lunes, 16 de diciembre de 2013

Blanca Vázquez presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes (16 dic 2013)



BLANCA VÁZQUEZ


Ojos de Lechuza

Nadie sostiene la mano,
sólo el silencio que condena a la nada.

Niña de largos sueños, rompe el llanto dentro de la noche
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Nada se sostiene,
sólo el silencio opresor de los ojos mudos
que esperan detrás de la ventana el regreso del viaje.
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Las manos te recuerdan presuroso. 
¿En qué andén desapareciste?

En la estación una niña, una muñeca y un montón de sueños.

Niña de vestido azul y de ojos de lechuza, esconde en tu bolso la tristeza para que no se espante el día.




La maleta y tu rostro olvidado es preludio, lágrimas que gotean,
mojan los gritos de pasajeros desarraigados,
la niña, sola, se esconde.

La tarde es sólo el pretexto para tirar los recuerdos por la ventanilla del autobús.
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He sido viajera en tu mirada,
espiral de instantes que culebrean en mis juegos de infancia.
Tu voz que guardaba en secreto,
es sólo el recuerdo del hombre que me sentó a su lado
mientras la noche huía como ladrona de los días.

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En esa tarde de juegos de muñecas
me quedé callada,
como el cuarto vacío de mi cuerpo.
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Aquellos trotamundos invadidos de melancolía se van,
huyen de los pies pequeños y las manecitas que los esperan,
tienen miedo que les roben su vida.
El corazón en la mano

Te espero
y siento cómo los minutos pesan tanto dentro de mis ojos,
quiero verte sí, dentro de mis pupilas,
aprisionarte al interior de una botella.

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Se desliza el sol por la pared de en frente y nada,  no llegas.
Nada es como siempre, sin tus labios y tus ojos,
sin tu palabra que retumba dentro de mi sexo

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Desde esta tarde con alas
me sé dentro de tu cuerpo.
Al lado los objetos se sienten grandes,
te sienten también.
Mis ojos se asoman por las rendijas de tus poros,
respiran.
Muy profundo para vivir ahí,
y sin embargo,
crezco.

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Eres los dedos que andan por mi piel,
la voz que se mete por debajo de mi pechos,
el agua fina que acude en un beso.
Eres quien se sujeta a mis caderas,
quien se acompasa en mi centro,
la luz de mi resurrección.

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En estas calles que no tienen nombre te amo,
aquí junto a los muros desmemoriados
cargados de furia y de deseos inconclusos.
Aquí te amo, entre las grietas gastadas por los tiempos
donde todos se miran y murmuran
silencios de todos y de nadie.









El polvo dormirá entre las hojas

Las hojas del árbol  son los ojos del mundo,
mirada como faro del centinela que guarda los secretos del mar,
callan y lloran los disimulados ecos de los desesperados de la última hora.

Sus raíces se encuentran a escondidas debajo de los pies de los transeúntes,
no quieren sentirse solos, se tocan las yemas como dedos  urgidos.

No duermen, sólo se esconden en anonimatos  de policromos verdes,
aguardan la tarde para llenarse de vuelos,  de lágrimas recargadas en las
ventanas del hombre yermo.

Y en esa tarde, sus hojas se miran entre sí, sempiternas.

Son otros los que lo habitan, siseos de insectos que desgastan su cuerpo
penetrado hasta la savia que llena de vida a la vida.





La existencia se alboroza en sus ramas que se extienden lastimadas por los
devenires del tiempo, nada le impide llegar más arriba,
sólo las palabras incrustadas en su cuerpo le saben terrenal y se vuelve,
como temiendo ir más hacia lo alto de todos aquellos que pisan la tierra.
Y esas sus raíces, se fijan en la pregunta de la preexistencia,
no llega la respuesta, sólo el silencio que dejan las hojas que caen a su lado.

La tarde toda se abandona, deja que el disco ambarino se oculte a trasluz
mientras que las agonías de los triviales hombres se dibujan en las manos
que se agrietan cada vez que recuerdan la tentación.

Quieren ser árbol y detener su espacio. Pero sus cuerpos se abandonan
entre las manchas melancólicas.
Se repliegan en la rugosa estampa del aliado cetrino.
Y  los esconde de las miradas envidiosas,
y quieren sentir al otro que tiembla ante la cercanía de las ramas.
Las palabras como hojas se extienden en el ápice de la lengua,
envainan el deseo volviéndolos tallos.




La vigilia del árbol sólo la acompañan los que no tienen nombre, los que se esconden en el verde infinito de la espera. Ellos, se dejan ir, como las hojas que se arrancan sutiles entre la tarde y la agonía del ser. Temen la  caída abrupta de los cuerpos masificados, de los todos atrapados en uno solo que no es nadie.
El árbol sueña, como esos hombres que retumban de rabia en la soledad constante en el límite del desamparo.
El polvo dormirá entre las hojas.
Después los niños con sus voces entrecortadas, escaparán.
Se desplomará la tarde como la muerte.
Desde aquí, los pasos abandonarán  la derrota.
La discordia cae hondamente en un segundo.
En el aire un verso y luego la nada.
®Blanca Vázquez 

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