ALBERTO MARTÍNEZ CASTAÑEDA
este es el link de la entrevista completa:
Rosario.
Rosario,
entiende la suavidad del
hombre,
no creas en las voces
ni en los suplicios de los
los cubos,
entérate de sus miedos y
formas,
de sus ecos y sombras,
no enfades tu mano tibia y
serena...
Es el desprecio de las
cosas,
la desigualdad
entre el color y las
manchas,
la entereza del débil
y la comodidad del
poderoso,
son sus voces,
los secretos,
las caídas,
endemoniados fetos
y amalgamas de lo incierto.
Entonces,
cuando comprendas
el silencioso rumor del
pecho abierto,
hablarás de otras cosas,
encenderás las luces y los
misterios,
la paz nunca tuvo dueño,
ni pudo tenerlo,
las muertes siempre rondan
en los techos acartonados
y en los ojos cristalinos.
Temerás de la vertiginosa
marea de sueños,
de la insoportable carga,
de las frustraciones de los
vivos
y la decadencia de los
muertos,
los muertos,
los mil veces muertos,
los que aún viven muertos.
Entiende Rosario,
estoy enloquecido,
estoy de prisa a que
comprendas
y dejes de llamarme
lisiado,
que no vean tus ojos
estas piernas
transparentes,
estos brazos torcidos de
miseria,
que a través de mi cuerpo
mires los espejos,
soy tú,
Rosario,
soy tu cuerpo,
soy tu marca de enfermo
nacimiento,
soy,
Rosario,
un dibujo,
un boceto del deseo
que tuviste de parir hijos,
pero los hijos tuyos,
los que no vinieron,
esperarán otro útero más
pleno,
al que nada le falte,
un útero en que haya pan,
vino y cerezas.
Rosario,
has tenido tiempo de
encontrarme,
entre tantos cadáveres
y formas que trae la marea,
este soy yo,
como lo son todos,
imposibilitado de las
piernas
y de las manos
pero la boca,
Rosario,
la boca no me la calla
nadie.
Sangre.
Y sin más se abrió la
puerta,
el viento arremetió
sobre los huesos de la
casa,
las paredes temblaron en
concreto.
No sé qué hay en tus ojos,
ni las manchas
que nublan tu hemisferio,
no entiendo
la compleja marcha de tus
pasos,
pero te extraño,
la sonrisa,
la mueca vulgar de
bienvenida.
Apareciste lejos,
en silencio,
apareciste,
entre las manos de lo
incierto,
la cólera infame de tu
pecho
se apoderó de la palabra
y del viento.
Todos guardan un silencio
absurdo,
gimen en secreto,
lloran la noche de tu
ausencia,
yo estoy pensando en tu
frente,
en tu pie vagabundo y solo,
estoy mirando,
sangre mía,
esperando tu voz
y tu vuelta.
Tengo
una necesidad de ti,
que es tan tuya,
que no me pertenece,
una gana infinita de tenerte,
una espera fría, alargada,
desmemoriada y sola.
Tengo una ausencia grosera,
que en las tardes menta tu nombre,
que te dice a oscuras,
cuando cierro los ojos,
y que se abre,
como una flor sin tallo,
como una piedra que no duele.
Tengo un vacío hasta las venas,
que no entiende lo que hablo,
y dice mansamente que estoy solo
y en esa soledad te tengo,
como un juguete que no sirve,
como un hambre de dos de la mañana.
Tengo un llanto infranqueable y quieto,
una impaciencia que se agota
entre las palabras que dice la almohada
y las incoherencias que responden las paredes.
Es un vicio tan amargo,
tan silencioso y roto,
arrugado,
mal hecho,
mal dicho y necio.
Te tengo a ti,
como una sombra,
como un vapor en la ventana.
Tengo estas ganas marchitas y toscas,
amargadas y sucias.
que es tan tuya,
que no me pertenece,
una gana infinita de tenerte,
una espera fría, alargada,
desmemoriada y sola.
Tengo una ausencia grosera,
que en las tardes menta tu nombre,
que te dice a oscuras,
cuando cierro los ojos,
y que se abre,
como una flor sin tallo,
como una piedra que no duele.
Tengo un vacío hasta las venas,
que no entiende lo que hablo,
y dice mansamente que estoy solo
y en esa soledad te tengo,
como un juguete que no sirve,
como un hambre de dos de la mañana.
Tengo un llanto infranqueable y quieto,
una impaciencia que se agota
entre las palabras que dice la almohada
y las incoherencias que responden las paredes.
Es un vicio tan amargo,
tan silencioso y roto,
arrugado,
mal hecho,
mal dicho y necio.
Te tengo a ti,
como una sombra,
como un vapor en la ventana.
Tengo estas ganas marchitas y toscas,
amargadas y sucias.
Hay árboles
y escarban la raíz
desde su entraña,
que viajan,
que arrastran ramas,
y lloran,
árboles
que son hombres,
que de tanto verlos
abrasan.
Árboles
que aman,
y también árboles
que callan.
VI
Todo el tiempo
se detienen los rostros,
las ajenas y vivas margaritas,
desde este sitio,
en que faltas
y falta el viento,
los ojos,
las manos y el cabello,
cenizas,
inquietantes miradas.
Estuve pensando,
Molina,
pensaba tus alas rotas
y tus cascos centinelas,
les di forma,
acabada la hora de la sombra,
entendí la máquina viviente de
tus piernas,
atendí tu llanto,
espejo de la muerte sin muerte,
lago de un fauno viejo,
solo,
lleno de un vacío
sanguinolento.
Antes caminaste,
viajabas,
a todas partes del cuerpo,
como gusano ágil,
delirante, molina.
Las plazas de tu muslo
hacen estampas,
cunas blancas,
arrullan escalones y cristales,
aúllan en recibidores,
en recámaras obscuras,
Molina,
dame el beso de la muerte,
estigma
y sol de hielo.
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