JAZMIN DELGADO
MIRAR DESDE EL
SUELO
Después de estar fuera por
algún tiempo, hoy regreso a casa. Ya sólo me faltan unas cuantas calles. Miro al cielo tratando de ver la luna
pero únicamente están las estrellas —hace mucho que no veo las estrellas ni la
luna—.
Me quedé un instante hipnotizado por el cielo hasta que algo me distrae,
un grupo pequeño de gente que cuchichea entre sí. Quizá ocurrió un accidente y
hay algún herido o tal vez un muerto. ―Siempre es lo mismo cuando ocurren estas
cosas. ― La gente atraída por el morbo de ver el sufrimiento de otros sale de
sus hogares y trabajos para deleitar su curiosidad.
Recuerdo
que la primera vez que vi una
persona herida, yo tenía ocho años. Aquel día acompañé a mi mamá al mercado,
mientras ella compraba en un puesto de verduras yo fui a comprarme golosinas
con el poco dinero que llevaba. Mi madre siempre insistía que no me alejara de
su lado pero cuando escuché el chillar de unos niños y de una señora, no puede
evitar mi curiosidad y fui a ver qué había pasado. Cuando llegue al lugar, se
encontraba una anciana en el pavimento; y un niño entre lágrimas que suplicaba:
—¡No te
mueras, abuelita!
Y una señora que decía:
—¡No me
dejes, Mamá!
Los paramédicos estaban por
llevársela y al momento de pasarla a la camilla vi como el rostro se le
desprendió.
Asustado le grité varias
veces a mi madre, quien llegó corriendo asustada, me abrazó y nos alejamos
mientras me regañaba por no haberle hecho caso.
A pesar de que ya han pasado
17 años hay días en que sueño con eso.
Vi que el
pequeño círculo de personas crecía de una manera considerable; hay gente que
mira el fúnebre espectáculo
mientras comen, otras que se paran de puntitas para alcanzar a ver, otros toman
fotos, hasta los autos disminuyen su velocidad intentando mirar lo que ocurre y
como siempre, un policía que dice.
—Sigan avanzando, sigan
avanzando.
Una señora que llega
corriendo, distrae la atención de todos.
—¡Mi
hijo, mi bebé… ¿Por qué Dios mío? ¿Por qué te lo llevaste?!
Al
escuchar el llanto de esa señora, recordé que una ocasión en la que estaba en la preparatoria con mis amigos y
decidimos no entrar a clases para ir a tomar unas cervezas. Cuando anocheció
escuchamos unos disparos, mis amigos me dijeron que fuéramos a ver qué había
sucedido, yo no quería ir pues me daba miedo que aún siguieran allí y también
recordé la imagen de la anciana que vi en mi infancia. Pero para que no me
dijeran que era un maricón los seguí. Supimos donde habían ocurrido los hechos
porque de igual manera había mucha gente rodeando una tienda de abarrotes y
cuando llegamos vimos el cuerpo tirado de un hombre, al parecer era el dueño de
la tienda. Le había quitado la vida de dos balazos; uno en el pecho y otro en
la cabeza, a su lado se encontraba su esposa quien gritaba a la gente que
llamarán a una ambulancia, que hicieran algo en lugar de estar observando… Ni
mis amigos, ni yo hicimos nada, estuvimos por un momento ahí, después nos
fuimos a nuestra casa en silencio.
Hoy no
era la excepción las personas musitaban “Pobre muchacho que Dios lo tenga en su
gloria”, “Se ve que lo torturaron”, “Seguro andaba en malos pasos”, “Yo lo
conocía era tan buen muchacho” “seguro que con estas fotos me dan algo en el
periódico”. Todos hablan pero de seguro nadie sabe lo que le pasó, yo no
entiendo por qué siguen ahí.
Hace
algunos meses, mientras yo me dirigía a la universidad, una camioneta se detuvo
enfrente de mí, se bajaron dos hombres, me vendaron los ojos y colocaron cinta
en mi boca para finalmente subirme al automóvil. Durante ese lapso no pude
hacer nada, me quedé en shock.
Me llevaron a no sé qué
lugar en donde tenían a otras personas secuestradas, lo sé porque escuchaba sus
llantos; era una mujer y un hombre.
—Checa
sus contactos en su celular, ahí debe de haber algo— le decía un secuestrador
(quien según yo era el que estaba a cargo) a otro.
—Ya
valiste, hijo de tu puta madre —me decían mientras me golpeaban.
No sabía qué buscaban en mi
celular, pensaba que quizás se equivocaron de persona, hasta que uno me
preguntó
—¿A quién
puedo llamar para pedir el varo?
Me quedé paralizado hasta que uno de ellos me golpeó.
—Mira
cabrón, si quieres salir de esta, más te vale que me digas a quien llamo, sino
hasta aquí llegaste.
Al escuchar que jaló el gatillo le dije que le marcara a
Esperanza.
—¿Qué es
de ti?—me preguntó el tipo sin quitarme el arma de la cara.
—Es mi madre—respondí.
No escuché la conversación,
ni cuanto le pidieron.
—La vieja
los va a conseguir, si no, le mandamos a su hijo en partes —se decían entre sí,
no sé si era para asustarme o porque realmente lo iban a hacer. Me imaginaba la
angustia y el dolor de mi madre que estaba pasando en ese momento.
Un día (o
noche, no sabría decir la hora), escuché como entraron muy bruscamente esos
hombres y le dijeron a otro de los que estaban ahí:
—Ahora si te llegó la
hora cabrón. No juntaron lo que pedimos.
―¡No por favor! ¡Haré lo que pidan! ¡Por favor, no lo hagan!
Escuché el llanto, la
súplica de aquel hombre y como uno se lo llevó arrastrando a otra habitación,
después oí un disparo…y en seguida un silencio.
La mujer gritaba aunque no
lo lograba por la venda.
—Eso es
lo que les espera —dijo uno de ellos al salir de la habitación.
Traté de que esas palabras
no me perturbaran más de lo que ya estaba, pero la desesperación, la impotencia
y sobre todo el llanto de la mujer no me lo permitieron. Mis lágrimas recorrían
mi rostro, quería desahogarme de todo. Lloré demasiado, lloré hasta que el
cansancio me derrotó y quedé dormido.
Pasó el tiempo, una eternidad y más. La comida que nos daban era muy
poca, al igual que el agua. Me sentía débil, cansado, ya me había cansado de
llorar, sólo esperaba que todo esto se terminara.
―Hoy se decide que hacemos contigo mamita ―le dijo uno de los
secuestradores a la mujer,
Al parecer ella también ya
estaba cansada de todo. No hizo sonido alguno, sólo suspiro. En parte me sentí
tranquilo de ya no estresarme con los sollozos de la mujer.
Esperaba a que se decidiera su destino, aunque a esas alturas y por
lo que le pasó al otro hombre todo era incierto.
Se escuchó como abrieron la
puerta, luego los pasos que se dirigían hacía nosotros, la mujer empezó a
llorar.
― ¿Pero
por qué lloras mi chava? ―le dijo el hombre y se la llevó.
No supe qué pasó con ella.
Ya sólo
quedaba yo temiendo por mi vida, pensando en lo que harían conmigo…
Escucho la ambulancia que se acerca al lugar, y sé que es mi última
oportunidad de mirar una vez más el cuerpo torturado en el pavimento y así
deleitar mi curiosidad, pero hoy prefiero pasarme de largo y llegar a mi
destino, porque no quiero oír el llanto de Esperanza, ni cuando la ambulancia
se lleve mis restos.
Jazmín Delgado
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