jueves, 12 de abril de 2012

Raciel Rivas presenta en Cada quien su boca, de Palabras Urgentes


RACIEL RIVAS


El regocijo de los pastos


Sobre piedras crujientes corren perros
¡Noche bienaventurada!
¿De dónde aspira la naturaleza su placer?
De ellos, por ahora.

Verdes plumas del jardín
son acariciadas al rodar húmedos los cuerpos,
luego del baño lúdico en el lago negro;
Refugio acuífero donde el olor a urbanidad se olvida
Y se respira la canela del subsuelo.

¡Se revuelcan los mamíferos!
Pocos lo percatan, unos cuantos los señalan.

Dedo artrítico de mando y exclusión:
“Sucios, callejeros, sin dueño ni Dios”

Pero ellos
Empanizados de simpleza,
Ladran melódicamente a carcajadas…

Jauría sonora sin director de orquesta.

Lunáticos,
morenos,
perros gordos,
macilentos.

Sáquense la lengua,
doblen sus falanges, crucen por los aires.
Corran hacia las arenas movedizas…
Que el pellejo les cuelgue como baba: cerveza entre sus fauces.

Rasguen con sus garras la espalda de las piedras
Que truenen con espasmo
entre la lluvia del placer
¡Que nunca pare de llover!
Y si llegase la sequía…
orinen por doquier.


Creí que era indigente

Con botas de tierra seca
camina en busca de la anomalía.
Su piel nos mira, y sus labios describen en susurros
paisajes de territorios adustos.

Ella es sexo negro,
ojos rojos.
Espuma de la noche cae sobre su rostro.

Estira su red para pescar.
Captura monedas;
las besa con los dedos de su mano.
Escupe y ruedan hacia la cloaca:
no saben a dulce.

Mira las pompas de jabón
volando aquí y allá.
Las detesta:
exceden lo dulce.

Con botas de tierra seca
Corre en busca de la lluvia.
Se empapa,
la mojan grandes elefantes
con su trompa de metal.

¡Estornuda en risas!
¡Estornuda en risas!
¡Estornuda en risas!

Me sorprende…
tiene los dientes blancos,
y es capaz de desprenderse de sus botas
con el beso frío de los charcos.




Banquete en el asfalto


¿Quién puede caminar sin costras en los ojos?
Los platillos son cuantiosos
y el vapor que emanan derrite micas,
lagañas plásticas.

El buffet más codiciado, el restorán de la ciudad,
requiere llagas, boletos de acceso,
para devorar manjares, retazos con hueso.

¡Levante la mano! la dama famélica,
que observe el menú del asfalto
virgen de sus pupilas con párpados ornamentados.

Exclame quejumbroso el hombre ciego,
ignorante del rumor y del olor a carne repartida
esparcida en la mesa grisácea del concreto.

Es un vicio rascarse las costras de los ojos.
irritarlas, dejar que sangren, y recibir gozosos
el pútrido alimento.

¿Quién camina desapercibido con costras en los ojos?
¿Quién puede andar en la cocina cotidiana libre de lagañas?
Muchos quieren enchinarse las pestañas,
aparentar miradas en ayunas.
Construir el montaje de sus vidas con un poco de rímel,

Muchos justifican su barbarie
afirmando solo ver, y no saber,
cuánto cuesta de verdad un kilo de carne.












La esquina silvestre.

Tus piernas mudan de piel.
Boas nocturnas
que dejan su pasado en la maleza.

Algunos cazadores quieren comprarlas,
muestran el plomo devaluado de sus triunfos,
y exigen encerrarlas en el cuarto frío
de sus sueños turbios.

Hay quienes intentan seducirlas;
Susurros de una flauta.
Y ceden con la melodía
Sigilosa del placer.
Más la seducción de quieta noche
No es su hybris, su derroche.

Me has visto tras el vaho de mi ventana,
saciar mi fiebre en lo oscuro de mi mente.
Más no dejan su esquina,
Su refugio peleado con honor.

¡Tus piernas cambian de color!
A veces tonalidad de vaca;
De pronto del asfalto: grisáceas.
Me gusta cuando son fosforescentes
y los conductores se detienen
a jugar a la subasta.

Pero me estremezco con otro resplandor,
su color misterio, fundido en los asientos copilotos,
en el paisaje incierto de la madrugada.

Esas anacondas,
que soportan el cuerpo atípico de tus deseos,
me ennoblecen,
me tornan temple,
cuidadoso en el mirar:
Las observo tensas cuando quieren alimento,
l á n g u i d a s d e s p u é s de d e v o r a r.

Noche a noche me pregunto,
inquieto en el silencio,
¡cuándo envolverán mi cuerpo!
¡Comprimirlo!
Asfixiándolo en el pantano caudaloso
De la enfermedad.


No quiero ser un cazador
Mantener la postura…
Solamente, un día cualquiera,
Una noche de desierto,
Aprender a componer contigo
Los gritos silvestres de la locura.




Pronóstico del día.


Surgen invidentes los días:
Luciérnagas ahogadas en el fango.
Úteros terrestres paren rayos de párpados incinerados.

Días coléricos, numéricos, narcóticos.
Diarreicos, insalubres, laborales.
Diacetilmorfina, caudal de carne, río de hemoglobina.

¡Días más, personas menos!
Migas neuronales entre rocas:
bocado de los doce buitres en la hora del cenit.

Alienados marchan días
Devoran plomo y lo rocían en vómito
A las flores del jardín.

¡Lápidas floreadas!

Muchos días, poca gente.
El sol... nostalgia en el poniente.
Largo el silencio, fría lluvia sobre su espalda.


Y las noches, descalzas,
huyen entre espinas de guerra empedernida.
Buscan afanosas un oasis; el espejo de la luna.
La miran, se sumergen en la calma tibia.

Pero amanece…
¡Suena la garganta del gallo A-K47!

¿Buenos días?

Buenos días aquellos que surjan del vientre artístico del ser mundano.

¡Buenos días aquellos que broten de los dedos limpios de la mano!

®Raciel Rivas

No hay comentarios:

Publicar un comentario