GUSTAVO ALATORRE
(del libro Nueve
Nocturnos para que duerma Lesbia, Fá Editorial, 2014)
2
Ahora digo su nombre
y una cantina me embiste
con la lujuria de una
muchacha del aire curiosa.
Ella coloca su piedra
en Babilonia y me construye
con otra en Sodoma un
templo para rezarle callado,
al oído, sobre una
espalda más tersa que la bruma
de los campos
Elíseos. Golpeado por el relámpago suyo,
sin más visión que su
risa girando alrededor
de la cama como
alabastro de qué neón traído
de afuera donde la
lluvia ha redimido al potro.
Ahora digo su nombre
y me purifico sin más héroe
que el canalla de sus
torpezas niñas, de sus
vocablos como de humo
elevándose entre el hostal.
Ahora mismo me cierro
los ojos para pensarla vestida,
para mirarla entrar o
recargarse en la ventana o
salir sobre la danza
de sus zapatos bellos
como la silenciosa
que fue, blanca
entre las cantinas de
una ciudad oscura.
Ella coloca su lengua
en Babilonia y me invita,
con otra en Sodoma,
para rezarle callado.
Nocturno
(Tercer
tango, para decir a oscuras…)
Yo te recuerdo desnuda porque las
flores hermosas
siempre han sido así. Y las enfermas y las calizas,
las que parecen de piedra como el corazón de un niño
y las que duermen junto a los ebrios, y las que arden de día
por perfumar la noche, y
las que sueñan sin tener ojos
y las que muerden por las espinas y las que son al fin mortales.
Yo te recuerdo desnuda junto a esta cama,
como esas flores que penden entre el asombro
y el precipicio.
17
Ya no es Bagán
quien te sostiene o el viento,
ni esta lluvia que ha mojado la calle de
Juárez y tu rostro,
o los pasos que han quemado las esquinas
y las puertas
hasta llegar al hotel y decir:
“He aquí a una mujer que alguna vez fue ángel
“He aquí a una mujer que alguna vez fue ángel
o esfinge de la belleza,
he aquí su palabra de música
cuando cierra los
ojos
y entra en su rostro
el mar,
el tigre de su
espalda que se eriza con el viento de afuera”.
Porque su voz presume
el tacto de la rosa,
yo la escucho cantar;
mis oídos son el
juego de arabesco de su lengua,
el crepúsculo de su
rostro es un incendio que apago,
que borro muy
despacio en el espejo, en la ventana
donde dejó el estigma
sus labios.
Voy a perder con ella
este mundo que ahora tiro a la suerte,
la tarde que hemos
dejado allá afuera
como moneda girando
en la pirueta de plata que nos brilla,
voy a tocar su
cuerpo, voy a decir su nombre
para enfadar a las
flores
y darles sepultura.
Eneas:
Hoy ha pasado el
viento derrumbando trenes y viejas estaciones donde el niño que fuiste agoniza,
hoy ha venido el viento y la
nostalgia de tu hermana ha coloreado el sol y lo ha pintado triste, como una
fiera compañía de sueños, como un tigrillo a punto de morirse calcinado. Cómo
pesa el abismo de revisar las fotos que dejaste, da miedo otear el rostro
acompañado del espejo, asomarse a la ventana y ver que el día existe, que
existen las nubes, que los colores de la tierra y que tus ojos no volverán a
ver mi rostro.
Me
subo al tren del abandono y un hombre, carcelero de mi cuerpo, me despierta:
hay que enterrarte, Eneas, hay que dar pasto de nostalgia y rabia de belleza a
muchas flores. Hay que tomarte de la mano, hay que enseñarte el río de los nombres,
las aves que ya no viste, el cielo y el sostenido astro,
el
corazón que no sentiste de esta tierra.
27/12/2012
Eneas:
En tus pulmones crecen flores y
ángeles terrenales bailan contigo la canción de los niños ciegos. Algunos de
ellos padecen de algo que en mi mundo, Eneas, no tendría cura. El cáncer les
otorgó el imperio de la noche para olvidar la luz de la química blanca; y el
sueño, la flor amarga de los laboratorios, la pestilente forma de la palabra farmacia.
En este prado de lluvia reinas sobre la fauna. Vuelas desnudo y dulce
como un tigre que caza y finge su muerte para otra resurrección, para otro
camino abierto sobre noviembre y cinco treinta.
Te dieron el corazón más grande, Eneas, para espantar a la muerte,
para dormir con ella, para soñar un mundo quemado por las flores.
2/6/ 2013
(del libro:
Oscura prosa de vulgar latín, inédito)
Ebrietas, ebrietatis
Con un hijo entregado al alcohol, uno dispone del mundo como un príncipe
y una baldosa de tierra es arrogada a la infancia del huracán más bello. Tres
hijos me dieron los astros para curar mi alma, para mirarme entrar con ellos en
la eternidad. A mi mujer la embellece la lluvia y en mis pulmones entran las
estrellas de su cabello.
Pero lo mío es el vino, la ebriedad del instante que hace del mundo un
carruaje en el que el Diablo espanta los atardeceres; por eso el día transcurre
de noche y gira despacio en el engrane del tiempo.
Mi corazón dicen que es ternura, pero mis manos han derrotado más ocres
y furias, más garamantas y tristezas. La oscuridad del nimbo, la templanza del
mar o la sanación del enebro, fue parte de mi dominio.
Cuando
del mundo parta, mi eternidad será una sola.
Con un hijo
entregado al alcohol, uno dispone del mundo como un príncipe.
Vieja forma de adivinación por aire
I
Como una manera de embrujo,
las nubes toman por tierra las montañas de la ciudad. Para viajar en silencio,
igual que estrellas recién paridas, hacen las veces de niebla o de arrecifes
del cielo. La posada silvestre donde la lluvia causa una tempestad, le sirve de
casa para el invierno.
Mía sabe leer las nubes.
Les pone nombres de piedras o de saetas y construye en su vuelo un
remolino de adivinación: alguna vez leerá en ellas mi muerte, mi crisantemo
amoroso, mi palabra de hierba. Pero su corazón estará cerca de mí, atado al
paso de las estrellas, como una nube que toma por tierra el alma de un
condenado.
II
La fuerza es contener mi
corazón, ser una sola con la paciencia y el olvido, saber que el amor es un
cometa dando vueltas en el huracán más bello de la noche. Saber que el amor es
un cometa que lo destruye todo. Mi padre me dijo que tendría hambre, y una sed
oscura que solo tienen las amapolas en el invierno.
Tengo catorce,
y el amor en mí florece
como una lava que avanza y lo quema todo. Para bordar en mi cuerpo, fue
necesaria la tarde y la tempestad, la garra de un león que sembró en mi boca
las dracenas y los presagios.
Mi voluntad es la adivinación, mi palabra derrumba mundos y apaga
estrellas. Mi corazón es un cometa, ya lo saben, que barre el tiempo de la
noche.
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