JOSÉ N.MÉNDEZ
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EL QUETZAL ROJO
Quetzal rojo
o ave que pare un
millar de voces
de hombres de maíz,
estallando a fuego armamentista;
en nuestra plegaria
matinal
más allá del pan,
anhelamos liberarnos
de la metralla de cada
día.
Rojo,
quetzal rojo;
en tu plumaje
pernoctan
cadenciosamente
los ecos del perpetuo
y oxidado grito.
Rojo,
quetzal rojo;
nos vendaron los ojos
y no supimos
si fueron aquellos que
juraron protegernos
o los que se declararon
enemigos,
nos callaron a punta
de pistola,
nos rompieron los
tobillos,
nos dieron descargas
eléctricas en los genitales,
nos violaron,
una vez tras otra
y
cuando volvió a
ocurrir
prometieron que sería
la última vez
y nos mintieron,
nos golpearon tanto,
tantas veces
y con tal fuerza,
que un día;
la costumbre
nos dijo al oído
que ya dejó de
dolernos
y le creímos.
Rojo,
quetzal rojo;
rojo sangre del
valiente,
rojo sangre del
cobarde,
rojo sangre del que
dispara,
rojo sangre del que
nunca supo qué o quién lo mató,
rojo sangre de la
madre,
rojo sangre del padre,
rojo sangre del hijo,
rojo sangre de todos
los convertidos en una
oveja
que gracias a
irresponsables ganaderos,
quedó a merced del lobo.
Rojo,
quetzal rojo;
rojo amargo,
rojo que fue
reemplazando al negro
como símbolo de luto,
rojo desde el mismo
rojo
y que de tanta muerte
se hincharon sus ojos
de tal manera
que ya no le quedaron
lágrimas
y se ha cansado de ser
rojo
y a una estrella fugaz
le ha pedido ser rosa
o al menos violeta.
Rojo, quetzal rojo;
te juro que creí que
navegábamos
en la misma dirección;
hemos olvidado quienes
somos
y hacia donde íbamos.
Rojo, quetzal rojo;
duérmete ya;
si es que no nos
interpusimos
en la congelada
sinfonía de la pistola;
mañana será otro día
en el que nuestros
barquitos de papel
llenos
de hombrecillos
camuflados
con tinta negra
poesía;
saldrán del puerto de
la mano derecha
y con la única
intención
de golpearle la
bragadura
a los demonios de la
violencia.
Rojo, quetzal rojo;
no es nada personal,
es sólo que en el ojo
de una tormenta
a la que probablemente
le falten estallidos;
nos dimos cuenta
lo hastiados que
estamos del rojo.
EL APOCALIPSIS
DEL NAVEGANTE
I
Del viento con la ropa de lana sucia
en el cuerpo de sus corderos;
descubrí que el ojo izquierdo
de la tempestad en la que eternamente viven las sirenas;
era una puerta
cuyo rechinido
imitando a las eternas lamentaciones
de quienes lo han perdido todo,
indicaban su apertura.
II
Vi a Caribdis;
oscilando
las perpetuamente oscuras aguas,
en un infantil abismo
que tiembla de miedo
mientras el monstruo, solitario;
permanece a la espera
de ese Ulises
que suspendido en el encanto de Circe,
en el deseo de Calipso
o en las inacabables charlas con Eolo;
para malestar de quien todo lo devora;
ha vivido
eternamente retrasado.
II
Vi un Adonis
de traje blanco
producto del brutal impacto de las refracciones
que en la luz duermen
como damas de cuento a la espera de un beso;
sostenía un caracol
que al dejar libre
el hipocampo del aliento en su interior;
indiscretamente
repetía
una vez tras otra
ciertas cosas que sospechábamos;
como que a las nereidas no les gustan
esos pretendientes malos perdedores
que dejan caer montañas encima de otro;
con un lenguaje tal
que la pequeña Galatea (dicen)
hizo llorar a Polifemo.
III
Vi una mujer fraguada en cristal melancólico
que a la tierra se inclina para besarla al unísono con su millón de
hermanas;
todas ellas educadas en la misma legión
instituida por mis ancestros;
con sus labios rozan los pies de Gea
suavemente, para que estos no sufran
una voraz ofensiva
de la sal con la que se han pintado los labios
y rápidamente retornen al cielo
para volver a descender las veces que sean necesarias
mientras el espíritu de Dios se encuentre triste.
IV
Vi a un Dédalo que
en silencio
y como única moneda
de un mendigo;
a las húmedas entrañas azules
les ha extirpado
un trozo de esperanza
que le permita reunirse
nuevamente con Ícaro;
mientras las masacres del Minotauro
o las rabietas de Minos;
son gacelas pastando en el Hades.
V
Y tras un golpe de aquella puerta,
mismo que se esconde en el travieso tritón
que te moja el rostro;
escuché
un emocionante blues
coreado por nueve ángeles;
la normalidad,
infanta berrinchuda sin su dosis mortífera de azúcar,
me abofeteó al ritmo cansino
de un timón expulsando a la
embarcación de su trayectoria.
Después…
Todo fue niebla.
El abrazo
reconfortante
A la mano
que sostiene
la batuta
mortuoria;
dedos
vacilantes que
en un
movimiento
pueden
iniciar el estallido;
sinfonía
del ángel viajando al abismo.
Al rostro
al que
alertan,
hieren,
someten
y en el
sendero
que va de
la cueva del dragón con traje sastre
hacia el
cubículo;
se torna
en arena
de playa
que el
viento deforma con un soplo.
Al
pequeño fruto
en el
árbol de la vida;
que en el
desayuno
tiene un
plato lleno de ofensas.
A la
madre,
a la
hija;
residente
y exilada
de los
sitios al que los seres de luz
temen
volver
por
aquellas que se convirtieron
en
aperitivo para la injusticia
y tristes
efigies
del
silencio.
A los que
no necesitan
de la
lógica del hombre
para
saber que quienes creyeron sus amigos;
al
contemplar el signo de la muerte
escrito
en las pupilas,
les han
abandonado.
A los que
arrojaron botellas
con
flores de tinta negra poema
hacia la
garganta de Poseidón
y ahora
mismo
continúan
en el puerto,
esperando
una respuesta.
A
aquellos
cuyo
fruto vital;
por
posesión de un fantasma
que huele
a realidad,
se les ha
ido pudriendo.
A los que
elevan su voz,
a los que
se quedaron sin ella
y a los
que no la tienen.
A quienes
pudieran haberse escapado
de un
sitio en la historia
o en los
recuerdos.
Tus palabras,ritmo y voz: Magníficos.
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