lunes, 9 de diciembre de 2013

Oralia Ramírez presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes (9 diciembre 2013)




ORALIA RAMÍREZ

Una infancia normal

Cualquier clase de inhumanidad se convierte
con el tiempo, en humana.
Yasunari Kawabata

Mamá siempre ha trabajado por la mañana. Fuma, toma, es alegre y ha tenido muchos novios. Sale a bailar todos los sábados con sus amigos y dice que ese es el precio que deben pagar los hijos que tienen una mamá joven, bonita y soltera. Ella nunca está sola porque se la pasa chateando o dando roles en el auto de alguno de sus amigos.
Soy hija única porque mamá, por más que intentó darme un hermanito nomás no pudo. Primero porque no tenía con quién y cuando tuvo porque ya su matriz no servía por lo de la operación. De no haber sido por la tele, los regalos e idas a Mc Donals, las fiestas de cumpleaños y hacer lo que yo quisiera en general, creo que mi infancia habría sido terrible. Mamá y yo nos llevamos bien, es una mujer muy open, imagínate, a los ocho años ya sabía de la menstruación, el sexo, la pornografía, el sida y todo lo que una niña de ocho debe saber a esa edad para que nadie la tome por sorpresa. Yo siempre he sido muy lista pero fíjate que una vez casi me mato, o mejor dicho, me lleva la chingada —parafraseando a mamá—, con una niña que iba en cuarto de primaria cuando yo cursaba el segundo.  A mí siempre me gustó trepar árboles y en la escuela teníamos un jardín que además de vigilar para que nadie caminara sobre el pasto, usábamos algunos niños para dar rienda suelta a nuestra imaginación. Éramos pocos, pero no te sorprendía si de pronto escuchabas toda una radionovela sobre la última pelea con tus padres.
Un día, mientras yo peleaba conmigo arriba del árbol, por haberle gritado puta a mi mamá la tarde anterior, al regañarme por usar una de sus tangas preferidas y dejársela como calzón talla cuarenta, me atrapó la mirada de una niña que no había visto en la escuela. Obvio ella sí se asustó al escucharme y creyó la muy tonta que me avergonzaría, pero no. Cuando salí de clase, la misma niña me esperaba en la salida. Me dijo que se llamaba Mónica y que quería ser mi amiga. Yo, acostumbrada a estar sola, me incomodé y le dije que sí pero que sólo podíamos vernos en la escuela porque después de salir tenía las tardes ocupadísimas con mi mamá y mis primos. Lo cierto era que me sentí invadida pero no importaba porque sabría cómo manejarlo. Mónica, comprendí más tarde, era mucho más astuta que yo porque sin darme cuenta fue haciéndose indispensable en aquellos lejanos días. Primero sólo nos veíamos en la escuela pero poco a poco fui sintiendo una especie de necesidad por estar con ella, llegué al grado de ir a su casa al salir de clases, mi mamá, por supuesto, se puso feliz porque cuando iba a casa de mi amiga no volvía sino hasta el día siguiente. ¿Que qué hacíamos? Pues todas esas cosas que las niñas hacen sin la mirada de sus padres. Cuando jugábamos en su recámara nos poníamos ropa de sus papás. A veces ella la hacía del papá y yo de la mamá o al revés. En otras ocasiones llamábamos por teléfono a un número cualquiera del directorio y sacábamos nuestro repertorio completo de groserías e insultábamos a quien contestara.
Una mañana me dijo en la escuela que me tenía una sorpresa pero que me la daría en su casa, por la tarde, y que además era necesario pedir permiso para quedarme a dormir. Muy obediente como casi nunca pedí el permiso y hasta llevé mi pijama, pensé en proponerle desvelarnos y ver películas de amor, de esas cursis que le gustan a mamá cuando está triste por alguno de sus novios. Al llegar le anuncié mi plan pero inmediatamente me dijo:
—Calla, calla o lo echarás a perder.
— ¿Qué pasa? —, le pregunté.
La respuesta salió de su habitación. Aquella tarde habían llegado sus tíos David y Elisa de Buenos Aires. Estaban de paso porque su última parada todavía les quedaba lejos pero quisieron  pasar a saludar y descansar un poco. Los padres de mi amiga decidieron, como cada tres o cuatro días a la semana, salir a dar una vuelta con ellos, cenar en algún bonito restaurante e ir a bailar, los señores Narcisismo eran como mi madre, la diferencia entre ellos era que los primeros no sólo bebían y fumaban cigarrillos sino que también -les reprochó Mónica un día, para hacerlos sentir culpables de su mal comportamiento en clase-, consumían un polvo blanco que después supe se llamaba cocaína. Bueno, los tíos de mi amiga traían consigo al menor de sus hijos, Elías, un chico muy sonriente, con dientes blanquísimos y chuecos. Me pareció al principio no comprender la sorpresa, cuando los adultos se fueron nos pidieron no hacer travesuras ni dormirnos tarde. Cuando los despedimos Mónica me llevó a su recámara y cerró la puerta antes de que Elías pudiera entrar, y me dijo:
—Hoy jugaremos a los papás, pero será más padre que las veces anteriores porque ahora sí hay papá ¡Tú serás la mamá y yo seré la hija!
Un brillo extraño invadió sus ojos al decirle que prefería ver películas con ella, se enojó mucho pero supongo que al verme asustada trató de calmarse y me pidió casi llorando que lo hiciera por nuestra amistad. Al final acepté porque no quería perderla.
Puso en el centro de su recámara una mesa pequeña que sacó de la habitación de sus padres y colocó ahí unas copas con un líquido morado, cigarros y el polvo blanco. Nos quedamos en ropa interior nada más, Elías también, él se veía inquieto, supongo que ya Mónica le había contado lo que haríamos, al sentamos en la alfombra en derredor de la mesita él me tomó de la mano mientras le decía a Mónica:
— ¡Hija, sírveme un poco de vino!
— ¡Si papá!
Yo no sabía qué hacer ni qué decir, sentí miedo, sabía que algo más sucedería y por primera vez en mucho tiempo ¡quise que mamá estuviera ahí! En eso pensaba cuando Mónica le dijo a Elías:
— ¿Papá, quieres a mi mamá?
— ¡Claro que la quiero! ¿Por qué?
— ¡Haber, bésala!
Cuando acercó su boca a mi rostro creí que lo rechazaría pero fue grande mi sorpresa al sentir que no era tan feo besar a alguien. ¿O tal vez era que después de ver tantas películas de amor con besos y sexo lo único que me faltaba era practicar?, ladeaba la cabeza para mayor comodidad, me mojaba los labios en señal de aceptación, etcétera. Mientras Elías y yo nos besábamos Mónica se acercó y nos dijo que nos ayudaría a ponernos cómodos. En un segundo quedamos totalmente desnudos: Comprendí esa noche la razón de los gemidos de los actores de las pelis que mamá esconde en el armario y que he visto a solas. Mónica me besaba la espalda mientras Elías me chupaba las chichitas que yo sentía calientitas, calientitas. Justo entonces Mónica nos pidió que le pusiéramos atención porque nuestra velada se pondría mejor si además de beber, fumábamos y respirábamos el polvo blanco. Sirvió dos copas, Elías aún tenía en la suya, cada uno encendió un cigarro, brindamos e intentamos fumar pero no sabíamos cómo hacerlo así que los apagamos. Nos tomamos tres copas de vino una seguida de la otra y sonreímos con timidez, luego Mónica me preguntó que cómo me sentía y recuerdo haberle dicho ¡contenta!, y volvió a sonreír. Mientras nos besábamos, Mónica se daba tiempo para no dejar de llenar nuestras copas y hacernos brindar, en algún momento nos propuso respirar el polvo blanco pero Elías dijo algo que no alcancé a escuchar con claridad, supongo que quería seguirme besando antes de lo del polvo porque retomamos nuestra práctica. Me lamía por todos lados, Mónica también, hicimos una pausa breve porque quiso ser ella quien primeramente me lamiera la vagina, Elías estuvo de acuerdo y dijo que de todas formas a él le tocaría lo mejor. Esa noche también entendí por qué mamá tomaba tanto, cuando estás ebria no sientes nada más que libertad y alegría, mucha alegría. Al sentir la boca calientita de mi amiga rozarme la vagina creí que iba a explotar. Me sentí feliz y sensual y sexi como las actrices de las pelis de mamá. No sé en qué momento le pedí a Elías que me hiciera suya pero cuando me di cuenta un leve ardor mezclado con dolor me invadió toda y le pedí a Mónica que me ayudara a no dejar escapar aquélla felicidad, inmediatamente fuimos hacia el polvo blanco.
A partir de ahí no recuerdo nada, cuando desperté mi madre se encontraba dormitando sobre uno de los bordes de la cama. Habían pasado tres días y según ella fueron los peores de su vida. Me contó que los padres de mi amiga nos habían encontrado tirados, desnudos e inconscientes. De inmediato nos llevaron al hospital “Infancia Feliz” y el veredicto de los médicos fue contundente: Sobredosis por cocaína, sexo anal y vaginal a las dos niñas.
No volví a ver a Mónica. Me imagino que sus padres la sacaron de la escuela para meterla a otra o no sé, pero no he vuelto a verla. Las cosas entre mi madre y yo no cambiaron ni cambiarán, estoy segura, de todas formas mi vida no ha sido tan mala ¿o sí?



® Oralia Ramírez

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