lunes, 8 de agosto de 2016

Iván Medina Castro presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes (8 de Agosto 2016)



IVÁN MEDINA CASTRO

La visita
¿Había llegado demasiado tarde y la
muerte había entrado antes que yo?
Bram Stoker
¡Denn die Todten reiten schnell!
(Los muertos viajan de prisa)
Gottfried August Bürger
Todo aconteció una hora después de meterse en el lecho. Era apenas la medianoche. Frau Labuhn dio vueltas en la cama y de un sobresalto se despertó en medio de un clamor: ¡Walpurgis Nacht! Se levantó, encendió la lámpara y paseó por el vestidor. Al poco tiempo volvió a acostarse, pero nada, no podía conciliar el sueño. Ivica rompió el silencio e insistía en lo dicho como si hubiera habido alusiones fundadas de que ella tenía razón. 
-Gordo, gordo… despierta -hay algo funesto en la casa, lo puedo sentir. 
-¡Basta mujer! -la falta de sueño te está afectando -regresa a dormir.
-No, no… –replicó bastante agitada. -Ve pronto a ver qué sucede en la alcoba de los niños. 
Mientras herr Labuhn calzaba sus pantuflas y unía los cordones de la bata, le pareció distinguir a través de la ventana un punto titilante como una gran hoguera en la cima del monte Hartz, pero la tormenta de nieve hacía a la noche impenetrable, así que no prestó atención y volteó hacia Ivica. 
Ivica permanecía sentada y su semblante era pálido, similar al de un mausoleo, sudaba gruesas gotas y no paraba de mirar a todos lados como si quisiera evidenciar la presencia de un fantasma tremebundo. Ella siempre había sufrido de pesadillas, y aún con mayor frecuencia desde su ingreso al grupo espiritista, pero nunca la había visto así de perpleja.
Antes de salir de la habitación, herr Labuhn se acercó a ella para tranquilizarla, la pobre temblaba por completo.
-No te aflijas mujer, no hay quimera a qué temer.
-Nada asusta más que aquello que se desconoce, sin embargo, nos mira y nos vigila –replicó con una intensidad ominosa capaz de transmitirla a los poros.
Cuando seguro estaba que reinaba la armonía, una vez confirmado el reposo de los pequeños, resuelto se dirigió a apaciguar a su mujer y en ese momento se oyó un rumor de pasos precipitados que obligó a herr Labuhn a regresar a la habitación de los niños. Volteó con rapidez y se dirigió hacia el otro lado del salón. A algunos pasos antes de llegar a la recámara de los niños le pareció ver una oscura silueta dibujada en el umbral hueco de la puerta; la luz expuesta por la linterna que sostenía no era más que una línea casi imperceptible. Herr Labuhn pronto se frotó los ojos tras juzgar haber visto un espectro y aguzando su vista, se volvió con brusquedad a la derecha y luego a la izquierda para observar lo que había en el corredor. Convencido de que no había nada en lo absoluto, abrió la puerta de la estancia y al haber traspuesto el acceso echó una lenta mirada a través de la habitación, donde se deslizaban las sombras del anochecer cada vez más lóbregas alrededor de su figura solitaria mientras un rumor de pisadas informes se alejaban de prisa en las tinieblas.





Sueños de una noche de verano
A nuestros muertos
-No veo nada –fue tan sorpresivo-; es inútil hurgar en mis recuerdos, no sé quiénes los masacraron: el ejército, los narcos, la policía fronteriza o el maligno –sí, el demonio, pues hasta me pareció oler el azufre mientras dirigía a sus esbirros-. Una vez iniciada la ráfaga de AR-15 los doce allí reunidos en el páramo salimos como enjambre en busca de un lugar donde podernos resguardar. El ruido incesante de ese fusil por vez primera me aterró, pues lo conozco a la perfección, tan bien como los ronquidos de mi mujer. Cargué ese tipo de arma durante mi participación con la guerrilla hasta que la entregué el día de la firma del armisticio. Yo me salvé de pura suerte. Ahí mismo donde estaba en cuclillas quedé parapetado haciéndome pequeño junto al cuerpo agujereado de Camilo que me procuró en todo momento protección. Inerte, con los ojos bien cerrados, conteniendo hasta el maldito soplo mientras borbotones de sangre anegaban mi cuerpo. De pronto, el eco macabro del griterío se deslizó hasta perderse en el río que divide la frontera y la balacera desapareció, únicamente los perros continuaron con sus aullidos lamentando la tragedia con un gemido largo y desesperado. Abrí los ojos y de soslayo con un repaso acelerado y suspicaz miré hacia donde creí procedía el terror. No enfoqué nada en concreto, únicamente un mar de polvo azulado que terminó por cegarme, lo que bastó para sumirme en un ensueño taciturno y perenne.





El Coco
Duerme, duerme, niño lindo,
que viene el Coco…
Anton Chéjov
Entré entusiasmado para gozar de mi primer espectáculo circense como todos aquellos chavalos sonrientes y bulliciosos. Fascinado ante aquella novedad de exquisita luz, tenue y multicolor, entre animales salvajes y valientes trapecistas dando maromas mortales por los aires al verse seducidos ante la comparsa de aplausos. Impetuoso. Mis ojos especulativos se clavaron en el payaso cuando el telón principal se corrió tan despacio como sólo él sabe hacerlo. Quedé estupefacto, sin aliento, con el semblante completamente pálido, mis padres preocupados trataron de darme ánimo al explicarme las funciones graciosas e inofensivas de aquel artista. No quería escuchar o quizá simplemente no escuchaba. Al incrementarse mi conmoción, al sentir próxima la presencia de ese bufón con risa mezquina, comencé a tiritar hasta quebrar la frágil vara del algodón de azúcar que sostenía con firmeza por mi mano izquierda, al saber mis dedos libres, ceñí con fuerza la suave muñeca de mamá y me desvanecí sobre la butaca. Al llegar a casa, sin resistencia física, volví a aquel cuarto tapizado con cientos de rostros maléficos de arlequines desquiciados, a la sala obscura de mis pesadillas pueriles, a la habitación donde cada noche de función se me hacía morir con el preámbulo del tétrico rechinar de las bisagras del closet, un crujir cambiante toda vez que las pequeñas puertas opacas ceden hasta encontrarse abiertas, y el guiñol, salido de la penumbra avanza con una delicada morbosidad hacia mi pequeña cama infantil, grávida de suplicios, como otras tantas veces lo ha hecho.


© Iván Medina Castro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario