jueves, 26 de mayo de 2011

Miguel Tonatiuh presenta en Cada quien su boca de Palabras Urgentes (26 de mayo de 2011)

MIGUEL TONATIUH

AGUA

El narrador dejó el papel a un lado de su cabecera como testimonio anónimo. La familia lo encuentra y lo destruye. Por fortuna lo hallé -después de que la familia me dio la noticia- en estado legible y con una concordancia tal que me asombró.


El hombre segrega desastre.

E.M. Cioran

Serían las diez o las once, no tuve la certidumbre pero mi mano se extendió hacia el buró, lo fui descubriendo completo. Lo admiré y provocó en mi la sensación de esa realidad: rojo en su cuerpo con sus manecillas negras. No creería verlo tan reluciente después que tanta veces lo he arrojado al piso con ira: por su naturaleza servil al sol, a la madrugada y por desesperarme al despertar con ese sonido monótono.

Antes de mudarme aquí, viví tranquilo con mi familia, ahora, en esta buhardilla sólo el grito puede unirme con los inquilinos de abajo.

Intenté alejar mi vista del objeto. La perra dálmata, que me regaló mi madre, dormía al lado de mi cama, sentí el impulso por llamarla. No tenía nombre. Algo se rompió en mi cabeza.

Desperté, los minutos que transcurrieron parecían prolongarse, miré la hora. La perra agitó su cola; ella permanecía en su sitio. Escuché un zumbido y mi reloj oscurecía. Todo su interior acumulaba agua, escurrían goterones de líquido turbio, como un río después de la lluvia. Noté que en su parte circular se ennegrecía y que en él flotaban animales pequeños y babosos. Alrededor había hormigas que caminaban en círculos como haciendo un ritual. Tuve miedo pero la curiosidad me llevó a tocar el reloj; una sanguijuela se prendió a mi dedo, caminó ascendiendo hasta mi mano. A cada paso bebía mi sangre. De una aparente molestia se trasformó en un dolor continuo. Reaccioné con mi otra mano. Era una y después fueron decenas, cada agitación de la muñeca las multiplicaba por diez, por ciento, por mil, hasta convertirse en una piel encima de mi piel. Juro que grité, pero lo único que salía de mi boca eran vidrios molidos, minúsculos, que escupía al suelo como blasfemias, como nombres o hechos diferentes. La perra ladraba, no salía el grito salvador, el sonido que hiciese que mis vecinos atendieran mi llamado de auxilio. Permanecía completamente solo, oyendo sus ladridos, sin que alguien se asomase a mi habitación; nadie la oía ladrar, nadie.

Recuperaba la voluntad, cada vez era más lúcido, me despabilaba. No era mi reloj, estaba seguro, ni tampoco, mis manos. Apreté los párpados con la convicción: “El sueño, es el sueño”. Logré desterrarlo.

Fijé mi atención en el foco: los desprendimientos ámbar que lo iluminaban todo; el cuarto permanecía en calma, cambió su aspecto oscuro, crepuscular; las paredes estaban teñidas de verde turquesa. Al fin terminó, se percibía un claro silencio de mañana que entraba al cuarto. Respiré hondo, feliz de colocarme de pie, ponerme frente a la luz de la ventana que las cortinas detenían. Ya no temí al objeto ni a sus alimañas.

El artefacto estaba henchido de agua, mis manos dolían y las descubrí pobladas; imposible al intento del grito. Sólo comenzaron los cristales a convertirse en palabras y saliva sin sangre. Nadie escuchó a la perra que ladraba con desesperación. Yo permanecí consciente y la distinguí con unos colores vivos: blanco y negro, su pelaje relucía. Intenté tocarla pero se echaba hacia atrás; ella era el único testigo de la manera en que los cristales emanaban de mi boca; tambalee, los animales comían mi sangre, habían expandido su mancha hasta mi rostro. Temblé de ira y temor. Los trozos de vidrio me dieron cuenta de lo que sucedía, uní esos fragmentos para hilar este texto. Las palabras estaban ya muertas. La dálmata se acercó a lamer mi rostro. No supe más de la mañana que cedía. Al final me dejé caer, uní los brazos a mi pecho, apreté los párpados. Ya no escuchaba nada.

El cuerpo fue encontrado boca abajo. No había rastro de violencia. parece que el hombre se levantó inconsciente y murió asfixiado por su propia lengua. Había huellas de una materia líquida en el reloj. La perra aulló durante dos días la pérdida de su amo y, posteriormente, murió.

Miguel Tonatiuh

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