nudillos,
la mandíbula.

El reloj de la sala
repta por la casa vacía.
Cada paso le toma un tiempo;
su rastro se queda
en más de una habitación a la vez.

La lengua del sol
baja desde el techo,
no encuentra en mí
bobalicones girasoles que le admiren
ni lagartijas rendidas a su tacto.

Escucho morir a los amigos,
a sus dientes
arar la lucha
de su furia contra el tiempo.

Mi crujir se ha vuelto un rechinido;
otrora un golpeteo,
testadura marcha
a quien nadie enseñó
cómo detenerse.

Me arrastran por el suelo,
ruedo por el pasillo.
Cruje mi piel sorda.
Mis parpados suenan como campanas.
Soy larva que se estira,
se despereza.
Soy capullo maloliente
colgado en la pared del baño.

Traduzco una lengua callada
que escala la cima
para parlotear
con nadie.
El presente se multiplica
en secretos paralelos
que no revelan
más que de mentiras.

En la casa inclinada
se escucha el insistir del agua
corriendo entre las piedras.

Hay otros que también la oyen
y que habitan en mí.

Juntos arrastramos las manos
hasta el plato,
cogemos un trozo de pan,
desmembramos el queso
y en medio de la tiniebla
lo llevamos a la boca.

Subimos a tiritar
mientras soñamos,
unidas la palmas
metidas entre los muslos
mientras crepitan
nuestros dientes
como suave ronquido.

Mi cuerpo me dicta
un alfabeto áspero
que arde en el invierno.

En las mañanas silenciosas
unimos nuestras carnes
engarzando nuestros sexos
y atamos nuestras boca
para que ningún jadeo
arruine el sortilegio.

Las palabras que gotean
a lo largo del día
las encerramos en una tersa
jaula transparente;
ahí revolotean sin descanso.
En las noches en que
se oculta la luna,
hacemos una ronda de insomnio
y las liberamos
acariciándonos con ellas,
removiendo el sudor
de nuestros cuellos,
la aspereza de las manos,
el rechinar de los párpados
mientras se cierran.

Abrimos nuestras bocas
y las bebemos
de madrugada.


Bloque 2
(poemas de mi libro “Zoología indescifrable”)

Soliloquio del Depredador (toma 2)

Si lo digo es porque sé,
vivo en la humedad de la sombra.
Retozo en una promesa sin hojas,
austeras ramas son mi cobijo.

No olvido los insectos,
no perdono a las madres
que escupen sus rezos en la plaza
para alimentar a las palomas
(hipócritas pacifistas).

La lluvia de marzo
derriba al dolor desorientado,
que llega antes de tiempo
a su impostergable reunión con el suelo.

Aún escurre sangre de mi pico.
Todos los ojos han sido cegados,
faltan las casas, sobran los días;

la taxidermia de mis huesos
se archiva en el capítulo de las culpas,
donde gira una parvada de buitres
sobre las heridas de la tierra.


Sirena de Saladas Aguas

-Yo, condenado a la mazmorra
de su triángulo embravecido,
me consumo en la espera cual vela
que ignora que nunca se ha de terminar.

Ella, vestida sólo de su piel,
de sus senos escurridos,
sus pezones bien alertas,
acusadores:
-tú,
asesino de mí calma,
asusador de mi lujuria,
blasfemo con tu lengua de fuego
consumida, consumada
en el convulso mar
que me desborda.

Del otro lado de la cama
la sábana reclama
su cuerpo encallado,
acariciado,
satisfecho:
erizado como escamas.


Siete Moluscos más Uno

Viernes.
Sabré con zozobra mi destino
si las cartas videntes lo descifran:
ni un paso más
antes de la certeza prometida.

Sábado.
Visto mi mejor perla:
tesoro de quien lo pida.
Nuevas aguas me esperan:
artrópodo trasnochado.

Domingo.
Oreo mi esqueleto traslúcido
al sol de asueto,
inclinado en el balcón
de lo ya dicho:
el gozo del nulo esfuerzo.

Lunes.
No hay sol en esta turbulenta tarde.
Me ha pasado de largo
la corriente anunciada,
que me llevaría a mejores aguas.
Floto.

Martes.
Soy el ojo que gobierna
el remolino que me envuelve.
Tengo designio,
de ciego.

Miércoles.
Mi hemisferio cefálico decidido
está a emprender la evolución;
intestina guerra libra
con mi masa visceral
que ancla mi pie al otro polo.

Jueves.
Concha resignación:
soy lo que oculto.
Sabia es la naturaleza.
¿Para qué me dotaría
del albedrío de preferirme
vestigial?

Otro viernes.
Nuevas punzadas conjuro
en la derrota solidaria
de un plato de escargots;
se sirven a toda hora
y el miércoles vendrá.


Bloque 3
(poemas inéditos)

Vereda etérea
a América Femat

Eres etérea como tus versos.
Sigilosa cruzas el aire,
frontera invisible que nos separa,
apenas, para envolverme
en el suave sopor, tenue,
firme patria
de tu abrazo.

Tu cuerpo es perfecto como tus palabras.
De fertilidad angélica,
sentencias dulcísonas
que tienden ante mí
una vereda de deseo
que me contiene y me esparce
en caricias tímidas,
inéditas para mis manos.

Tu boca es un manantial grato
como los poemas que vas
esculpiendo en el espejo
táctil del móvil;
oasis sagrado donde la vida
me vuelve le aliento
y me lo roba
como un sortilegio.

Que tarde es esta, lienzo
donde tu esencia se cruza
con el aroma que despide
mi cuerpo para llamarte;
naturaleza viva que dibujamos
a cuatro manos, boceto
del futuro compartido
que anhelamos.


Último lamento
a Elena, por último
I
Era tanto el amor
que de ese mar
ni una estela de espuma,
otrora pasión,
queda.

Que nada de las burbujas
del hervir de los crustáceos
saliera a flote,
que ninguno de nosotros
respirara;
que toda esperanza de memorias
se azara al sol impertinente.

Que los perdigones
del disparo taciturno
sobrevivan en el aire
hasta que mi pecho
estalle reluciente
como un sapo.

Inexplicable,
tanto,
como los barcos que arden
en altamar
como poderosas lumbreras
que guían la esperanza
de los náufragos.

II
Podría este fulgor engullirme,
mascarme sin decoro,
desgajar mi carne, quebrantar
mis huesos
con sus dientes dorados.

Se pudren las nostalgias,
como mares que devoran
las hidras arrojadas a la costa.

Las frases inocuas
se van desdibujando.
Van perdiendo la textura
de la voz que las construía
a golpe de sudor y de espasmos;
no se diga
la mirada que las envolvía,
arrugado celofán
irreconocible en el accidente
cotidiano.

El deseo ha fermentado
se ha llenado de moscas;
zumbido cegador del recuerdo.
Es un hedor
que desde adentro
me sana.


 Uno

Espejos que reflejan puntos ciegos.
Olvidos que ejercitan el recuerdo.
Abuelos muertos, huérfanos de nietos.
Ninguna parte a la que he vuelto.

Calma que germina en desconcierto.
Deseo alquitranado por los miedos.
Silencios que se vuelven un concierto.
Valor que no alcanza “al ras del suelo”.

Son esas verdades con lo que miento.
Las cercanías se han ido lejos;
una prisa que va con tiento.

Son más cosas que se echan de menos:
aún tu boca me roba el aliento,
me deja abandonado de tus besos.

 ®Abraham Chinchillas.

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