lunes, 1 de julio de 2013

Hugo Garduño presenta en "Cada quien su Boca" de Palabras Urgentes (1 de Julio 2013)





Espejo con botella y vértigo

De eso hoy me acuso.
Hoy que me he decidido a mirarte
     en tu total desnudez con tu abrazo.

Con tu abrazo a mitad de la desgracia
           y la desfachatez recostada contigo
     en mi cama cómplice y así vuelta torva.

Ajada madre que con etílico semen
engendraste a este ser que me ha desgarrado
                y soy, al estar en un casi privilegio.

Miembro de tu reino: Ese, de la algarabía, el devaneo.
              Espejos etéreos de esperanza y sonrisa rota.

De la alcantarilla álgida de mi alma y mi pasado.
        
De mi futuro prematuramente rencoroso.
           
            De mi estandarte, mi deliciosa panacea.


De mi auto infringido derretimiento en burbujas ácidas.
          
           De ese embrujo adolescente, ruin y cara dandi.

De ese elixir para restregarse la cara en las paredes de lo real.

En este suelo donde una vez corrí ligero.
Con el mármol de mi salud inquebrantable
   con la cual tanto te he estrechado antes
de cada mil derrumbe.
                                Porque desde hace mucho
      contigo, me acostumbré a vivir en la telaraña.
       Me acostumbré a sin remedio andar en el filo
                 aún con todas las cortadas y rasguños
que me provoqué al tropezarme.
               Porque siempre me fueron abominables
            los pisos demasiado planos.
                                                   Por no ser yo
un bienvenido en el mundo.
                                      Yo, un catalizador
de lucidez de piedra.


Postal de invierno

No existe el sosiego
cuando la existencia se desholla.

Dejando la carne inerte
enfebrecida del dolor que regresa.

Y la mirada puesta hacia su propio espectro
se ahoga en la ciénaga de todas sus miserias.

Y los días del presente, tienen un sol helado
  crudo que no engaña, y por eso es enemigo.

Se curva la aspereza para reencontrarnos
y abofetear al sueño, con el imperio de las malas horas.

No hay resguardo para adormecer la angustia
               ni ilusión que se resista a ser burlada.

El puñal que a la calma ha desgarrado
al regresar llega con la sangre que antes derramó.

El remolino es adentro de un cuarto que se cae
y la zozobra es por terminar totalmente a la intemperie.

Con el estómago lleno de navajas
          y el cuerpo despellejado ante una helada.

No libera ningún posible lazo hacia la infancia
pues ésta es un pequeño monstruo que persigue.

Tiene un rostro plañidero cínico
             que la ropa nos arranca a trozos
                           para echarnos a llorar afuera.

Antes no hubo más que una tina con cloro
                             para retozar en sombra.

Y hoy todos esos escondrijos forman
                            una laberíntica galería
en la que se anda con el lodo hasta los muslos.


Cara gris de invierno hermético
el panorama es de nubes nuevas que no nos conocen
         son altas y heladas, como océano que amenaza.

Al caer la noche es para salir a un desierto oscuro
        donde todos los vivos han huido a su refugio
                                  y ahí, le eres un extraño a todo.

Sólo eres tú el que conoce ese deambular aislado
    en la periferia de otros, y dentro de tu pozo húmedo.

La mañana nacerá de espalda a todas tus razones
                          y a todos tus quebrantos enemigos.

Y el mundo no habrá sido que cambió
seguirá conformado ante todo, de aquello que se toca.

Quizá así sea posible escapar de esa descomposición
                  de tu aura, haciendo
                                           sólo lo que es posible hacer.



La heredad

Cuando se nace con el nulo cobijo
                  de girones de suerte
la precariedad, el no tener
es un peso enorme que a la vida amarra.
Para desde temprano asumirse
        resignada la condición de no poder.

Para mirar desde lejos
las bondades que alfombran el piso a otros;
y desde el umbral de una inferioridad impuesta
arrancarle a un día unas migajas, sólo un poco
como condición única para seguir en el desahucio
                                                             permanente.

Para alimentar en ese día un cuerpo abrumado.
            Que parece a nadie importa, y no sabe
más de mañana, que la repetición avara tan sabida.
Y sólo espera que no sea tan mísera como tantas anteriores.


Al perfil del desheredado
lo ha carcomido un sol ardiente
La suciedad y grasa de aceras ruines.
La ferocidad y desolación mezcladas en el gesto.
El desgarbado andar de la vileza ingenua.
La desnutrida talla de los siempre peones.
El peso desbordado de la podredumbre de arriba.
Las íntimas enemistades y zancadillas entre parias.
Los pequeños crímenes de famélicos lobos
La violenta y enemiga relación entre la misma sangre.
Las últimas sobras para la jauría indolente.

Hay una nube ácida de la que se bebe.
Los zapatos antes de calzarse ya están rotos.

Desde una ventana alguien mira lo que no quiere
mira a los que están fuera de su cuadro.
Que hurgan entre bolsillos ajenos una piedad
para matar la inanición, sin esperanza ni arribo a nada
              mas que el tratar de ser menos machacados.


Para no sucumbir en ese mar tortuoso
                       en el que con dificultad respiran
             sujetados a una pequeña tabla.

Nada más para no perecer
                  en ese naufragio de desierto
           su única heredad y panorama.


Ahí

Ahí, cuando con el paso de mi tiempo lo deseaba todo.
      Lo mismo el prodigio para mi desmesurado sueño
           que todas las aristas en el filo de la vida abajo.

Una sola senda es la que se tiene
y pobre de aquel que la anda con los ojos bajos.
     Que de sí nada pide, y a la vida no pregunta.

Debía llegar la consumación de mi ansia.
Sin embargo para merecerla, antes al existir le necesitaba
                              conocer cada uno y todos sus rostros.

Y no tardaron en caminarme enfrente,
                                         como multiplicación de naipes
todas las posibles fracturas, de vidas que parecían no servir sino para eso.

Uno a uno, mientras el tiempo transcurría todos iban cayendo
       en cuentas de lógica, que únicamente esperaban su hora.
Perder y perderse no extraña, cuando en los ojos sólo está de no saber la nada.

Cuando la chispa de la sangre cree poderlo todo.
Porque tanto vale el riesgo, aunque no se sepa para qué lo sea.
             La audacia es candorosa, cuando apuesta por migajas.

Siempre en la lumbre y su escozor conmigo cerca
yo observé, y ya no me importaba tanto desbarrancadero y pifias.
Mucho enfrente como carnaval fue mi habitual vista, y de él pude formar yo parte.

En medio del temblor que produce la debilidad que cobran
           los estallidos insensatos de costumbre desquiciada.
             Sobreviviendo anduve, para no sucumbir del todo.

Y se hizo una usanza que nada sorprendía
ese desfile enfrente de la desgracia repetida de conocidos rostros.
Ahí nunca me pregunté, si sólo veía eso: porque estaba dentro de ese pozo.

Quién sabe cuánto puede saberse en un puro remolino.
En un mareo prolongado que termina atrapando puramente aire.
  En una vorágine de vida, que nada más sobre sí se convulsiona.

En el remolino de un tiempo laxo, yermo.
Donde el descalabro es familiar de suerte ordinaria.
Y todo, como el tiempo y la existencia parece no caminar nunca.

Sin embargo el tiempo apresurado casi con saña avanza.
Y en un pasmo ahí fui sorprendido, sin ya en mis ojos sorpresa a nada.
           Con el estandarte de mi ensueño, a un paso de tenerlo muerto.

  

Alrededor de la roca

En una nube de cloro.
Olor extraño de medicamento envenenado.
            Sabor sintético de fino carburante.

Se nubla la vista entre las paredes
se enturbia el aire que muy lento circula
             se contrae la realidad temerosa.

Fulguran las rabiosas ansias
por una quimera inaprensible de sulfuro
            que embruja pero no se alcanza.

El temor se acerca a la ventana
en una mirada paranoica hacia afuera.
Se desconfía de la realidad del mundo
                              que adentro se aniquila.

Al sumirse en el pozo blanco de la bruja roca.
El breve éxtasis: demonio paraíso en un punto
      que se confunde con cada partícula blanca
                cuando la necesidad es un arrebato.



El tiempo y las noches no son más que sirvientes
a los que se les destaza el cuerpo para el banquete
                                                       de las ansias.
       Y se les desecha en una cámara de limbo torvo.

Alrededor de la roca, la cofradía de los fantasmas
que ya poseen su color, olor, y ese humo en las venas.
            Enardecidos por ese tizne blanco que les flota
                                        al arrebato para poseerles.

Desde adentro con inusitada fuerza que se obtiene
y se desvanece en un segundo pulverizando a las vértebras.
                Dejando ahí mismo ese hueco enorme que exige
                                 más de ese sutil gas que nunca sacia.   

Y fuera de esa hambre todo lo que existe es nada.
          El piso siempre caminado se podrá romper
       se podrá volver sólo escollos sin que importe.

La ventana del porvenir habrá de tapiarse
   se procurará ignorar como mal presagio:
Burla adelantada, nubarrón o lastre impertinente.

Enfebrecidos en las tinieblas de la calle
 o al digitar un número para obtener el papelito
para regresar a la mudez apretando las quijadas.
   Para volver al éxtasis, de ese demonio paraíso.


® Hugo Garduño.

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