jueves, 20 de enero de 2011

Alina Hernández presenta en CADA QUIEN SU BOCA:

Alina Hernández presenta en

CADA QUIEN SU BOCA


Umbral marino
I

Surge de este cuerpo
un estruendo interminable de vacíos,
los edificios gritan castillos de arena,
buscan en el asfalto
el nombre de las olas.

Asalto de sed en el cemento

Una explosión de ruedas
arranca mi canción de sal
porque a nosotros,
los imperturbables,
nos sobra demasiada ciudad.



Canción de Mirra
III


La mirada se ha filtrado
hasta la espalda de su esposo,
hasta el estruendo que brotó
en las lumbares de su hija.

la mirada madre
se ha clavado como uña
y se ha adherido como costra
entre sus cuerpos.

La mirada madre de mujer casada
va explotando en los rincones de la casa,
va arañando con sus gritos
las paredes de los cuartos profanados
que no paran de estallar en llanto,
que no cesan de escupir los coágulos.

El amor de madre y el deber de esposa,
se perdió entre la luz de su marido
y la putita que nació de sus entrañas.


La mirada de los otros

¿Qué soy yo sino un disfraz?
Una envoltura de máscaras
pegadas a la boca,
quijada de sonrisas
que se quiebran en mi rostro.

¿Qué soy yo sino las voces?
Sonidos que se clavan
en mis letras
pulsando la escritura en mis oídos.

¿Qué soy yo sino una hoguera?
Un gemido inverosímil
que se agota
en las cenizas de palabras.

Soy tan solo la mirada de los otros
que aletean en mis canciones.
Soy tan solo unas manos
que se prenden a mi lengua
para gritarme
que soy ellos,
que soy todos,

menos yo

DÍAS FELICES

Es que me siento sola. Madre me abandonó cuando tomábamos el autobús. Los pasajeros traían una sonrisa que el agua de la tormenta no borraba. Mis ojitos se caían y rodaban por la calle cuando me obligó a subir sin ella. Se despidió, clavó sus uñas en limones y los puso en los agujeros de mis ojos.

He llegado a este país pero me olvidé con ella y sólo traje el cuerpo.

Los hombres-sonrisas vieron la piel verde de mis párpados y me regalaron una máscara – ¡Qué bonita máscara!- decían con sus bocas deformes y sus arrugas en la frente – ¡Pero qué bonita máscara!- repetían todos a carcajadas, con las orillitas de la boca pegadas a las orejas.

Sí, me la puse para jamás quitármela, vendí el cabello rizado de Madre en las esquinas y tuve dinero y me compré muchas máscaras de colores, de muchas formas y tamaños. Bailaba, sí. Me disfrazaba con trajes de bailarina y cantaba con voz prestada por sonrisas extranjeras.

Pero no, yo no soy feliz, es que me siento sola sin mamá. Es feliz la carita de sonrisa indeleble que cuelga de mi pelo, yo no.

Me da miedo llorar, es que si lo hago, las lágrimas romperán el rostro contento que compré con sus rizos y aunque me cosa los párpados, los limoncitos no dejan de sangrar entonces mi cuerpo grita hasta astillar las comisuras que me hacen ver sonriente.

Por eso no lloro.

Textos de Alina Hernández

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