lunes, 26 de febrero de 2018

Alejandra Calixto presente en "Cada Quien su Boca" de Palabras Urgentes (26 de Febrero de 2018)


ALEJANDRA CALIXTO

FRAGMENTOS DE LA NOVELA “EN LA PIEL DEL DESAMOR”

CAPÍTULO I ¿QUIÉN ERA YO?
«¿Por qué regresaste? ¡Estás loca! ¡Perdiste la oportunidad de tu vida! ¡No vas a encontrar algo mejor a tu edad!» Esta fue la letanía que reventó mis oídos cuando regresé a México del viaje que trastocó mi vida, con la autoestima hecha trizas y los sueños pulverizados. Pero esto a casi nadie le importó, mucho menos a mi  familia en su afán de obtener respuestas que no quise dar. “¡Váyanse todos al diablo!”, pensé, sin atreverme a abrir la boca y escupirles mis verdaderos pensamientos, pero me los tragué  dejándolos con la duda. Decidí callar… callar como lo hacen los cobardes que no se atreven a expresar  lo que los mata por dentro: “Que cada quien especule, que cada quien se cuente su historia, que cada quien crea lo que le venga en gana”, me dije apretando la mandíbula. Si un día se dan el tiempo de leer lo que narro en estas páginas, encontrarán las respuestas, conocerán los motivos que tuve para regresar al lugar del cual huí; sabrán que fueron alguna de las razones de esa huida, y también, paradójicamente, de mi amargo regreso. Quizá así dejen de juzgarme y vociferar que perdí la oportunidad de tener un destino mejor.
. La insatisfacción de mi corazón hacía concebirme desconectada del mundo, y perder poco a poco la pasión por mi trabajo; mi entusiasmo se fue apagando hasta convertirse en un acto mecanizado y rutinario. Era una vela apagada consumida sin ánimo de encenderse de nuevo.
Estaba mermada al punto de perder la capacidad de disfrutar lo que tenía  a mi alrededor —incluida a mi familia— por enfocarme en las carencias y depositar mi felicidad en alguien que estaba muy lejos de concebirme de la forma en que yo lo visualizaba. Él trajo a mi desierto camino un alud maravilloso de vida cuando el destino, la casualidad, Dios, o lo que haya sido, lo alinearon con mis pasos, carentes de dirección y movimiento. Ese alud de vida subsistió por un tiempo, menguó ante los ojos y se desmoronó entre los dedos de una mujer cada vez más desahuciada. Esa mujer era yo.


CAPÍTULO XI EL ÚLTIMO TREN
«El último tren… El último tren… El último tren», destructoras palabras que retumbaron en mi mente como si se tratara de una bomba expansiva que acabó con los restos de autoestima que se resistían a abandonarme.
“Debes de quedarte con quien te quiera y no con quien tú quieras” .
Todas esas sentencias impactaron mi ser.
CAPÍTULO XIV LA PARTIDA
El deseo de clavarle un puñal a ese amor no correspondido y lincharlo de una vez por todas, me cegó a tal punto que no me di cuenta de que con ello me estaba asesinando a mí misma.
Con la visión de que no había absolutamente nada que me detuviera, continué mis pasos sobre el camino tortuoso de la huida.
Mis libros, agendas y fotografías formaron una montaña cubierta de recuerdos; me senté en los sillones que eran al mismo tiempo mi cama para fijar la mirada en el piso mientras apretaba en mi pecho todos los documentos debidamente apostillados para tramitar el certificado de soltería en París.
Al cabo de unos minutos, Coquito entró y fingí la mejor de mis sonrisas, proeza inútil ante aquellos ojos vestidos por años de experiencia ante la vida.
Ella siempre supo lo que me ocurría, sin embargo su pensamiento era el resultado  de historias amorosas desdichadas, los cuales ahuyentaron la esperanza de tener un desenlace feliz con Héctor:
—Hija, deberías ser la más feliz. Si tu madre viviera, estaría orgullosa de ti; mírame —alzó mi mirada—. ¿Quieres llegar vieja y sola a mi edad?
Dormí con esa consigna que producía un eco lúgubre en mi corazón, misma que me acompañó en  esa última noche.
La llegada al aeropuerto ahuyentó mis pensamientos que estaban a punto de quebrarme…
Moría de pavor sin tener la valentía de aceptarlo, no tuve el coraje ni la fuerza para detener aquella catástrofe y enfrentar los demonios que circulaban en mi vida; carecía de voluntad y deseaba ser rescatada como en los estúpidos cuentos de hadas, a la espera de un milagro que cabalgara hacía mí   con el anhelado mensaje de su príncipe azul diciendo: “No te vayas.”
Respiré resignada y apagué el celular al mismo tiempo que una espada atravesaba mi médula dorsal porque ni el mensaje y mucho menos el príncipe llegaron… al menos en ese momento ni por esa vía. El avión emprendió el vuelo con el nombre de Héctor rasgando mi garganta.

CAPÍTULO XVIII LA OTRA VOZ
El vacío que traía conmigo no fue posible llenarlo con atenciones, lujos y buenas intenciones. Las palabras de Coquito no estaban cumpliéndose, al contrario, ese aterrador vacío se iba incrementando.
Un sentimiento de indefensión comenzó a aprisionarme, hasta ese momento me percaté del valor de mi profesión y del trabajo que ejercía, que desdeñé y minimicé infinidad de veces por mi amor frustrado, por el hartazgo de una familia que todo tenía menos ser precisamente una familia y que, paradójicamente, con todas sus deficiencias, disfuncionalidad y diferencias, ya extrañaba.
Una tarde, recordé las sentencias de Coquito que no eran más que malditos mitos de una herencia matriarcal castrante, aterradora; tan aterradora como el monstruo de la verdad que se asomaba y del cual me escondía en lugar de enfrentarlo. La palabra fracaso era inadmisible en la primogénita, en la profesionista, en la solterona que tuvo la suerte de encontrar un hombre bueno con dinero. No, no era posible reconocerlo ante la familia de la que huí.
Aquel temido leviatán apareció con mayor ímpetu en una ocasión cuando me dispuse a bañarme en aquella tina cuya regadera demandaba estar de pie… Ahí parada, vi mi cuerpo desnudo reflejado en el espejo. Nunca me vi como en aquella ocasión, con mi propio reflejo absorto, inmóvil. Ese acto me confrontó conmigo misma, y entablé un diálogo al tú por tú: “Lilián, deja de esconderte y lloriquear, solo tienes dos caminos: aguantarte y seguir contándole a los demás el cuento de que eres la mujer más feliz con alguien que no amas pero con una vida cómoda, sin preocupaciones…o el de regresarte a México con la cola entre las patas, con el estandarte de fracasada ondeando rimbombantemente y comenzar de cero.”
El temor de ser señalada, además de solterona, “fracasada”, me condujo a decidir continuar, aguantarme, sobrellevar a Monsieur Bouvet, proseguir contra viento y marea… Sin embargo, no conté con que me iría marchitando junto con aquella planta que François comprara el primer día de estancia en Marsella.


®Alejandra Calixto 



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