lunes, 12 de diciembre de 2016

Roger Vilar presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes (12 diciembre 2016)


ROGER VILAR

"Una Oscura pasión por mamá"

PRIMER FRAGMENTO
Mi madre me ató las manos a una tabla de carnicero y me las cortó de un hachazo. “¡Niño malvado, ya es hora de que empieces tu relato!” Me siento sobre un tronco. Delante de mí hay una mazmorra. Dentro de ella mis manos, sin brazos, sin cuerpo, escriben que yo me marché de la isla. Ahora, después de muchos años, regreso caminando sobre el aire. La noche es luminosa. Abajo está mi casa sin techo. Nadie duerme en la cama de mi padre; en la suya mi madre yace muy quieta. ¿Estará viva? ¿Me reconocerá? ¿Se dará cuenta de que he regresado? Comienzo a gritarle desde las alturas. “¡Mamá, mamá…! ¡Aquí estoy de nuevo!” Ella no se mueve. Intento dar unas fuertes palmadas, pero mis muñones sólo producen un ruido apagado. Nunca podré despertarla. Pero estoy equivocado. Mi madre se levanta, patea los muebles y golpea las paredes; va hasta la panera que hay en la cocina, la abre, saca con las uñas unos mendrugos secos y empieza a tragarlos con voracidad. Cómo es posible que coma esa basura. Quiero alertarla desde el aire, vuelvo a entrechocar mis muñones. Con cada golpe a ella se le parte una uña. Sangra. No se da por vencida. Saca la lengua para lamer la tabla. Golpeo más fuerte, provoco una hemorragia en sus encías y otra vez me salen las manos, pero truncas, sin dedos. Escupiendo coágulos, pedazos de dientes podridos y maldiciendo, mi madre escapa a la calle. Desciendo para estar frente a ella. Tiene la cara llena de manchas y usa un vestido muy viejo, casi harapos, de cuadritos negros y blancos. Abre la boca sangrante, tal vez quiere decir algo pero no puede. “¡No debes comer esas basuras, mamá!”, le digo. Retrocede. Los dientes rotos le castañean. No puede apartar la vista de las venas y nervios que cuelgan de mis manos. “¿Te gustan mis venas, mamá? Pronto te tocaré con ellas para demostrarte mi amor”. No responde. Sigue retrocediendo por la calle oscura. A ambos lados apenas se dibujan los portales silenciosos. “Ven, quiero darte un abrazo, te he extrañado mucho mientras vivía en el extranjero”. Mi madre sale corriendo calle abajo, pero la alcanzo y la detengo con mi manojo de arterias colgantes. Siento el olor de su carne quemada. “¡Suéltame, hijo, suéltame!” Se libera de mí. La piel le humea. “Quiero prepararte algo de comer”. “¿Entonces por qué no me invitas a pasar?” “¡Perdóname, perdóname... perdóname! ¿Me perdonas? Ven, vamos a la cama donde dormías cuando eras un niño”. Me empuja por el pecho y me va conduciendo. Sus manos de uñas sangrantes cada vez presionan menos, más bien acarician; con suavidad, con lentitud, las introduce debajo de mi camisa. “Tú, hijo, no muevas los brazos y no me toques”, me pide. Me besa el cuello, lo muerde. “No sabes lo duro que es para una madre dejar de acariciar a su hijo por tantos años”, me susurra al oído. Tomo sus hombros y la aparto. Chilla como una lechuza atormentada. Del vestido vuelan chispas de fuego, se las sacude y me dice: “Bueno, pasemos”. No veo la casa que divisé desde las alturas. Sólo hay unos palos carbonizados y unas paredes en ruinas. “¿Qué ha pasado aquí?”, le pregunto. “¿Hubo una guerra?” Ella se queda muda.




SEGUNDO FRAGMENTO
Creo que el amanecer ya está próximo. A mi madre se le cierran los párpados de cansancio. “Ya vámonos a acostar”, me pide. “No, todavía no, vamos a conversar un rato, hacía muchos años que no hablábamos”. “Bueno…”. “Pues fíjate, madre, que tengo un nombre en la cabeza, me da vueltas y vueltas”. “Escríbelo, a lo mejor es tu nombre, que ya lo has recordado”. “No, es un nombre de mujer, y no se va, Elenor, Elenor, Elenor, da vueltas y más vueltas”. “¿Quién es ella, hijo?” “No sé, estoy seguro de no haberla conocido, sin embargo la puedo describir, es bella, una sola palabra suya es como si te tocara el sol”. “Esos nombres de gente desconocida pertenecen a almas en pena. Ruega a Dios, hijo, para que Elenor nunca te encuentre, porque seguramente está endemoniada y te matará”. “No recuerdo ningún rezo, mamá”. “Entonces te eduqué mal, no corté todo lo malo de ti, pero algo haré, tendré que pensarlo”. A pesar de la hora que es mi padre todavía no aparece. Siento mucho miedo por él. ¿Estará muerto? No me atrevo a preguntarle a mi madre. “Bueno, hijo, ya si quieres vamos a dormir, acuéstate en mi cama, quiero sentir tu calor, complace a tu madre”. Imagino su pelo sucio contra mi cara, sus costillas se encajarían en mi pecho, y los huesos de sus nalgas en mis muslos. Si tuviera unas nalgas gordas, lozanas, perfectamente engarzadas a una cintura fina, sería placentero. Más adelante la engordaré y la disfrutaré, me digo. “No, de ninguna manera, no dormiré contigo, dormiré en mi cama”. Pienso que me regañará, pero sólo sonríe con una mezcla de astucia y tristeza. “Bueno, que Dios te bendiga, ¿qué le habrá pasado a tu padre que todavía no llega? El pobre trabaja tanto. ¿No quieres que te diga otro pasaje del Apocalipsis? No, mejor mañana, debes de estar cansado. Bueno, si te vas antes de que yo me despierte, no olvides darme un beso, aunque esté dormida”.

TERCER FRAGMENTO
Despierto en este sillón, frente al amanecer, que le da un tono entre neblinoso y plateado al mar que se estrella en el malecón. Ya llevo tres días sentado aquí, no siento hambre, pero sí un gran cansancio. Hago un esfuerzo por seguir imaginándote, Elenor. No tener la certeza de si eres real es triste, pero me da una ventaja: puedo manejar tus actos. Supondré que vas a salir de tu extraño monacato ateo para buscarme por amor. Si me encuentras podrás salvarme de los acosos sexuales de mi madre, y tal vez conducirme hasta la mujer que antaño conocí como mi engendradora y que siempre me profesó un decente amor. Mejor aun, podrías descubrir donde está “el emisor de pesadillas” y destruirlo. Así no tendré que entrar a esa torre blanca que me horroriza, y a la que mi madre me ordena ir cuando se aparece en sueños. Por estos motivos iniciaré tu proceso de salida a la calle. No te preocupes. Lo haré de manera lenta, para que no mueras de un susto. Así: A través de las grietas de tu casa, que ignoro dónde está, se filtran los primeros rayos del sol, pero en tu mente, Elenor, sólo hay silencio. Las telarañas semejan un tejido de filamentos de oro. Algunos recuerdos intentan aflorar. “Vitrinas... tiendas.... ¿o joyerías con gargantillas? ¿Iba con él? No, nada, cállate, no te hables”. Escuchas un crujido de maderas viejas. Tus ojos se encuentran con ese ser lastimoso y brutal que ha perdido la condición humana. Sé que desgraciadamente es el encargado de alimentarte a cambio de favores sexuales. El ser está subido en una traviesa que sostiene el viejo techo a dos aguas. “No te hables...”, repite con voz chillona. Su grado de idiotez te repugna. “Siempre repite la última frase, le es imposible aprenderse todo lo que digo”, piensas. Da un gran salto, cae junto a ti, y deposita en el suelo un pedazo de carne. Parece arrancado de algún cuerpo vivo a mano limpia y aún gotea sangre. “¿De dónde lo habrá sacado?”, te preguntas. Yo conjeturo que quedan algunos cubanos, muertos de miedo, saltando de ruina en ruina, cazando y siendo cazados. “¿De dónde lo habrá sacado?”, repite el ser que te alimenta y salta de alegría. Intuyes, Elenor, lo que él desea, pero te duele horriblemente la pelvis, debes de estar inflamada por dentro. Él es insaciable y su órgano sexual, desmesurado. Me abate, Elenor, que hayas tenido que entregarte a tales suciedades para poder comer... Tú, tan bella, tan delicada. Siento el sufrimiento, la vergüenza de aquellos caballeros medievales que perdieron el honor por no tomar las armas para salvar a su dama. Elenor, quiero pensar que tú eras mi dama y te abandoné a las bestialidades de esta isla; me fui dejándote atrás, a merced de una sola opción para sobrevivir: vender el cuerpo, escupir sobre los sentimientos. No sé si te llamabas Elenor entonces, pero sé que abandoné a una mujer que amaba. Lo he pagado imaginando cómo esa basura viviente, tu proveedor, te obliga a que lo complazcas en sus más mínimos caprichos sexuales, y cómo (a pesar de todo la carne es débil) te habrá hecho vivir por lo menos algunos instantes de placer.




®Roger del Villar. 

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