Parte informativo extra
(Certamen “Letras en Guardia”, tercer lugar)
El hábito no hace al monje. Además de ostentar determinado diploma y estar uniformado, se debe poseer una característica distintiva: vocación, término cuya etimología proviene del latín vocare, que significa “el llamado”, y que identifica el rasgo subjetivo que distingue al elemento policial. Un auténtico llamamiento es la motivación constante que impulsa el deseo de preparación, que en este caso se concentra en el campo de la protección ciudadana.
Cuando aún no amanecía, salí del aposento, a paso de tortuga, para no despertar a la familia. En la Glorieta de Insurgentes compré un atole y una guajolota. «¿Cuál será mi destino hoy? –Sabrá Dios», pensé, dando un trago a la bebida caliente que me confortaba el cuerpo. El tamal
estaba rico, pero no tan suculento como los que hacía mi abuela Daniela. Provengo de cuna pobre, desde una perspectiva económica, pero de un linaje millonario en moralidad.
Desayunado, llegué al sector y me uniformé. El frío enhiesto penetraba hasta el tuétano, pero eso no fue pretexto para no formar en la sección. “¡Presente, señor!”, respondí al oír que mi Primer Oficial, Hernández, al pasar lista de asistencia, pronunció mi nombre; lo hice con vigor, para patentizar el denuedo con que efectuaría el encargo. En ese entonces participaba en el operativo que intentaba detener in fraganti al apodado “Coleccionista de ojos”, quien según rumores merodeaba por la Zona Rosa.
Entregué la pistola al depositario, guardé el uniforme, me vestí con ropa de civil y corrí a la escuela en que adquiero la capacitación que me permite servir cada vez mejor a la ciudadanía. Luego, como a las veintitrés horas, estaba a bordo de un vagón del Metro; viajábamos en él unos cuantos pasajeros. Estudiaba el Código Penal, pero la plática de un matrimonio me distrajo de la lectura, aunque aparenté no escucharlos. La mujer, de lindo cabello ensortijado, y el varón, de complexión atlética, estaban acompañados de un infante como de diez años; parecía que regresaban de una fiesta. Ella le comentaba a su acompañante la mala opinión que tenía de la Fuerza Pública.
“Mmm…y yo que le echo fibra para lograr la excelencia”, medité. En la corporación siempre me he regido por sus principios de actuación; el primero de ellos, la legalidad. La cualidad de legal implica respetar la norma, pero también ser leal y digno de confianza. La objetividad, como mi segundo canon principal, ha sido la distinción de ser imparcial, neutro; prescindir de toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, por el género, edad, discapacidades, condición social o de salud, religión, opiniones, preferencias, estado civil o cualquier otra consideración que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar a alguien.
Mi siguiente principio es la eficiencia, cantidad de recursos invertida por unidad de producto obtenida, dirían los teóricos de la administración. Lo cual equivale a la capacidad para realizar como es debido la función gubernativa. Indispensable, para dar un firme apoyo a la ciudadanía ante la perpetración de una conducta delictiva; aspecto que me convierte en protector de la población ante la amenaza que representa la criminalidad. El profesionalismo —seguí meditando—, como cuarta idea primordial, representa el ejercicio competente de mis atribuciones. En esta actividad, ser aficionado equivale a poner en riesgo la integridad y los bienes que prometí defender. El adiestramiento es imprescindible para contrarrestar el diletantismo.
—¡Esos pitufos son ratas de dos patas y torturadores! —replicó el caballero a su esposa, a quien llamaba Ángela.
Otro concepto esencial es la honradez —pensé—, lo cual implica la particularidad de actuar a favor de la moral, con decencia. Noción que impele a cumplir sin desvío la misión, por ser un factor insustituible de la confianza social. El postrer, y no por eso menos importante, fundamento es el respeto a los derechos humanos reconocidos en la Constitución, entre ellos, que se debe presumir la inocencia de todo acusado de delito, mientras no se declare su responsabilidad mediante sentencia emitida por el juez de la causa. Mi papel no es condenar a un indiciado por más execrable que parezca. La mesura siempre es buena compañía.
—No hacen gran cosa y les pagan mucho —agregó el marido, frunciendo el ceño.
Si supieran lo modesto del estipendio —cavilé—. Es habitual que dos días antes de la quincena no traiga ni para el champurrado matinal. De mí dependen otras personas que tienen primacía. Con la choclaya prorrogo mi apetito, con tal de que alcance para sufragar la parcialidad del crédito hipotecario de la casa, el gas y el suministro de agua; que no me corten la energía eléctrica y que solvente la colegiatura de la universidad, pues quiero titularme, y por qué no, de lance en lance estudiar posgrado en derecho procesal penal. Mi estatus económico no es de holgura, y menos con lo interesadas que son mis amigas Spira y American Express, pero eso no merma la satisfacción que consigo cuando soy útil a la sociedad. Mi existencia está en peligro en cada pugna con malhechores. Me expongo, pero amo mi trabajo. Salgo de casa, pero no sé si volveré vivo. Actualmente la delincuencia es más sanguinaria, cuenta con arsenales, pero no me rajo, llegada la emergencia, me fajo como el más gallo.
—Yacen en la corrupción —dijo Ángela—. ¡Son te-rri-bles!
—¡Ah, pero tienen hasta su día, dizque por valientes! —indicó ella con sarcasmo.
Jamás he sido de ánimo decaído, empero, he tenido tres tantos de desazón cuando me han apuntando con un cuerno de chivo. Se siente una descarga eléctrica que bulle en los talones, se pasea por toda la epidermis y alcanza el último pelo de la cabeza. Llega el espanto, cuando oyes detonaciones en una refriega: ¡Bang! ¡Bang! Y no distingues entre el disparo de tu Beretta: ¡Bang!, y la andanada, ¡bang!, ¡bang!, que te consagra un gatillero febril con su Águila del Desierto. ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
—La otra noche hicieron un escándalo porque mataron a un tecolote. ¿Dónde está lo extraordinario? Para eso se alquiló —argumentó el marido de Ángela con displicencia.
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Interrumpí mi introversión porque, intempestivamente, un individuo que llevaba un cubrebocas en el rostro, de esos que habían estado de moda, durante la contingencia sanitaria ocasionada por la influenza AH1 N1, sacó una navaja, se acercó a Ricardito y sus progenitores, amenazándolos y pidiéndoles sus pertenencias. El asaltante no molestó a ningún otro viajante.
La señora y su menor gimoteaban. El convoy se detuvo, las puertas de los vagones se abrieron. Yo iba sentado en una butaca de las individuales. El tipo huyó rumbo a la salida de la estación Romero Rubio. Corrí tras él, pude tomarlo del cuello de su playera, pero él se resistió a la detención. Mi dedo índice se atoró en su escapulario de San Judas Tadeo, que se reventó. Esto lo enfureció. Rabiando, me amenazó con el verduguillo. Yo me encomendé a la Virgen de Guadalupe que él tenía tatuada en el antebrazo.
La bolsa de la dama que sujetaba el atracador no le permitía maniobrar con habilidad; la arrojó al suelo y me lanzó un navajazo que, por ventura, sólo rasgó mi pantalón. Ambos caímos al piso cerca de los torniquetes. Él soltó el arma blanca que no pudo teñirse de rojo. De inmediato, un gentío, entre ellos el padre de familia ofendido, se abalanzó sobre el amigo de lo ajeno para golpearlo; tuve que proteger al bandido de los puntapiés que le quería propinar, pues no podía dejar que se hiciera justicia por sí mismo, ni que ejerciera violencia para reclamar su derecho.
Cubrí su cuerpo con el mío y logré asegurarlo con ayuda del compañero que vigilaba el andén.
Llegaron varios autos patrullas y se hicieron cargo del inculpado contrito. El pandemónium cesó. Las víctimas, el probable responsable y yo fuimos trasladados a la Fiscalía desconcentrada, en Venustiano Carranza. Allí, declaró un tripulante de la unidad S00927. En seguida, lo hicieron los agraviados. Ellos estaban sumamente agradecidos conmigo y cuando terminaron de formular su querella, se despidieron con afabilidad de mí, al tiempo que me sentaba frente al asistente del Agente del Ministerio Público para emitir testimonio.
Confirmé que los humanos pueden hacer su elección de adquirir nuevos conocimientos sobre un tema o decidir perfeccionar lo que ya saben. Con dedicación, pueden conseguirlo; sin embargo, nadie puede elegir tener una vocación para algo, pues ésta es una inclinación natural, innata, no susceptible de aprender. Así como no se puede decidir, en forma razonada, sentir amor o preferencia por algo, no se puede elegir la vocación. Experiencias como ésta han forjado mi espíritu de servicio y las seguiré viviendo cada vez que se requiera. En aquel momento deseaba un vaso con leche, dos aspirinas, un Marlboro y un mullido Restonic. 23 Luis Antonio Aranda Gallegos
—¿Ocupación? —me preguntó el Oficial Secretario, al continuar la diligencia.
—Policía —musité.
Los asaltados, quienes ya habían caminado unos metros, alcanzaron a escucharme. Se miraron con incredulidad un santiamén, y abandonaron la agencia.
HOLA BUENA TARDE QUIERO COMENTAR ACERCA DEL CUENTO DE PARTE INFORMATIVO EXTRA QUE LEI ME GUSTO MUCHO YA QUE ES MUY IMPORTANTE REFLEXIONAR ACERCA DE LA VISIÓN DE LA CIUDADANIA HACIA EL POLICIA YA QUE COMO CIUDADANOS SIEMPRE TENDEMOS A CRITICARLOS Y AGREDIRLOS VERBALMENTE PERO DEMUESTRA QUE HAY MUCHISIMAS POLICIAS VALIOSOS QUE SABEN HACER BIEN SU TRABAJO Y K ESTA CAPACITADOS COMO EL AUTOR DEL RELATO A QUIEN FELICITO POR COMPARTIR ESTA EXPERIENCIA Y FELICITO TAMBIEN A LOS QUE REALIZAN ESE PROGRAMA POR CREAR UN MEDIO DE EXPRESIÓN DE LAS VENCIAS POLICIACAS.
ResponderEliminarMARÍA LUISA BUENDIA DISTRITO FEDERAL
Felicidades Andrés Castuera M. por el invitado de esta semana, el Policía Luis Aranda. Está muy emotivo el relato de Parte Informativo Extra. Es verdad que a veces no valoramos a los policías, pero es que hay unos que hay que ver, y por unos pagan todos.
ResponderEliminarMiriam Barrientos A., Estado de México.
¡Vientos!! por el programa del jueves 8 de abril. Texto que nos hace reflexionar sobre la labor policiaca. ¡Felicidades al autor del Parte informativo extra. Aunque hay algunos cuicos muy, pero muy ojeis.
ResponderEliminarEl Vampi, D. F.
Chido Programa, Felicidades por la rola de Alex Lora y el Parte Informativo Extra. Escuchen atentamente las Notas Imprecindibles y el texto de Aranda por favor, y en contraran cosas profundas, crudad y reales.
ResponderEliminarEstoy muy agradecido por los comentarios que leí de María Luisa Buendía, Miriam, Juan José y Samanta. Me hace sentir bien el enterarme que les gustó el Parte Informativo Extra, el cual por cierto, fue excelentemente ambientado por PALABRAS URGENTES. Gracias a Andrés Castuera-Micher y Oscar. También gracias a Raquel Portillo por su apoyo.
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