Adriana Dorantes
Oración II
1.
un
relámpago breve
2.
el
aleteo de una mariposa que no altera el otro lado del mundo
3.
el
miasma en que me retuerzo
4.
huesos
dobles pudriéndose en el suelo
5.
insectos
mordiendo el melancólico silencio
6.
la
placenta de tu madre que bebo para que no nazcas
7.
tu
latido lento que me hace gritar hasta la sordera
8.
tu
nombre iluminado
9.
ojos
vivos devorados por hormigas gigantescas
10. Can Cerbero esperando en las puertas
del cielo
Mi noche
está enferma de buscar tus manos.
Espero tu
fantasma entre las sombras
porque el
leve incendio que dibuja la aurora es suficiente para enloquecerme.
- otro relámpago
- todo el hielo de mi voz posado en tus entrañas
- tu madre sangrando el calor de tus posibles pasos
- tu nombre asesinado
Lo que sí
sé de cierto:
No hay salvación para el alma que
alumbra sus huellas con estrellas muertas.
Dormir,
mejor morir, pienso.
El presente se ha deslizado de nueva
cuenta en la cornisa de la eternidad,
(mi nombre está atrapado con espinas).
Lejos de ti, este cuarto se ha
convertido en un limbo,
me ahorcan cadenas gruesas, mientras
cientos de gusanos salen del fango para rodear mis pies.
(A ratos imagino que en el martirio de
la ausencia
los dos estamos abstraídos del instante
y que hemos encontrado un lugar donde todo lo bueno es para siempre).
Dormir, mejor morir, pienso.
No sé nada de ti.
Mi compañía es la muerte que acecha
desde atrás del espejo, esperando por mi inanición.
(Llevo días gritando al silencio que
nada de esto es verdad).
Furiosa, harta de la oscuridad me
convenzo de que cuando el tiempo
se deshaga en el amanecer,
tendré tu rostro durmiendo a mi lado,
que seremos felices.
Lo evidente me destroza.
La verdad nunca ha sido piadosa
conmigo;
(en estos días de luto involuntario la
única verdad que sé está contenida en todo lo que ignoro).
De noche llueven palabras desde el
techo de la alcoba,
dicen que debo irme,
que es momento de abandonar,
que la espera es un fantasma que crece
más mientras te aguardo
y que el hueco en la cama se hará más y
más profundo hasta que caiga en él sin salvación alguna.
Todas esas cosas las sé.
He visto cómo se alarga la sombra del
armario,
cómo día tras día se acerca más a mis
dedos,
(tu lugar ausente es ya más grande que
mi cuerpo).
Todavía no me decido a cortar la
espera.
Dormir, mejor morir, pienso de nuevo.
Ahora la sombra me alcanza.
Otra vez siento una lágrima de sangre
escapando por mis ojos.
Sé que el corazón, por fin, se ha
deshecho y que está escapando
gota a gota de mi cuerpo para teñir el
profundo abismo a mi costado.
No piensa, sólo ama sin remedio y cree
que ahí habrá de encontrarte.
Desplomada por el peso del recuerdo, no me restan fuerzas para
detenerlo.
Dormir, mejor morir, pienso.
Beatriz
1.
Beatriz
conoce todos nuestros nombres
pero
calla
a ningún
lado me lleva su feliz recuerdo.
Nunca me
llama
su
silueta presente entre mis sábanas
se
desvanece de súbito
perdida
como una sombra al apagarse la lámpara;
2.
Beatriz
duerme de vez en cuando,
quiero
velar su sueño
alcanzarla,
pensar
que existe,
dejar de
basar la idea de que existe sólo en mi falta de muerte,
vivo por
si acaso despierta
para que
me encuentre de rodillas al pie de su cama.
La
espero.
3.
Beatriz,
sólo puedo pronunciar tu nombre
he
renunciado a mí por hallarte,
el
barquero me ha llevado a través del río sin decirme nada
sabe más
que yo, Beatriz;
si me
lleva hacia ti no es por empatía o compasión,
es que su
mutismo es tan triste que no intentará disuadirme.
Él sí
está muerto y poco le importa.
¿Por qué
voy a buscarte, Beatriz?
No
recuerdo por qué estoy en esta oscuridad,
también
he olvidado por qué soy.
4.
Beatriz
es sólo silencio,
esta
tarde creí haberla encontrado,
estático
me pregunto ¿a dónde habría de ir yo sin la luz de su silueta que abra el
camino de mi sueño?
Sigo su
esencia, aunque calle.
5.
Beatriz
no es luz,
es sólo
una noche profunda
cubierta
por las huellas que pueden darme la única paz entre la sombras
escondida
entre mis propias manos que esperan lo que no llega.
6.
Todos te
buscan, Beatriz.
I
Le pregunté al barquero si podía llevarme como su tripulante.
Me llevó hasta una barca solitaria y me echó hacia el mar sin
instrucción ni compañía.
A cambio de mis monedas me dio tres hojas y un espejo.
De mis alas dobladas arranqué tres plumas.
Ahora escribo.
II
Irse con el trinar del último pájaro,
desdoblar el recuerdo con los pasos atrapados en
la niebla,
alzar las velas con el día fenecido y la noche
apenas puesta,
andar al final del barco sin pensar jamás en su
principio,
seguir la luz del alba venidera que baña un
alegre destino.
Viajar,
renacer,
olvidar.
Esta noche parto con el silencio que existe
antes del llanto, con el alma encanecida y la nostalgia en su cenit.
Me voy en el parpadeo, en el instante de sombra,
antes de que la soledad invada por completo la
cordura de mis pensamientos.
III
Buscar el lugar perfecto,
la palabra primigenia.
Buscar ese amanecer en que no necesitemos a los
muertos y no tengamos que escondernos del silencio.
Buscar el halo transparente del alba calma donde
no pensemos en los vivos que también están muertos.
Buscar otro argumento,
otra puerta de salida,
gritar hacia el adentro,
estallar las venas en alarido intenso.
Buscar otra vez
el vacío alegre en el alma niña,
la mansedumbre de la soledad.
Buscar
el camino de luz entre el parpadeo de un sueño y
otro.
Buscar sin cesar hasta perder los ojos
y las uñas
y el latido
y la piel,
hasta cansar a la misma noche y
extinguir el tiempo, hasta la vida, hasta encontrar la eternidad.
IV
Entre el muro y el suelo hay una hoguera de cal,
en su centro trazo un rito consumado, pongo la noche sobre
mis ojos para olvidar la aurora de tu cuerpo.
Me llevo a cuestas mi dolor niño,
niño es porque no sabe, porque no discrimina, porque crece.
V
Mientras deshago el lecho la duda incendia la estancia.
La estancia se ha convertido en un
infinito desierto donde la almohada que ha guardado mi cerebro es un pozo de
luz nocturna y ruidoso silencio.
Al abrir las pupilas al mundo, poco entiendo,
hay un techo azul que sabe a telarañas.
Tu levedad entre mi piel
es un eco frío,
sólo queda tu color, rosa pálido y siniestro: tu recuerdo.
VI
Una gota de luz cae sobre la perennidad de mis ojos,
nubes negras se postran en el abrazo del sueño y entre la
asfixia de la noche desenvuelvo el instante.
El azar, me han dicho los astros,
es una forma de lo eterno y mis pasos sin ecos a través de
mi desierto interno suenan sólo a noche,
porque el día es de los desmemoriados.
Noche pura,
sábana gris sin forma y sin eco.
Una aurora desborda el suspiro de un par de astros,
mientras un pájaro de nieve ha llegado a dibujar la silueta
de mis huesos.
Atravesar
“No podía
morir porque aguardaba”.
Rosario Castellanos
Esperaré hasta que mi frente deje de arrugarse
siempre que pasas por aquí vestido de sol
a través de mi cabeza enmohecida.
He dicho a través, porque así es como lo haces,
me atraviesas,
y cada una de tus huellas es suficiente para taladrarme.
Esperaré, ya sea sólo otra noche o mil amaneceres desiertos
como los que se forman en mis ojos desde hace tanto tiempo.
Porque te he visto y también te he sentido pasar,
pero igual podría olerte pasar,
morderte pasar,
o llorarte pasar;
los verbos se han adecuado a tu exacta anatomía de soles y tiempo,
han seguido el camino de tu sombra forjando un ímpetu de independencia
para adentrarse en ti y abarcar el mundo entero desde tu cuerpo.
Esperaré hasta que las arrugas se hagan ríos
y los ríos se vuelvan tierra magra
llevada por el aire hasta el confín de lo desconocido,
y se hagan polvo de nuevo y vuelen hasta deshacerse.
Yo esperaré,
construiré un altar para la espera,
porque cuando hayas dejado de pasar
ya sin tu voz,
sin el cielo que adorna tu espalda,
sin los tesoros que esconde tu andar,
sin la calidez que guarda tu abrazo infinito,
ya sin luz y sin agua
y sin ese sabor que pensamos como cierto,
sabor de sal, de trigo,
de miel entre las veredas de la carne,
ya sin esas arenas diminutas y al mismo tiempo vastas,
células de tu esencia,
ya sin eso,
nada habrá que me sostenga,
acabará la espera: habré muerto.
Esperaré deseando que tu paso no deje de colmar todas mis horas,
de llenarme siempre con el dolor que recuerda la supervivencia.
No dejes de pasar,
que siquiera la espera de tu presencia me traiga apenas el inicio de ti,
tu verdor que se asoma a través de las cornisas del mundo,
el alfabeto que es desde que existes y me llamas,
tú, todo ataviado de agua, de infinito.
Esperaré el tiempo que se requiera, el tiempo que me alcance.
Así tardes siglos o segundos,
así atravieses sólo mis cabellos o invadas los rincones de mis venas
o me dejes suspendida y sólo sueñe que apareces,
que atraviesas.
El vacío
"I didn't want any flowers, I only wanted
to lie with my hands turned up and be utterly
empty".
Sylvia
Plath
Al lado de mí crece un hueco;
temo que me alcance con su sombra,
olvide mi voz,
mi nombre
y que —entre el capricho de la memoria—
no logre olvidar tu cuerpo.
El hueco es la sangre gangrenada que se posa
en cada dedo,
un nicho de sal llagando los sueños,
es la respuesta inmaculada que nadie conoció,
el regreso constante a las penumbras del alma.
El vacío sabe todo sobre la permanencia,
nos recuerda que nada ha sido nuestro:
que no perdimos nada,
que todo aquello se nos resbaló de las manos,
se congeló debajo de la cama
y alimentó a un monstruo que ahí vive,
al que tememos
porque se parece demasiado a nosotros.
La ausencia es el destino de una biografía
ineludible,
se forma desde hace siglos
frente a los ojos, entre los cabellos;
dibuja sueños en las almohadas
y nace para poblar las ofrendas del tiempo.
Y todo eso que ya no nos sirve,
que nunca comprendimos,
está lento, palpitante,
se ha enmohecido en la alfombra del cuarto
y poco a poco nos ha estado ahogando
a través de bocanadas involuntarias de
silencio.
El
jardín
No quería el jardín para vivir
sino para contemplar la belleza de sus seres.
Quería la sombra de sosiego en sus árboles
y la calma de yacer sin pensar.
Quería quedarme quieta como esos frutos listos para devorarse,
esperar como aquéllos,
rebosantes de vida sin vivirse
descansar en aguardo del destino,
de una mano que los tome,
de una vida que los necesite.
Porque también soy un fruto maduro que la tierra expulsa
y que debe cumplir su función:
esperar
nutrir
servir.
Pero no todos los frutos sirven.
El jardín escondía retazos oscuros: frutos secos.
El jardín que yo buscaba no era el de las luces y los colores
sino el de la putrefacción.
Supe entonces que mi existir entre la espera formaba parte
de otro destino,
que yo no estaba hecha para saciar,
que mi ser era como el de aquéllos de olor rancio y piel
seca,
que yo debía yacer inerte hasta la pudrición.
Corrijo:
sí quería el jardín para vivir,
lo quise siempre identificada con esa especie en abandono,
hecha menos.
Porque vivir es también esperar y no lograr,
esperar y no servir,
esperar y marchitarse.
Vivir es
también esto: pudrirse.
®Adriana Dorantes
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