lunes, 1 de febrero de 2016

Rousse-Lara presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes (1' de Febrero 2016)

ROUSSE-LARA


El pueblo escondido en la niebla; fragmento.

Daphne platicaba con Cosme mientras regresábamos por nuestras cosas para emprender el viaje de regreso. Intentaba distraerlo y animarlo mientras que un pensamiento se empezó a gestar en mi cabeza. Quizás comenzó a formarse desde antes pero en ese momento me di cuenta de él; no supe en realidad qué estaba pasando pero intenté eludirlo ya que desafiaba el sentido común en su totalidad; sin embargo cobró mucha fuerza en instantes. ¿Las causas? Probablemente Cosme y su tristeza, la nueva aceptación de Ali, doña Raquel despidiéndose de nosotros, la amabilidad de doña Aquilea y don Arcadio; el lugar tan misterioso en el que estábamos, la frustración de no haber concluido de manera óptima la labor por la que habíamos ido… Todo eso se volvió más grande que yo al grado de no poder contenerlo.
Llegamos donde estaban las cosas, las observé ahí tiradas; Daphne se estaba poniendo su mochila.
—¿Me das el pegamento? —le preguntó Cosme a mi compañera.
—¡Ah, Sí! Perdón, lo había olvidado —le respondió. Se agachó para abrir la mochila de herramientas y sacó mi piedra para buscar el bote metálico de pegamento
—Daphne… —le dije. La joven volteó—. Quiero quedarme para arreglar el invernadero de Cosme —ahí estaba, lo había dicho para sorpresa de todos, incluyéndome.
A Cosme se le iluminaron los ojos, era una gran noticia para él.
—¿De verdad, Germán? —me preguntó el joven.
—Pero… tenemos que regresar —me dijo Daphne tan confundida como sorprendida—. Tenemos que regresar a la universidad…
—Ya terminamos con la universidad —le dije con una sonrisa—. Nuestro certificado nos lo dan la próxima semana.
—Pero… no querías ni venir.
—No, y no pretendo quedarme mucho tiempo. Mi comida pronto se va a terminar y necesito lavar mi ropa… o comprar otra; no sé si después de lavarla quedará limpia —respondí—. Quiero terminar la labor por la que hemos venido. Le puedes decir a Sebas que en su informe contemple este invernadero.
—Nosotros te podemos dar de comer, Germán —dijo el joven que sólo nos observaba.
—Gracias Cosme —le dije sonriente.
—¿Cómo vas a regresar? —me preguntó Daphne.
—Pues de San Bernabé deben salir camiones a Pachuca o algo así, y de ahí estoy seguro que salen al DF.
—Van a Tulancingo; de ahí a la ciudad —me corrigió Cosme.
—¡Ya ves! Van a Tulancingo.
—No… esto no parece buena idea —continuó Daphne.
—Sólo un par de días más, en lo que termino el invernadero. Para el fin de semana voy a estar de vuelta.


El pueblo escondido en la niebla; fragmento.

Le pregunté a don Severo si me permitía bañarme en su temazcalito. Respondió afirmativamente, así que fui a la casa de campaña en busca de mi shampoo, mi jabón, mi toalla y mi ropa limpia. Estaba lleno de tierra y sudor, pocas veces en mi vida me había encontrado en esas condiciones, pero en aquella ocasión no me importaba, me sentía muy bien rodeado de toda esa gente.
Caminamos pocos minutos hasta el temazcal; se trataba de un cuarto hecho de madera al igual que las casas, donde Cosme vertía agua en un recipiente de metal que se posaba sobre un brasero encendido.
El papá de Cosme abrió la puerta; en el interior había una tina redonda hecha de ladrillos incrustada en el suelo. De un lado bajaba una canaleta por donde llegaba el agua caliente desde el exterior, tenía tres escalones para llegar al centro y me pareció distinguir un tapón hecho con un madero para que el agua saliera una vez que se había usado.
El vapor subía y se condensaba en el techo; don Severo me dijo que ya estaba buena el agua, así que me metí. Cosme me dijo que le avisara cuándo vaciar lo que quedaba del agua caliente.
Entré, colgué mi ropa en un clavo, bajé por los escalones y sentí la deliciosa agua caliente en mi piel. Tomé el shampoo y el jabón para darme el baño que había ansiado desde hacía días atrás.
Estar ahí fue reconfortante y me dio unos minutos para pensar en todo lo que me había sucedido en esos días… Cosme, doña Aquilea, Alicia… La imagen de la niña gruñona interrumpió mis pensamientos. Nuestro primer encuentro fue gracioso, cuando me quería vender una gallina a ciento cincuenta pesos. Pensé en lo que había dicho, eso de que Arcadio tenía algo así como un don para hacer crecer el maíz; me pregunté si todos ahí tenían dones, y si así era, ¿cuál era el de ella? Mis pensamientos fueron interrumpidos por Cosme:
—¡¿Ya, Germán?! —preguntó si ya vaciaba la última porción de agua caliente.
—¡¿Primero quito el tapón, verdad?! —respondí. A lo que Cosme respondió que sí.
—¡Te espero en mi casa, Germán! —gritó el joven después de haber llenado de nuevo la tina.
Mientras que el vapor se elevaba en el cuarto, yo me recargué en el borde y cerré los ojos. Observé escenas de lo que había pasado en esos días: Los invernaderos, Daphne y Sebastián, el Chaparro gruñendo, doña Chabela y don José, doña Domitila… recordé a la compañera de la que había dicho que no olvidaría su nombre… pero lo había olvidado de nuevo; no era importante  ya.




El Pueblo escondido en la niebla; fragmento.

—¡Llévenlo a la “suit” de invitados! —dijo el gordo presidente cara de perro.
Dos hombres me empujaron para que caminara al interior de una casa bastante grande; pensé que me llevarían a la estación de policía, pero el mismo presidente se iba a ocupar de la situación, cualquiera que fuera… No me extrañó.
El clima nocturno era frío y húmedo cuando subimos por una escalera dentro de la construcción rosada estilo colonial. Pasamos frente a un cuarto abierto con un cordón que impedía el paso, del que colgaba un letrero escrito a mano que decía “clausurado”; lo poco que pude ver del interior estaba chamuscado, con cortinas a la mitad, consumidas por un fuego extinto; pensé en Catarino, él había sido el causante del incendió en el palacio municipal; se me escapó una sonrisa.
La temperatura no me afectaba, incluso tenía calor acompañado de una rabia inmensa. Me sentía como un animal salvaje; iba a aprovechar cualquier oportunidad para escapar de ahí.
—¿De qué te ríes? —me preguntó el tipo de barba mal rasurada a mi derecha.
Abrieron una puerta en la segunda planta; se trataba de un baño no muy limpio, con mosaicos faltantes en las paredes. Me empujaron al interior, yo me resistí, pero tropecé con el hoyo de una coladera destapada en el suelo.
—A ver si te sigues riendo, pendejo —me dijo el barbón y, en seguida, me pateó en dos ocasiones y cerró la puerta. “No me van a detener”, pensé.
Escuché al individuo con el que había discutido en el mercado; coqueteaba con una edecán: “Pus te ves rechula en esas mallitas amarillitas… así… apretaditas”, dijo entre otras cosas. Luego una puerta se cerró y al poco tiempo escuché a una mujer gemir junto con el arrítmico golpeteo de un mueble contra una de las paredes del baño. El ruido duró menos de dos minutos y entendí por qué razón esas mujeres consiguieron el puesto de edecanes para la campaña.
Antes de que todo oscureciera por completo, me dediqué a inspeccionar el lugar para encontrar algo que me sirviera como arma pero no encontré nada; golpeé los mosaicos para encontrar un punto hueco por el cual pudiera escapar; vi si podía hacer más grande el agujero de la coladera, pero no tuve éxito. Había una ventana con barrotes que moví por si alguno estaba flojo, pero pese a todos mis intentos, aquel palacio municipal estaba bien construido.
No estuve seguro de cuánto tiempo pasé ahí; unas tres horas quizás, antes de que una luz se asomara por debajo de la puerta y unos pasos se acercaran.
—El Ángel quiere verte —dijo un hombre que abrió la puerta—. ¡Párate! —me tomó del brazo y me jaló. Yo me abalancé contra él pero un segundo hombre me sujetó y me golpeó el abdomen un par de veces; no me dolió.
Caminamos por el pasillo de varias puertas de madera; bajamos hasta el primer piso y cruzamos frente a unas amplias escaleras que llegaban al patio situado en medio del edificio con forma de herradura; la reja por donde entramos era custodiada por dos hombres. El tipo con el que discutí en el mercado estaba recargado en el barandal besando asquerosamente a la que asumí era otra edecán, por sus ropas azules brillantes.





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