GWENN AELLE
Barco de piedra
Es cierto
Es cierto que algunos barcos
son de piedra
Que se quedan, inmóviles,
viendo a la mar ir y venir
Pero también es cierto que
los otros barcos, aquellos que parecen ser libres, esperan ellos también la
marea, encallados en la arena
Es cierto
Es cierto que algunos barcos
están detenidos, marcando el suelo con su peso
Que se quedan, inmóviles,
diciendo muy alto la inanidad de sus anclas
Pero también es cierto que
los otros barcos, aquellos que parecen ser libres, se ven obligados a seguir al
timonel, incapaces de partir solos si no es a la deriva
Es cierto
Es cierto que algunos barcos
parecen estar muertos
Que se quedan, inmóviles,
viendo lo azul del cielo
Pero también es cierto que
los otros barcos, a pesar de sus colores tornasolados, no son más que cascos
vacíos esperando a su amo
Es cierto
Es cierto también que mi
cuerpo parece ser de piedra
Que se queda, inmóvil,
viendo a la vida ir y venir
Pero también es cierto que
los otros cuerpos, los que parecen ser libres, siguen esperando la oportunidad
de su vida para ponerse al fin en movimiento
Es cierto
Es cierto que mi cuerpo
parece estar detenido, marcando la cama con su peso
Que se queda, inmóvil,
diciendo fuerte la inanidad de una cadena
Pero es cierto también que
los otros cuerpos, a pesar de sus ganas de reír, siguen las leyes, la moda y a
menudo, los apetitos de otro
Es cierto
Es cierto que mi cuerpo
parece estar muerto
Que se queda, inmóvil,
viendo a las ventanas
Pero es cierto también que
florece como ese barco de piedra
Que a pesar de la terrible
inmovilidad a la que está sometido, mi alma vive y no espera a nadie
Que los pensamientos toman
su vuelo
Que las palabras hablan
fuerte, en voz alta
Muy alta
Es cierto
Es cierto que mis manos
parecen ser de piedra
Pero viven, y empuñando
pinceles y colores, se abren, vibran y sobre todo
Ay, sobre todo…
Hacen vibrar…
Es cierto
Es cierto que ese barco de
piedra está destinado a hundirse
Es cierto también que los
otros barcos se burlan de él, y esperan el final
Pero también es cierto que
soy libre, libre y llena de vida, de palabras y de colores...
Es cierto
Tan cierto
SEGUNDO BLOQUE
Dolor
A veces, el cuerpo es el que gana.
El dolor se multiplica, llena el universo de su aliento viciado y te
muerde la cara.
La piel quema, los músculos se distienden, todo el cuerpo aúlla. Los ojos
cerrados, crispados, no puedo más que respirar bajito, de a poquitos, rehuyendo
la evidencia. Me duele.
Hoy, mi cuerpo es el que gana.
Mis piernas se rehúsan a moverse, de repente como de plomo
caliente, ardiente, líquido de fuego sobre la cama. El calor es tal que
las sábanas se incendian y se arremolinan sobre ellas. Largos lamentos emanan
de ellas, como para volverse loco.
Volverse loco.
Mis manos no son más que terribles palas de madera, de bordes rugosos,
pesadas y ardientes. La fiebre las invade, lengua de fuego que destruye todo al
pasar. Poco a poco, abro los ojos, decidida esta vez a una decapitación de
manos, lo cual no es tan loco porque ellas solas son como una cabeza entera,
llena de ideas locas que se estrellan contra las paredes como pájaros
enjaulados. El corazón acelerado, como encarcelado, las miro, sorprendida: no
veo más que manos, simples, normales. Esperaba una masa roja, abotagada, y no
veo más que manos. Casi blancas. Cinco dedos cada una. Casi bonitas. Crispadas,
sí. Inmóviles, sí. Más no el horror que esperaba.
¿Será que el infierno sólo está en mi cabeza…?
Vuelvo a cerrar los ojos, respirando un poco más, de a poquitos todavía.
Me concentro, pienso en mí. Trato de mover una pierna, la otra. La espalda. El
dolor aúlla, como si él fuera el que sufre. La parálisis me parece más
llevadera, el dolor me hace perder toda medida. Me duele.
Los ojos cerrados, hay zarabanda en mi cabeza, el diablo festeja y se
ríe. La quemazón crece, se vuelve hoguera. Rojas las mejillas, lágrimas sobre
los labios, veo, sí, veo, mis manos deformes, sanguinolentas, mi espalda
torcida y mis piernas podridas…
A veces…
El cuerpo es el que gana.
TERCER BLOQUE
Esas mujeres
A esas mujeres, me las
encontré un día a la vuelta de una revista. Sus fotos, en página central,
ilustraban un texto corto. En su país, un hombre había decidido, en nombre de
no sé qué política económica,
mandarlas a esterilizar… a la fuerza. Trescientas mil mujeres, algunas
dormidas, otras amenazadas, otras tantas por costumbre -obedecer se vuelve
rápido una costumbre cuando lo amaestran a uno desde la infancia-, perdieron
así una parte de su cuerpo, de su vida, de su derecho a elegir.
Las reuní sobre un lienzo,
las pinté exactamente como habían escogido posar: con su ropa, su peinado,
hasta sus aretes… Pero sobre todo con su mirada.
A menudo pienso que debería
de pintar más retratos…
El de la niña a la que le
jalan el cabello para peinarla bien y que aprende que hay que ser bella, que
para serlo, hay que sufrir y que no se atreve ni a respirar por miedo a
ensuciar su maravilloso vestido nuevo, el rosa.
El de la mujer que tiene
miedo: miedo a que no le salga la sopa, a que llegue su esposo, miedo a su
padre, a su hermano, miedo a decir, a hablar, a pensar.
El de la que se siente
culpable por desear más, o por desear, a secas.
El retrato de la chavita de
once años que acaba de tener un hijo, cuya violación no fue denunciada… La
vergüenza es más fuerte que la ira, y la justicia no es más que una palabra que
usan los hombres, les pertenece a ellos.
O el de esa niña que aprende
a cocinar, a barrer, a tender las camas, para después, para cuando tenga su
casa, ¿verdad?
El de la que está tan
orgullosa de sus medias nuevas, aunque le aprieten, de sus zapatos de tacón
alto que le impiden correr y de la pintura sobre su cara, que todo es, menos
pintura de guerra.
El retrato de la mujer de
negocios que a diario usa falda porque llevar pantalón no se le permite en la
empresa donde trabaja.
Y casi casi al opuesto, el
de la mujer que no trabaja por un sueldo porque no puede, no sabe, no se
atreve… Porque tantas veces le dijeron que no es buena para nada… Aun cuando en
casa el dinero le sea calculado,
negado, condicionado.
O el de esa mujer, la que
intenta hablar, decir tan sólo una palabra, porque no está de acuerdo, y que
sabe, bien que lo sabe, que sólo recibirá un insulto si le va bien, o golpes,
casi siempre.
Necesitaría claro varios
lienzos para las mujeres que hablan fuerte, que luchan y que ganan. A las que
llaman marimachas o salvajes, y que comparan con un hombre diciendo que,
después de todo, no lo hacen tan mal, las que trabajan duro por dinero y más duro
aún cuando llegan por fin a casa. Las que terminan por matar al no aguantar
tanto sometimiento.
Pero las escogí a ellas… Las
que no dijeron que no… A las que
obligaron, arrastraron a veces, o engañaron… Las que un día vencieron ese miedo
terrible y prestaron su rostro para un artículo, en una revista extranjera…
Las escogí, a ellas… Porque
un día, a pesar de todas las trabas, todas las tradiciones, todas las amenazas…
Vencieron al miedo.
®Gwenn Aelle.
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