CRISTHIAN CHAVERO LÓPEZ
Sentir a los otros
La ciencia tiene avances que me
explican hechos cotidianos que parecen magia, la escuela nos libra de
supersticiones; los marxistas nos enseñaron que las religiones son el opio del
pueblo, pero entre muchos mexicanos existe la noción de algo distinto, difícil
de describir, que eriza los cabellos y nos regresa a un estado animal; que
también nos llama a un retorno y reconocimiento profundo, sentimos la presencia
de algo sobrenatural.
Más allá de las estructuras
religiosas y construcciones cosmogónicas místicas, hay una noción de que algo
más está ahí, que no podemos explicar. Las narraciones de cuentos de miedo
entre los niños siguen siendo una práctica común. Las anécdotas escalofriantes
se cuentan por gente que lo ha visto, escuchado, olido.
Hay muchos que de niños vieron
“cosas”, hablaron con esas entidades, comprendieron ideas que hoy han olvidado,
pero saben que hubo algo. Las tías y madrinas hablaban de que el infante traía
luz, los poros abiertos, una manda, encomienda que debe desarrollarse para no
volverse loco. Hay temporadas en que eso vuelve y se ven las calaveras con
desencajadas mandíbulas en la oscuridad, niños amortajados en lugares
imposibles; a veces escuchas tu nombre en medio de una muchedumbre que no te
ve, que va ajena a tu historia y presencia, pero sabes que alguien te nombró y
pide algo. Hay tantos mensajes que no podemos decodificar.
Me gusta pasar por fuera de
construcciones abandonadas, que huelen a frío y soledad, que se oyen húmedas y
descarapeladas; ahí, ocasionalmente se visualiza un lamento, se sienten miles
de gritos, los edificios gritan sobre vidas destruidas y seres atrapados.
Hay entes o sucesos que se cuelan por las rendijas de la consciencia,
que nos susurran discursos inteligibles, que nos hacen más sensibles a ecos
impregnados en los muros que se repiten intermitentemente.
Octubre Negro
El
arte cambia la vida
En la historia de la humanidad la
emancipación siempre ha sido buscada por los contestatarios. Unos de los más
modernos son los rojos, los socialistas libertarios, demócratas y científicos.
Y entre otros, su emblema ha sido una bandera roja, color de sangre. A los
movimientos críticos y los revolucionarios de los países subdesarrollados, como
por ejemplo los latinoamericanos, se les ha bañado en sangre, se les ha
masacrado y casi extinguido. Los zurdos han sido perseguidos en todo el mundo,
les llaman sediciosos, ultras, comunistas, izquierdistas, globalifóbicos,
altermundistas, trasnochados, transgresores de la ley, todo empieza rojo y
termina negro, principia en Eros y finaliza en Tánatos.
En 1968, tuvimos uno de varios regueros de
sangre modernos, nuestro Tlatelolco, nuestros muertos, nuestro octubre que no
se olvida, nos tiñó la memoria de muchos matices magenta y violeta, de púrpura
y bermellón, de escarlata y rojo. Comenzaron rojos y terminaron de negro, de
luto, de duelo, de doloroso y riguroso negro. Pero no se acabaron, el relevo
generacional llega punk, roto, anarquista y también termina de negro, vestido
de revancha inacabada y de negro. Introspectiva, profundamente negro como el
lugar donde nacen los sueños.
Vivimos
en un mundo perverso, donde la naturaleza ya no es la primera condicionante
para sobrevivir, sino la sociedad indolente que mira cómo se llevan a
los
judíos, a los comunistas, a los negros, a los blancos, a los indios, a los
rosas, los jóvenes, a los imperfectos; sin que alguien haga algo. Y la cúpula
mira con recelo, observa temerosa de todos y placer de no ser de esos otros,
angustiada por conservar frivolidades como la exclusividad, el falso
reconocimiento, son tan superficiales y se sienten tan indispensables que
anteponen sus intereses personales a los de la comunidad. Por eso merecen que
ante ellos actuemos en rojo y les hablemos en negro.
La mitad del mundo es descendiente de
un pueblo víctima del genocidio, desde los germanos y galos a manos de los
romanos, hasta los americanos a causa de los europeos, los orientales por los
occidentales, rurales por citadinos, autóctonos por neoliberales. En todas
partes queda el sabor amargo del luto, el rencor por los agravios y la melancolía
de los deudos, el rojo sangre engendra negro muerte, ese negro muerte como el
agujero de donde venimos, que pare vida y que termina en un hoyo para féretro,
como las cenizas de la siembra pasada abonan el retoño de la siguiente, como la
noche se transforma en día.
Ese rojo y ese negro son un círculo
dialéctico, interminable, insondable para los mortales, trágico para los
sensibles, maravilloso para los contempladores. El negro es tenebroso, pero
también sensual y triste, escéptico pero fantástico, visualmente confuso pero
duramente elegante, ácidamente crítico pero espiritualmente reflexivo.
Por eso creamos en negro, porque hay,
hubo y siempre habrá mucho rojo, que engendrará negro, que parirá rojo, que
inspirará negro, que se volverá rojo… el rojo inicia todo y después del final
sólo hay negro.
Por
eso nuestro octubre rojo, a través del arte, es negro.
Soledad
Las
expectativas de socializar en un transporte público son mínimas en el mejor de
los casos, lo mismo que en una fila para entrar al cine. El deseo de
interactuar con otro en un primer día de clases o de trabajo puede fracasar
cuando los individuos no son lo que se esperaba.
Por
eso mucha gente se recluye dentro de sí misma, para no tener que enfrentar el
desespero de no coincidir por lo menos con alguien; por eso se regresa a las
viejas amistades, a la familia, al pasado; porque no se quiere estar solo.
Un
páramo desolado lo es sólo si no sentimos así, todo gira alrededor de cómo
interpretamos la presencia de otros y nuestra necesidad de que se encuentren
cerca, pues en ocasiones no requerimos más que de uno mismo.
La
intimidad nos es intrínsecamente necesaria, en mucho por causa de la cultura.
Cagar o resolver los problemas de la vida es algo para lo que se requiere
espacio, tiempo y estar a solas, para poder pensar, cavilar, escucharse a sí
mismo.
Cuando
se termina ese proceso llega el momento de compartir con ese otro, que puede
ser cualquiera, pero casi siempre es la pareja, si no, con quien se sienta uno
más cercano, cuando esto no es posible nos sentimos mal, nos aislamos aún más,
se puede llegar a la locura.
La
soledad suele pensarse de adentro hacia fuera, de “mi soledad con respecto a tu
presencia”, es común que se responsabilice a otra persona por no sentirse
acompañado, pero no estamos dispuestos a pensar en la sensación de ausencia en
un individuo por nuestra causa. Si los individuos también piensan así, se crea
un círculo vicioso de gran infelicidad, nos concebimos solos en buena medida
porque abandonamos a los demás.
® Cristhian Chavero López
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