lunes, 10 de marzo de 2014

Liliana Quijano presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes


LILIANA QUIJANO



Lo difícil de hombres como tú es que eres de esos que valen la pena, de esos por los que te avientas de bruces al precipicio, de esos que sabes que no se posan dos veces en tu vida y que nunca se van con las manos vacías y si no se quedan, seguro dejan huellas indelebles, que no regalan besos por barata ni van incendiando cualquier cama, lo difícil de mujeres como yo es que no tenemos en la enciclopedia de actitudes la timidez ni el miedo, que provocamos deseo aún sin quererlo, que vestidas de cinismo caminamos firmes y sin tacones por las aceras de los días, que disfrutamos las noches con estrellas o lluvias torrenciales, que mirando a los ojos dejamos libres al deseo y los besos que por ser primeros son prohibidos para mujeres decentes, que por vivir y no jugar a la vida con casita y mandil, con cantos de cuna que confundan maternidad con sacrificio, con sonrisas que escondan rutinas pesadas, grises y cansadas pero dignas y prudentes; nos llaman indignas y nos quieren adjudicar culpas que les matan de envidia, cambiando con gusto silencioso el alma por un día de nuestra vida, por un día sin poses, sin esas normas impuestas que nunca entienden pero jamás transgreden... lo peor de hombres como tú y mujeres como yo es que escandalizan si se les ven juntos, y en nombre de un dios (que pregonan es amor) suplican no se permita tal aberración, y no imaginan ni por error lo bien que luces sobre mi cuerpo, lo bien que lucimos haciendo el amor o cogiendo como bestias sobre el suelo o algún colchón, sobre paredes baratas o sábanas caras, sobre momentos que nos enredan beso a beso el alma, uniendo sin tiempo ni promesas bajo leyes inventadas un hombre como tú y una mujer como yo...

Tal vez sea verdad, te mereces una mujer sin ayer, con más placer por descubrir que por reinventar sobre tu cuerpo, con medias decentes y el liguero oculto bajo la falda, con tacones femeninos y una sonrisa no tan gastada, con pudor en las palabras, con el vientre plano y los pechos frescos, con las alas nuevas y no remendadas, con apetito de aprender el mundo a partir de ti en vez de discutirlo contigo, una mujer de mirada clara y no peligrosa, que espere tus rosas, la cena y el primer te quiero en la silla de un parque o un bistro de esquina y no bajo tus sábanas te escriba con la lengua que te ama, con modales de princesa y vestidos prudentes que no muestren las piernas, una mujer de libros y mención honorífica que sirva de algo (la mía es souvenir de la universidad), una mujer que no llore por nada ni sienta miedos apretando sus entrañas, que se duerma a las 10 y no tome cerveza, que no viva en andenes y de todos sea el orgullo, una mujer como yo nunca podría ser, pero tus ojos me miraron y decidieron amar una mujer de verdad…



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Me encanta, así, natural, sin poses, sintiéndose grande entre mis manos o mi lengua, incluso engreído, con el ego alzado y su porte altivo, desbordando deseo sobre sus venas, buscando escondites en mi cuerpo, besando con su roce mi espalda, mis muslos, mi sexo... me gusta entero y en tus dedos, amargo y dulce, vibrante, henchido, desbordado, y sobre todo tuyo, tuyo, tuyo mi hermoso amante, mi bello verso de carne y hueso, mi engreído dueño del más perfecto miembro...


Quién te dijo que era sólo carne, quién te habló de mi piel y olvidó nombrar que debajo late un jodido corazón, quién te crees que eres para besarme de esa forma y no pensar en consecuencias, quién coños crees que eres para traer fuego a mi templo de hielo, para confundir una mujer con princesas plastificadas para tu colección abaratada de huellas en la cama, quién te creíste para pretender que tenerme a mi era tener a cualquiera y vestirte con el alma entera, con las ganas nuevas, con mi nombre listo para desechar en tu trastera...

No somos Romeo y Julieta, ni Paris y Helena, somos de carne y de sangre, no somos Frida y Diego, ni eres Jesús ni yo Magdalena, somos dos simples mortales con las venas ardiendo, somos tú y yo, arte hurtando besos al destino, macho y hembra devorando sus colmillos, enterrándose las uñas para no arrancarse el corazón, el rumor de un mito que queremos llamar amor...


Tengo miedo, tiemblo y me besas, tengo miedo, gimo y me besas, tengo miedo, grito y me besas, tengo miedo, callo y me besas... yo siempre tengo miedo y tú siempre, siempre me besas...

Te invito a mis labios, a su textura, sus mordidas, sus besos indecentes, su miel inagotable, su adicción a tu lengua, tu sexo, tus dedos, tu piel, mis labios hambrientos, mudos, suaves, con sentido de grandeza entre tu lengua, mis labios de princesa a cortesana bajo tu mirada, con sabor a hembra, con su averno ardiendo cuando los abre tu boca,  la guarida preferida de tu miembro erecto...

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Pensando en los besos que no vieron luz, en tanto orgasmo caducado sin usar, en todo el deseo que me llevo sin estrenar, me sentí miserable, tan egoísta, tan banal ante los ojos de Matilde, una niña que la ignorancia bajo el supuesto manto del amor, quiso que jugara a esposa y mamá desde lo 13, que con menos años que los míos triplicaba el número de partos que mi vientre colecciona, una Matilde tan acabada, con algunas reminiscencia de belleza aún entre los ojos y los labios cansados, una marioneta con pretensiones de mujer, que no amaba a sus hijos por amor, los amaba como la tarea retrógrada de vivir cada año embarazada porque un Dios que nunca ha visto así lo deseaba, y su voluntad como la vida es sagrada, una maternidad obligada que no sabe de primeras sonrisas o de pasos con ayuda, porque cuando empezaba a gozarlos se dio cuenta que no había tiempo para desperdiciarlo, que tenía que aprender a dejarlos libres como animales salvajes para crecer a como ese mismo Dios les de a entender, una Matilde que se está secando con un cuerpo joven que luce avejentado, una piel que no ha sabido de besos, que nunca ha sentido deseo, que abre las piernas siempre por obligación, por imposición, porque tiene que, una Matilde que me acaricia la ropa y me dice "no señorita, yo que sé de esas cosas, eso es del diablo, eso es malo... y de verdad puede ser así, como bonito, como bueno?" mientras baja la voz y escupe una risita rojiza que me salpica un poco de su vergüenza, y le respondo un " a veces" que me sale melancólico de alguna parte del cuerpo, que me arruga las entrañas pensando en las Matildes que marchitan sus ganas en rutinas de copulación sin vestigios de placer, de tantas Matildes violadas por machos bajo el seudonimo de esposos, de Matildes que no saben de orgasmos, de caricias post sexo acurrucadas en el pecho amado, de Matildes que mueren sin rastros de placer sobre los pechos, con los sexos masacrados y secos, Matildes que viven tan lejos de plegarias porque vuelva una mirada a ser testigo de tus mejores gemidos, de un por qué no me besa con este ahínco que mi boca implora, porque ni siquiera imaginan como es que un simple beso se goza, por eso hoy cuelgo tu recuerdo sin pinzas para que se pierda en las ráfagas de viento, hoy renuncio a este dolor materialista de exiliar tu cuerpo de mi boca, hoy voy a sonreír por todas las Matildes que nunca han sabido de miradas dulces mientras hacen lo que es sólo su deber y algunas más o menos afortunadas apodamos amor...


Siempre me enseñaron que las niñas deben ser delicadas, que tienen prohibido el primer beso, que se duermen temprano y no aceptan salir con extraños, mucho menos desperar a su lado, que las niñas deben ser tímidas y muñecas de cristal en la cama, que para sudor y gemidos existen las putas ( y yo muriendo por ser la tuya), que en la mesa no hacemos ruidos y la sonrisa es el mejor accesorio aunque estés en brazos de la tan visitada chingada (a la cual nunca vamos ni enviamos a nadie), siempre me enseñaron que las niñas deben callar, que el príncipe azul nos va a rescatar... y entonces yo caí en cuenta que soy un error genético, una aberración de la naturaleza, una niña que nació para gritar, para rescatarme sola sin príncipes azules o verdes que me duermen en la primer hora, que prefiero al vagabundo, al rebelde, al que según mi madre no me conviene, que la timidez y yo nos agarramos de las greñas desde el preescolar y aprendió que conmigo no debe meterse, que sonrío cuando es mi gana y no a cualquiera que me mire las tetas o las piernas, que vivo de noche y de vez en cuando despierto en alguna cama que no es mía con el corazón acuñado en su cancel... por eso hoy sé que no me gusta ser niña, que prefiero ser mujer y cuando nadie nos ve, cuando sólo tus ojos me fotografían y tu boca me respira, ser la hembra que aún ni siquiera tú dominas...


® Liliana Quijano.



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