lunes, 21 de diciembre de 2015

Érik Marvaz presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes.

ÉRIK MARVAZ


En la noche golpea con más fuerza
disparatado
enajenante
desesperado
queriendo decir algo
pero no comprendo
estoy obnubilado
irascible
odiando
incomprensible
dudoso
maniqueo
enfurecido
pobre pendejo
eres tonto Éric
no escuchas
eres el perdido
túnel de silencio
olvidaste cómo llorar
y las sales se acumulan
haciendo montoncitos
penurias apiladas
desiertos oceánicos
repletos de ahogados
que se fueron amando
quebrando una pasión
dejando a los viudos
endebles y entristecidos
ni santo
ni virgen
ni asexuados querubines
porque se rompen
se quebrantan
desintegran
polvo en que nos convertiremos
caracol soplando
viento que canta entre los árboles
agua madreando rocas
venciendo resistencias
persiguiendo ciertos mares
en el fondo
donde no hay sirenas
ni existen los tritones
muerte submarina
profundamente azulada
asfixiante
pa morirse
perderse
joderse
dormirse
no despertar
porque es dolor
respirar en soledad
comer
pasar abrojos
digerir púas
después
siglos adelante
el corazón se asoma
a través de la ventana
en la noche más oscura
constelada de ojos abrazantes
estás negado Éric
el latido que te parió
fue asíncrono
sin ritmo
a destiempo
discordante
un puro alcohol falaz
camas alquiladas
curtidas de tanta lágrima
lloradas de tanto cuerpo
investidas de indignos jueves
mayos
julios
veintiunos de diciembres
de octubres lluviosos
con sus ácidas gotas
tatuando ventanas
para el desconocido que mira
desde cuencas laberínticas
no hay Dios
ni diablo
alcohol
tener pesadillas
soñar con la otredad
con el hubiera
y la distancia que no cesa
el tiempo que se acaba
las manos que no alcanzan
ribete de amor
que voy abandonando
dentro del vagón
entre asesinos
muerte
fin
dormirse para siempre
muerte
madre fina
muerte piadosa
madre pura
muerte libre de todo pecado
madre amantísima
llega
te lo imploro
¿no ves cómo estoy?
te lo ruego
no me dejes aquí
es una sensación insoportable.





Tú te meneas y la tarde va pasando. Me descuentas en golpes de cadera, te descuentas en gemidos de bestia herida, en gemidos que me dicen que deje todo lo que he tenido hasta ahora y que me quede contigo; que tú serás los amaneceres más brillantes que pude haber imaginado, y yo me pongo a pensar en el pasado y en lo que soy, tan poco, tan vano, tan increíblemente débil, tan expuesto a los errores, tan indefinido, tan poco parecido al hombre que mereces.

Me pongo a pensar en ese pasado titubeante y maltrecho, en esa clave de sol rota, te miro a los ojos y sólo puedo percibir el deseo momentáneo de que realmente yo te pertenezca, pero qué puedo hacer con estas manos, con este sexo corto, con estas ganas de darte, y que normalmente se me llena de lágrimas, como un torpe e inútil latido de corazón. Porque he de decir que a veces cuando no estás, mi corazón late por inercia, y de ese modo no puedo entregarme a una vida plena y ahí estás; poseedora de salvaje belleza con la que te dotó la naturaleza y yo estoy aquí siendo tan erróneo en mis actitudes, con lo imperfecto de mi rostro, lo torpe de mis movimientos y la desazón… que a veces confundo con tristeza, buscando ahogarla en bares, tratando de darle un poco de sentido en minifaldas tableadas de colores extraños, en mujeres de edad madura que sonríen por unas monedas, y que acarician mi espalda con la esperanza que todo acabe pronto, que puedan volver a casa sin preguntarse mucho más.

Estoy aquí siendo tu montura. No puedo curarme de mí. Quedo debajo tuyo, soportando los embates de tu ir y venir cada vez más rápido, enérgico, enfurecido. ¿Quién soy?, me pregunto, y busco en esta habitación de cuatro paredes algún resquicio de lo que fui la semana anterior, el día anterior, el minuto anterior, el segundo. Me he quedado desperdigado en alfombras de hoteles, he dejado las cosas que fui, dejé en una caja irreconocible aquel auto de colores brillantes que tuve cuando niño, también las camisas de mi juventud, he dejado pasar la experiencia de un hijo, y voy dejando pasar esta tarde en que tú sigues montándome.

Tal vez pueda concretarme en otras vidas.

El inaudito que soy, este pobre que ves, el que está debajo de ti, es el que no puede estar contigo más que en forma de palabras: siendo un superficial acto de escape.




De esas lluvias que no se declaran, que van dando vueltas y vueltas antes de caer, con vientos suaves que sumen a uno en tristezas pobres; pobres porque no son realmente tristezas. Son una mezcla de cielos grises que se aprecian desde la sala de estar, donde veo estrellarse los recuerdos contra la ventana, dentro del aislamiento impasible de media tarde, abrazando alguna prenda tuya, suponiendo que de pronto empezará un diluvio torrencial en que los cristales, abrumados de tantas gotas de agua, van a reventar… mas no. Nada pasa. Apenas un sonido suave de plas… plas, plas.
Ha sido un sorpresivo alejamiento, tanto que los vestigios aún andan a paso lento por todas las habitaciones, se revuelven en las esquinas, y se sientan a observar, igual que yo, las impensables lluvias de invierno.

“Te fuiste en el peor momento. Justo cuando empezaba a mutar en lo que tú querías, justo cuando empezaba a dejar de ser yo.”


El modo en que me mirabas, me traspasaba como vientos de levante. Caía lentamente en esos lagos que son tus ojos, daba brazadas, me sumergía hasta donde aguantara la respiración, dejaba que el cuerpo se me lubricara en la claridad de los espejos de agua, llenos de lirio verde, con manchones cafés de tierra sólida. El mirarme era una orden precisa. Planetas y astros celestes girando a tu alrededor, el viento jugueteando con tu cabello, los huracanes retumbándote en el pecho, tus mareas golpeando mi cadera entre gemidos que resonaban igual a avalanchas de nieve, terremotos feroces dentro de tus senos altivos, y el meteoro más brutal: la sangre agolpándose en tus labios perfectos. Te extraño inmensamente: en cada acera, parque, suspiro con olor a nicotina subiéndome por la nariz, cada rayo partiendo la oscuridad y los recuerdos.





® Éric Marvaz, 2015, Saudade.

No hay comentarios:

Publicar un comentario