lunes, 3 de enero de 2011

Eric Marvaz presenta en Cada Quien su Boca (30 de diciembre 2010)

Eric Marvaz presenta en
Cada quien su boca de
Palabras Urgentes
Intentando...

Bajo tu sábana el lago del deseo crea constelaciones acuáticas.

El motivo de mis devaneos es poner letras en el folio vacío; la esperanza son tus ojos a través de la persiana entreabierta de estas líneas. Observas mis movimientos noctámbulos en tanto te haces la idea de qué parábolas hicieron estas manos, o cómo del aletear de mis labios calando el cigarro, o sobre el pálpito de mi torso tratando de hallarte.

Duermes y se me hace de pésimo gusto colarme en tu lecho para poner mi piel tibia a tu lado, un atropello a la sutil respiración que te domina, una falta de respeto a los sueños que, quizá, he ocupado un poco.

Viaja la palabra contemplación desde mis dedos; hurgándote los senos que venero, besándote las comisuras del sexo, acariciándote el calor que me llama quedo: paulatino pero incesante.

Demasiado rojo

Dejo volar las manos a dos centímetros de tu piel con la intención de sentir la calidez sin transgredirte, con el afán de conocerte sin pretenderlo todo ¿Para qué romper el sueño? Miro desde lejos los reflejos pálidos de ese terreno fértil. Convoco las fantasías en mi bajo vientre; el viejo guerrero se despereza, vislumbra el ambiente cuál si pudiera olfatearte. El dolor inerme de saberte ajena se me traslada a la cabeza en forma de un golpe furioso. Tiempo, distancia, distancia, tiempo. Sigo andando el camino al sur. Tu respiración es como los vientos de los últimos tiempos, fuertes y lentos, al contrario. Habrá que hacer rendir esta oportunidad. Alargar los minutos, prolongar esta tarde de pleno invierno.


Voy desde el principio, recorro tu cabello igual que las veredas a la escuela, lento, sin querer llegar al encuentro del destino, paseo por tu cuello largo y suave (eso imagino), voy por los hombros altivos sobre los que me miras, termino en la curva descendente de la espalda, quedo en tu cintura. Mis suspiros mueven hasta el mismo suelo y temo te des cuenta de mis intenciones, el terror, tu sapiencia de mí me vuelve visible y por tanto mortal, aunque no me miras siquiera. Hago mis cimientos en tu cadera: te vuelvo capricho de mi deseo, puro instinto, las salvajes ganas de cojerte sin meditarlo, el sublime ayuntamiento carnal, la lascivia mortal de hundirme dentro de ti y ahogarme en esa espesura de musgo negro, todo, completamente.

Volverme parte tuya.

Faltan palabras para hacerte un amor irreflexivo de animal en celo.

¿Y si me acerco y le digo quién soy? Pensaría que soy loco, ¿no?, además no tengo de qué hablarle. Un momento... sí tengo:

“Soy un escritor en quién nadie cree, pero a mis cuarenta años sigo escribiendo, quiera o no quiera, de cinco a seis. Mira: enciendo un cigarrillo a las cuatro y cuarenta y cinco, sumido entre la oscuridad que espera al sol, con la lengua alborotando un humo que supongo azul, y te llamo. Te suplico que no pases de largo, yo y la misma banca y la misma esquina y la misma hora, entre todos vamos confabulándote; y eso que sé que la empresa se va volviendo un imposible. Tú impregnando el aire con el aroma de los muslos y el vendaval de tu falda soltando suspiros perfumados. El paso de las horas y el pasivo deseo te han investido de esa infusión que te brota por los poros. Y quiero decirte: Vamos por un café, soy un intento de escritor inofensivo, tengo cuarenta años y como último deseo te quiero a ti en mi misma mesa. No soy mucho pero te prometo cenizas rodeando nuestros cuerpos en cada amanecer”


Al final dejo que te vayas. La consecución de esa fantasía puede dejarme llorando de cinco a seis y ya no escribiría mis caminos de derrota.

Ni siquiera me atrevo a indagar por las noches que no te he tenido. Auguro, presiento, imagino, supongo. La creatividad de mi oficio de “mal entendido escritor” no hubiera sido suficiente para construir esa maraña de nervios que eres tú. Te tuve en la orilla del sueño. Y soy tan egoísta que no reparé en tu propio placer, el sincero, el de cerrar los ojos y abandonarte al chorro de agua caliente que es con lo que te contengo y caliento tus pies. Nos besamos tanto y tan bien que olvidamos el lugar y el modo…

soy tuyo en tanto tú eres mía, aquí, ahora


… y tu lengua iba buscando mis recovecos y la mía, la mía iba tratando de reconstruir dos o seis frases torpes y poéticas aprendidas en el pasado, ¿de qué modo te digo que la sal que esparciste en el colchón no era otra cosa que mis deseos convertidos en mar? Trataré de la más fina y buena forma de satisfacer algunos de tus caprichos, no todos, pues de lo contrario el deseo por mí se te agotaría; por mí que de ahora en adelante me conformo con pisar la huella húmeda que has dejado en la alfombra, la que no ha de volver a vernos del mismo modo.

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