ABRAHAM CHINCHILLAS
(fragmento
de la primera parte de mi libro “Sólo un poco aquí”)
El agua reclama sus derechos.
Lenta se amotina,
callada permanece
en su guarida blanca del cielo.
En un estruendo se subleva.
Arroja su ansiedad a tierra,
pertinaz ocupa la ciudad
adormecida;
titilante la recorre.
Otra
multitud a trote.
Una
lanza que surca el aire
contra
las mariposas azules;
revoloteo
que es un escape,
una
mujer descalza
que
busca un sitio
donde
enterrar la suerte
que
esta mañana
comenzó
a apestarse.
Tumultuosa invade las avenidas.
Aloja la vida en los jardines,
establece su dominio con
grandes charcos
islas inversa.
Ocupamos la plaza
haciendo un espejo
diáfano, el cielo se refleja
como augurio puntual
tras la tormenta.
Único sobreviviente soy;
naufrago pluvial.
Una
capucha que esconde un cántaro,
un
ruiseñor que sabe susurrar.
La mañana me sorprende seco.
Me crujen lo nudillos,
la
mandíbula.
El reloj de la sala
repta por la casa vacía.
Cada paso le toma un tiempo;
su
rastro se queda
en más de una habitación a la
vez.
La lengua del sol
baja desde el techo,
no encuentra en mí
bobalicones girasoles que le
admiren
ni lagartijas rendidas a su
tacto.
Escucho
morir a los amigos,
a sus
dientes
arar la
lucha
de su
furia contra el tiempo.
Mi crujir se ha vuelto un
rechinido;
otrora
un golpeteo,
testadura
marcha
a quien nadie enseñó
cómo detenerse.
Me arrastran por el suelo,
ruedo por el pasillo.
Cruje mi piel sorda.
Mis parpados suenan como
campanas.
Soy larva que se estira,
se
despereza.
Soy capullo maloliente
colgado en la pared del baño.
Traduzco
una lengua callada
que
escala la cima
para
parlotear
con
nadie.
El
presente se multiplica
en
secretos paralelos
que no
revelan
más que
de mentiras.
En la casa inclinada
se escucha el insistir del agua
corriendo entre las piedras.
Hay
otros que también la oyen
y
que habitan en mí.
Juntos arrastramos las manos
hasta el plato,
cogemos un trozo de pan,
desmembramos el queso
y en medio de la tiniebla
lo llevamos a la boca.
Subimos a tiritar
mientras soñamos,
unidas la palmas
metidas entre los muslos
mientras crepitan
nuestros dientes
como suave ronquido.
Mi
cuerpo me dicta
un
alfabeto áspero
que
arde en el invierno.
En las mañanas silenciosas
unimos nuestras carnes
engarzando nuestros sexos
y atamos nuestras boca
para que ningún jadeo
arruine el sortilegio.
Las palabras que gotean
a lo largo del día
las encerramos en una tersa
jaula transparente;
ahí revolotean sin descanso.
En las noches en que
se oculta la luna,
hacemos una ronda de insomnio
y las liberamos
acariciándonos con ellas,
removiendo el sudor
de nuestros cuellos,
la aspereza de las manos,
el rechinar de los párpados
mientras se cierran.
Abrimos nuestras bocas
y las bebemos
de madrugada.
Bloque
2
(poemas
de mi libro “Zoología indescifrable”)
Soliloquio del
Depredador (toma 2)
Si
lo digo es porque sé,
vivo
en la humedad de la sombra.
Retozo
en una promesa sin hojas,
austeras
ramas son mi cobijo.
No
olvido los insectos,
no
perdono a las madres
que
escupen sus rezos en la plaza
para
alimentar a las palomas
(hipócritas
pacifistas).
La
lluvia de marzo
derriba
al dolor desorientado,
que
llega antes de tiempo
a
su impostergable reunión con el suelo.
Aún
escurre sangre de mi pico.
Todos
los ojos han sido cegados,
faltan
las casas, sobran los días;
la
taxidermia de mis huesos
se
archiva en el capítulo de las culpas,
donde
gira una parvada de buitres
sobre
las heridas de la tierra.
Sirena de Saladas Aguas
-Yo, condenado a la
mazmorra
de su triángulo
embravecido,
me consumo en la espera
cual vela
que ignora que nunca se
ha de terminar.
Ella,
vestida sólo de su piel,
de
sus senos escurridos,
sus
pezones bien alertas,
acusadores:
-tú,
asesino de mí calma,
asusador de mi lujuria,
blasfemo con tu lengua
de fuego
consumida, consumada
en el convulso mar
que me desborda.
Del
otro lado de la cama
la
sábana reclama
su
cuerpo encallado,
acariciado,
satisfecho:
erizado
como escamas.
Siete Moluscos más Uno
Viernes.
Sabré con zozobra mi
destino
si las cartas videntes
lo descifran:
ni un paso más
antes de la certeza
prometida.
Sábado.
Visto mi mejor perla:
tesoro de quien lo pida.
Nuevas aguas me esperan:
artrópodo trasnochado.
Domingo.
Oreo mi esqueleto traslúcido
al sol de asueto,
inclinado en el balcón
de lo ya dicho:
el gozo del nulo
esfuerzo.
Lunes.
No hay sol en esta
turbulenta tarde.
Me ha pasado de largo
la corriente anunciada,
que me llevaría a
mejores aguas.
Floto.
Martes.
Soy el ojo que gobierna
el remolino que me
envuelve.
Tengo designio,
de ciego.
Miércoles.
Mi hemisferio cefálico
decidido
está a emprender la
evolución;
intestina guerra libra
con mi masa visceral
que ancla mi pie al otro
polo.
Jueves.
Concha resignación:
soy
lo que oculto.
Sabia es la naturaleza.
¿Para qué me dotaría
del albedrío de
preferirme
vestigial?
Otro
viernes.
Nuevas punzadas conjuro
en la derrota solidaria
de un plato de
escargots;
se sirven a toda hora
y el miércoles vendrá.
Bloque
3
(poemas
inéditos)
Vereda etérea
a América
Femat
Eres
etérea como tus versos.
Sigilosa
cruzas el aire,
frontera
invisible que nos separa,
apenas,
para envolverme
en
el suave sopor, tenue,
firme
patria
de
tu abrazo.
Tu
cuerpo es perfecto como tus palabras.
De
fertilidad angélica,
sentencias
dulcísonas
que
tienden ante mí
una
vereda de deseo
que
me contiene y me esparce
en
caricias tímidas,
inéditas
para mis manos.
Tu
boca es un manantial grato
como
los poemas que vas
esculpiendo
en el espejo
táctil
del móvil;
oasis
sagrado donde la vida
me
vuelve le aliento
y
me lo roba
como
un sortilegio.
Que
tarde es esta, lienzo
donde
tu esencia se cruza
con
el aroma que despide
mi
cuerpo para llamarte;
naturaleza
viva que dibujamos
a
cuatro manos, boceto
del
futuro compartido
que
anhelamos.
Último lamento
a Elena, por
último
I
Era
tanto el amor
que
de ese mar
ni
una estela de espuma,
otrora
pasión,
queda.
Que
nada de las burbujas
del
hervir de los crustáceos
saliera
a flote,
que
ninguno de nosotros
respirara;
que
toda esperanza de memorias
se
azara al sol impertinente.
Que
los perdigones
del
disparo taciturno
sobrevivan
en el aire
hasta
que mi pecho
estalle
reluciente
como
un sapo.
Inexplicable,
tanto,
como
los barcos que arden
en
altamar
como
poderosas lumbreras
que
guían la esperanza
de
los náufragos.
II
Podría
este fulgor engullirme,
mascarme
sin decoro,
desgajar
mi carne, quebrantar
mis
huesos
con
sus dientes dorados.
Se
pudren las nostalgias,
como
mares que devoran
las
hidras arrojadas a la costa.
Las
frases inocuas
se
van desdibujando.
Van
perdiendo la textura
de
la voz que las construía
a
golpe de sudor y de espasmos;
no
se diga
la
mirada que las envolvía,
arrugado
celofán
irreconocible
en el accidente
cotidiano.
El
deseo ha fermentado
se
ha llenado de moscas;
zumbido
cegador del recuerdo.
Es
un hedor
que
desde adentro
me
sana.
Uno
Espejos
que reflejan puntos ciegos.
Olvidos
que ejercitan el recuerdo.
Abuelos
muertos, huérfanos de nietos.
Ninguna
parte a la que he vuelto.
Calma
que germina en desconcierto.
Deseo
alquitranado por los miedos.
Silencios
que se vuelven un concierto.
Valor
que no alcanza “al ras del suelo”.
Son
esas verdades con lo que miento.
Las
cercanías se han ido lejos;
una
prisa que va con tiento.
Son
más cosas que se echan de menos:
aún
tu boca me roba el aliento,
me
deja abandonado de tus besos.
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