lunes, 1 de abril de 2013

Pedro Carpintero presenta en Cada quien su boca de Palabras Urgentes (1 de Abril 2013)

PEDRO CARPINTERO

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en el siguiente link:

POSTAL DE LA DEMOLICIÓN

Estrella la furia de sus botas contra ella. Una y otra vez los golpes caen como hachazos.  Parece que quisiera arrancarle las alas a patadas. Un crujido como de huesos que se rompen inunda el silencio de mi estupefacción. Son segundos muy largos los que tardo en reaccionar, suficientes para que la rabia detonada cause daños físicos irreversibles. Algo más sutil se quiebra en mis adentros. Los pedazos rebotan en el piso al igual que el último resabio de fe que tenía en tu persona.
Te jalo por los hombros pero logras zafarte para darle una última patada a mi moto, haz dado la puntilla antes de que pueda inmovilizarte. En un parpadeo mi sorpresa se ha trocado en ira absoluta. Ahora los dos temblamos de cólera al blanco vivo.  A penas puedo contener el impulso de borrarte la sonrisita con una bofetada, que tal vez no estallaría en tu rostro con la mano abierta. Me asusta comprobar de nuevo que repentinamente te puedes volver una pinche loca agresiva, peligrosa. Pero me espanta más el grado de rencor que me has desatado esta vez.
No es la salpicadera de una motocicleta lo que trituraste. Tu ataque fue contra mi salvoconducto para alejarme de ti y de las rutinas asfixiantes. No atacaste un simple vehículo, tu intención era maldecir mi vuelo.
Ahora lo que desató el infierno no fueron nuestras podridas infidelidades. No fueron las tuyas que de tan cotidianas se han vuelto casi inofensivas. Tampoco fueron las mías, tan segundonas, siempre eco afónico en busca de revancha. Lo patético es que el polvorín estalló  por una ridícula imbecilidad: te negaste a ir por la tercer caguama a la tienda. Tu colaborativa buenaondez se limitaba a  ayudarme a vaciar los envases pero no a rellenarlos.
Ni siquiera te pedía que la pagaras tú, pero resultó imposible convencerte por una simple razón: tenías wueba, de mi música, de mi sed permanente pero sobre todo de nuestra vida juntos. Fue tal tu mamonería y tajante renuencia que me nació del alma pedirte un break. Me aventaste el dinero de la chela de la discordia al tiempo que aceptaste el reto: “veamos quién es el primero en extrañar los pliegues del culo del otro”. Ok, es una apuesta y los dos jugamos.
El incendio empezó cuando estabas por largarte, llevándote tu cepillo de dientes (esa especie de banderín que desde el baño insinuaba una vida en pareja). Las puertas avernales se abrieron  justo cuando te pedí las llaves del depa. También me las aventaste, te noté a punto de estallar y tuve que bajar a abrirte antes de lo que parecía inevitable. Al cerrar la puerta del edificio sentí que daba carpetazo a nuestra decadencia a dúo disfrazada de relación abierta. Una mezcla de alivio con incertidumbre me acompañaron los primeros peldaños de regreso. Entonces unos golpes me hicieron regresar sobre mis pasos. Te habías vuelto un huracán de patadas contra mi moto estacionada en el umbral. Contra el único bien material inventariable que poseo. Contra ese apellido metálico de mi alma.
Tardo siglos en acoplar la llave para poder salir y detenerte. Todo se mueve en cámara lenta, pero las percusiones estallan en tiempo real. Cada madrazo parece superar al anterior. Las malditas vecinas se apuran a asomarse ebrias de morbo y hasta parece que quieren acercarse.
Cuando logro articular palabra te espeto todo el veneno que has logrado destilar en mi. Digo que me ahorres a mí y a tu familia estas escenitas. Te doy un boleto del metro y te recomiendo que te avientes a las vías. Se te ruedan lágrimas silentes. A mi se me desgaja el pecho por dentro. También me asombro de las púas que acabo de decir, pero es tanto mi macro encabronamiento que no me retracto y mi jeta se torna una sardónica cripta.
Te alejas, miro tu silueta perderse junto a la palabra nosotros, al doblar la esquina donde están esos refris llenos de cervezas que desde hoy me sabrán más amargas. Un peso se instala en mi nuca y por default bajo la mirada al suelo y veo los pedazos de plástico púrpura tornasol lanzar tonalidades que ya viran muy lentamente del odio a una percudida nostalgia.

SIETE MUERTES FELINAS

Dicen que la mascota eres tú. Que la supuesta buena onda gatuna,  más bien es una estrategia tiránica. El punto es que tan intensa es la compañía felina como su ausencia. Cada gat@ amaestra a su “dueño” para que se acostumbre a repetidas y repentinas ausencias. Un gato que no puede largarse es un ave enjaulada y su ronroneo es tan deslactosado como la fidelidad de la monogamia por contrato.

A un perro si lo puedes comprar con burda comida y arrumacos. Salivará y te hará fiesta en cuanto te vea, pero un gato primero atiende sus inexorables instintos libertarios antes que checar tarjeta contigo. Cada que “tu” gato sale a respirar te exige complicidad  y demuestra sinceridad a ultranza, sólo retornará si le da la gana.

Siete vidas, siete capas de garbo, por pelambre multiorgasmia absoluta y un chingo de azoteas pero ni así pueden caer parados cuando los alcanza la nada. De tanto irse cada bicho termina tarde o temprano por marcharse en definitiva.

La pérdida que más me ha dolido ha sido la de Chao, lo nombre así porque cada saludarlo era también un despedirlo. Vago como la testosterona más silvestre, llegaba a veces únicamente a dormir días enteros. Una ocasión desapareció 4 meses y una mañana cualquiera me arrancó el luto apersonándose con esa desfachatez de quien a penas se entera.
Como era de esperarse, Chao se esfumó sin dejarme un cuerpo que velar.

Quien si tuvo felina sepultura fue Momo, mejor dicho miausoleo porque se cayó entre dos bardas. Pasó un par de semanas con todo y lluvias hasta que alguien escucho unos débiles maullidos de ultratumba. Los bomberos tuvieron que hacer varios boquetes para atinarle y sacar al otrora regordete convertido en un trapo atigrado. Momo todavía vive, a pesar de que la parca se encariño con él al tenerlo tanto tiempo en su regazo y de que le cortaron las bolas para que a sus años ya no siga correteando la brama por los abismos.

Así como existe la pena ajena, existen muertes de mininos causadas por terceros que te pegan. La más ridícula y lamentable que conozco fue la de un kitten que según fue rescatado de la calle para caerse al día siguiente en el desagüe de la supuesta azotea redentora.

Cuentan que a Marx se le murió un hijo por falta de medicina. Había sido vetado por obvias razones en las empresas de su tiempo. Supongo que yo no estoy en ninguna lista negra, pero si he soportado rudas rachas enlistado en el sub empleo. En un periodo rotundamente aciago se le ocurrió a la Bicha tener su cuarta camada. Comíamos poco, si a mí apenas me alcanzaba para una bolsita de chicharrones de cerdo Barcel con cuatro tortillas, comprenderán que a la Bicha era raro que le tocaran Wiskas. Los tres gatitos nacieron desnutridos y enfermaron de roña que tardó en matarlos varios días. La gata me los traía uno por uno, me los ponía enfrente y se me quedaba mirando como esperando a que hiciera algo. Impensable recurrir a un veterinario, tampoco junté fuerzas para ahogarlos y al menos acortar su agonía.

Años antes, cuando tuve que mudarme a una azotea con Chao, me percaté que teníamos una vecina que no había alcanzado cuarto. Del noviazgo, la Mirra tuvo un solo cachorro, blanco total, casi albino. Una mañana lo encontré agonizando y se me murió entre las manos. Agarré la jarra y cuando el vecinito subió a tender ropa, alardeó que él había puesto el veneno “a tantos gatos hay que sacarlos o matarlos”. Tomé una cadena y me le fui encima, esquivó el golpe y por fortuna se echo a correr, lo celebró porque en verdad mi furia era como para masacrarlo. A los pocos minutos regresó con un golpeador a sueldo, un mastodonte que vivía en la esquina alimentándose de chemo y caguamas. Sin pensarlo arranqué un tanque de gas y con mi encendedor en la diestra los amenacé con generar un siniestro al sopletear sus miserables carnes. Pude repelerlos pero terminé expulsado por el casero. No me arrepiento, cada quien defiende a su familia como puede.

Convivir con felinos es un curso intensivo para asimilar el desapego. Si tus seres queridos tienen cola, resígnate a las constantes despedidas, incluida la definitiva.

®Pedro Carpintero

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