lunes, 15 de febrero de 2016

Jazmin Delgado presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes (15 febrero 2016)

JAZMIN DELGADO


MIRAR DESDE EL SUELO

Después de estar fuera por algún tiempo, hoy regreso a casa. Ya sólo me faltan  unas cuantas calles. Miro al cielo tratando de ver la luna pero únicamente están las estrellas —hace mucho que no veo las estrellas ni la luna—.
Me quedé un instante hipnotizado por el cielo hasta que algo me distrae, un grupo pequeño de gente que cuchichea entre sí. Quizá ocurrió un accidente y hay algún herido o tal vez un muerto. ―Siempre es lo mismo cuando ocurren estas cosas. ― La gente atraída por el morbo de ver el sufrimiento de otros sale de sus hogares y trabajos para deleitar su curiosidad.

Recuerdo que la primera vez que vi  una persona herida, yo tenía ocho años. Aquel día acompañé a mi mamá al mercado, mientras ella compraba en un puesto de verduras yo fui a comprarme golosinas con el poco dinero que llevaba. Mi madre siempre insistía que no me alejara de su lado pero cuando escuché el chillar de unos niños y de una señora, no puede evitar mi curiosidad y fui a ver qué había pasado. Cuando llegue al lugar, se encontraba una anciana en el pavimento; y un niño entre lágrimas que suplicaba:

—¡No te mueras, abuelita!

Y una señora que decía:

—¡No me dejes, Mamá!

Los paramédicos estaban por llevársela y al momento de pasarla a la camilla vi como el rostro se le desprendió.
Asustado le grité varias veces a mi madre, quien llegó corriendo asustada, me abrazó y nos alejamos mientras me regañaba por no haberle hecho caso.
A pesar de que ya han pasado 17 años hay días en que sueño con eso.

Vi que el pequeño círculo de personas crecía de una manera considerable; hay gente que mira el  fúnebre espectáculo mientras comen, otras que se paran de puntitas para alcanzar a ver, otros toman fotos, hasta los autos disminuyen su velocidad intentando mirar lo que ocurre y como siempre, un policía que dice.

—Sigan avanzando, sigan avanzando.

Una señora que llega corriendo, distrae la atención de todos.

—¡Mi hijo, mi bebé… ¿Por qué Dios mío? ¿Por qué te lo llevaste?!

Al escuchar el llanto de esa señora, recordé que una ocasión en la que estaba en la preparatoria con mis amigos y decidimos no entrar a clases para ir a tomar unas cervezas. Cuando anocheció escuchamos unos disparos, mis amigos me dijeron que fuéramos a ver qué había sucedido, yo no quería ir pues me daba miedo que aún siguieran allí y también recordé la imagen de la anciana que vi en mi infancia. Pero para que no me dijeran que era un maricón los seguí. Supimos donde habían ocurrido los hechos porque de igual manera había mucha gente rodeando una tienda de abarrotes y cuando llegamos vimos el cuerpo tirado de un hombre, al parecer era el dueño de la tienda. Le había quitado la vida de dos balazos; uno en el pecho y otro en la cabeza, a su lado se encontraba su esposa quien gritaba a la gente que llamarán a una ambulancia, que hicieran algo en lugar de estar observando… Ni mis amigos, ni yo hicimos nada, estuvimos por un momento ahí, después nos fuimos a nuestra casa en silencio.

Hoy no era la excepción las personas musitaban “Pobre muchacho que Dios lo tenga en su gloria”, “Se ve que lo torturaron”, “Seguro andaba en malos pasos”, “Yo lo conocía era tan buen muchacho” “seguro que con estas fotos me dan algo en el periódico”. Todos hablan pero de seguro nadie sabe lo que le pasó, yo no entiendo por qué siguen ahí.

Hace algunos meses, mientras yo me dirigía a la universidad, una camioneta se detuvo enfrente de mí, se bajaron dos hombres, me vendaron los ojos y colocaron cinta en mi boca para finalmente subirme al automóvil. Durante ese lapso no pude hacer nada, me quedé en shock.
Me llevaron a no sé qué lugar en donde tenían a otras personas secuestradas, lo sé porque escuchaba sus llantos; era una mujer y un hombre.

—Checa sus contactos en su celular, ahí debe de haber algo— le decía un secuestrador (quien según yo era el que estaba a cargo) a otro.

—Ya valiste, hijo de tu puta madre —me decían mientras me golpeaban.

No sabía qué buscaban en mi celular, pensaba que quizás se equivocaron de persona, hasta que uno me preguntó

—¿A quién puedo llamar para pedir el varo?

 Me quedé paralizado hasta que uno de ellos me golpeó.

—Mira cabrón, si quieres salir de esta, más te vale que me digas a quien llamo, sino hasta aquí llegaste.

 Al escuchar que jaló el gatillo le dije que le marcara a Esperanza.

—¿Qué es de ti?—me preguntó el tipo sin quitarme el arma de la cara.

—Es mi madre—respondí.

No escuché la conversación, ni cuanto le pidieron.
—La vieja los va a conseguir, si no, le mandamos a su hijo en partes —se decían entre sí, no sé si era para asustarme o porque realmente lo iban a hacer. Me imaginaba la angustia y el dolor de mi madre que estaba pasando en ese momento.
Un día (o noche, no sabría decir la hora), escuché como entraron muy bruscamente esos hombres y le dijeron a otro de los que estaban ahí:

  —Ahora si te llegó la hora cabrón. No juntaron lo que pedimos.

―¡No por favor! ¡Haré lo que pidan! ¡Por favor, no lo hagan!

Escuché el llanto, la súplica de aquel hombre y como uno se lo llevó arrastrando a otra habitación, después oí un disparo…y en seguida un silencio.
La mujer gritaba aunque no lo lograba por la venda.

—Eso es lo que les espera —dijo uno de ellos al salir de la habitación.

Traté de que esas palabras no me perturbaran más de lo que ya estaba, pero la desesperación, la impotencia y sobre todo el llanto de la mujer no me lo permitieron. Mis lágrimas recorrían mi rostro, quería desahogarme de todo. Lloré demasiado, lloré hasta que el cansancio me derrotó y quedé dormido.
Pasó el tiempo, una eternidad y más. La comida que nos daban era muy poca, al igual que el agua. Me sentía débil, cansado, ya me había cansado de llorar, sólo esperaba que todo esto se terminara.
―Hoy se decide que hacemos contigo mamita ―le dijo uno de los secuestradores a la mujer,
Al parecer ella también ya estaba cansada de todo. No hizo sonido alguno, sólo suspiro. En parte me sentí tranquilo de ya no estresarme con los sollozos de la mujer.
Esperaba a que se decidiera su destino, aunque a esas alturas y por lo que le pasó al otro hombre todo era incierto.
Se escuchó como abrieron la puerta, luego los pasos que se dirigían hacía nosotros, la mujer empezó a llorar.

― ¿Pero por qué lloras mi chava? ―le dijo el hombre y se la llevó.
No supe qué pasó con ella.

Ya sólo quedaba yo temiendo por mi vida, pensando en lo que harían conmigo…


Escucho la ambulancia que se acerca al lugar, y sé que es mi última oportunidad de mirar una vez más el cuerpo torturado en el pavimento y así deleitar mi curiosidad, pero hoy prefiero pasarme de largo y llegar a mi destino, porque no quiero oír el llanto de Esperanza, ni cuando la ambulancia se lleve mis restos.




Jazmín Delgado

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