ORALIA RAMÍREZ
Aquí el link de la entrevista:
http://www.codigoradio.cultura.df.gob.mx/index.php/palabras-urgentes/15292-oralia-ramirez
Cualquier clase de inhumanidad se convierte
con el tiempo, en humana.
Yasunari Kawabata
Mamá siempre ha trabajado por la mañana. Fuma, toma, es alegre y ha
tenido muchos novios. Sale a bailar todos los sábados con sus amigos y dice que
ese es el precio que deben pagar los hijos que tienen una mamá joven, bonita y
soltera. Ella nunca está sola porque se la pasa chateando o dando roles en el
auto de alguno de sus amigos.
Soy hija única porque mamá, por más que intentó darme un hermanito
nomás no pudo. Primero porque no tenía con quién y cuando tuvo porque ya su
matriz no servía por lo de la operación. De no haber sido por la tele, los
regalos e idas a Mc Donals, las fiestas de cumpleaños y hacer lo que yo
quisiera en general, creo que mi infancia habría sido terrible. Mamá y yo nos
llevamos bien, es una mujer muy open, imagínate, a los ocho años ya sabía de la
menstruación, el sexo, la pornografía, el sida y todo lo que una niña de ocho
debe saber a esa edad para que nadie la tome por sorpresa. Yo siempre he sido
muy lista pero fíjate que una vez casi me mato, o mejor dicho, me lleva la
chingada —parafraseando a mamá—, con una niña que iba en cuarto de primaria
cuando yo cursaba el segundo. A mí
siempre me gustó trepar árboles y en la escuela teníamos un jardín que además
de vigilar para que nadie caminara sobre el pasto, usábamos algunos niños para
dar rienda suelta a nuestra imaginación. Éramos pocos, pero no te sorprendía si
de pronto escuchabas toda una radionovela sobre la última pelea con tus padres.
Un día, mientras yo peleaba conmigo arriba del árbol, por haberle
gritado puta a mi mamá la tarde anterior, al regañarme por usar una de sus
tangas preferidas y dejársela como calzón talla cuarenta, me atrapó la mirada
de una niña que no había visto en la escuela. Obvio ella sí se asustó al
escucharme y creyó la muy tonta que me avergonzaría, pero no. Cuando salí de
clase, la misma niña me esperaba en la salida. Me dijo que se llamaba Mónica y
que quería ser mi amiga. Yo, acostumbrada a estar sola, me incomodé y le dije
que sí pero que sólo podíamos vernos en la escuela porque después de salir tenía
las tardes ocupadísimas con mi mamá y mis primos. Lo cierto era que me sentí
invadida pero no importaba porque sabría cómo manejarlo. Mónica, comprendí más
tarde, era mucho más astuta que yo porque sin darme cuenta fue haciéndose
indispensable en aquellos lejanos días. Primero sólo nos veíamos en la escuela
pero poco a poco fui sintiendo una especie de necesidad por estar con ella,
llegué al grado de ir a su casa al salir de clases, mi mamá, por supuesto, se
puso feliz porque cuando iba a casa de mi amiga no volvía sino hasta el día
siguiente. ¿Que qué hacíamos? Pues todas esas cosas que las niñas hacen sin la
mirada de sus padres. Cuando jugábamos en su recámara nos poníamos ropa de sus
papás. A veces ella la hacía del papá y yo de la mamá o al revés. En otras
ocasiones llamábamos por teléfono a un número cualquiera del directorio y
sacábamos nuestro repertorio completo de groserías e insultábamos a quien
contestara.
Una mañana me dijo en la escuela que me tenía una sorpresa pero que
me la daría en su casa, por la tarde, y que además era necesario pedir permiso
para quedarme a dormir. Muy obediente como casi nunca pedí el permiso y hasta
llevé mi pijama, pensé en proponerle desvelarnos y ver películas de amor, de
esas cursis que le gustan a mamá cuando está triste por alguno de sus novios.
Al llegar le anuncié mi plan pero inmediatamente me dijo:
—Calla, calla o lo echarás a
perder.
— ¿Qué pasa? —, le pregunté.
La respuesta salió de su habitación. Aquella tarde habían llegado
sus tíos David y Elisa de Buenos Aires. Estaban de paso porque su última parada
todavía les quedaba lejos pero quisieron
pasar a saludar y descansar un poco. Los padres de mi amiga decidieron,
como cada tres o cuatro días a la semana, salir a dar una vuelta con ellos,
cenar en algún bonito restaurante e ir a bailar, los señores Narcisismo eran
como mi madre, la diferencia entre ellos era que los primeros no sólo bebían y
fumaban cigarrillos sino que también -les reprochó Mónica un día, para hacerlos
sentir culpables de su mal comportamiento en clase-, consumían un polvo blanco
que después supe se llamaba cocaína. Bueno, los tíos de mi amiga traían consigo
al menor de sus hijos, Elías, un chico muy sonriente, con dientes blanquísimos
y chuecos. Me pareció al principio no comprender la sorpresa, cuando los
adultos se fueron nos pidieron no hacer travesuras ni dormirnos tarde. Cuando
los despedimos Mónica me llevó a su recámara y cerró la puerta antes de que
Elías pudiera entrar, y me dijo:
—Hoy jugaremos a los papás, pero será más padre que las
veces anteriores porque ahora sí hay papá ¡Tú serás la mamá y yo seré la hija!
Un brillo extraño invadió sus ojos al decirle que prefería ver
películas con ella, se enojó mucho pero supongo que al verme asustada trató de
calmarse y me pidió casi llorando que lo hiciera por nuestra amistad. Al final
acepté porque no quería perderla.
Puso en el centro de su recámara una mesa pequeña que sacó de la
habitación de sus padres y colocó ahí unas copas con un líquido morado,
cigarros y el polvo blanco. Nos quedamos en ropa interior nada más, Elías
también, él se veía inquieto, supongo que ya Mónica le había contado lo que
haríamos, al sentamos en la alfombra en derredor de la mesita él me tomó de la
mano mientras le decía a Mónica:
— ¡Hija, sírveme un poco de
vino!
— ¡Si papá!
Yo no sabía qué hacer ni qué decir, sentí miedo, sabía que algo más
sucedería y por primera vez en mucho tiempo ¡quise que mamá estuviera ahí! En
eso pensaba cuando Mónica le dijo a Elías:
— ¿Papá, quieres a mi mamá?
— ¡Claro que la quiero! ¿Por
qué?
— ¡Haber, bésala!
Cuando acercó su boca a mi rostro creí que lo rechazaría pero fue
grande mi sorpresa al sentir que no era tan feo besar a alguien. ¿O tal vez era
que después de ver tantas películas de amor con besos y sexo lo único que me
faltaba era practicar?, ladeaba la cabeza para mayor comodidad, me mojaba los
labios en señal de aceptación, etcétera. Mientras Elías y yo nos besábamos
Mónica se acercó y nos dijo que nos ayudaría a ponernos cómodos. En un segundo
quedamos totalmente desnudos: Comprendí esa noche la razón de los gemidos de
los actores de las pelis que mamá esconde en el armario y que he visto a solas.
Mónica me besaba la espalda mientras Elías me chupaba las chichitas que yo
sentía calientitas, calientitas. Justo entonces Mónica nos pidió que le
pusiéramos atención porque nuestra velada se pondría mejor si además de beber,
fumábamos y respirábamos el polvo blanco. Sirvió dos copas, Elías aún tenía en
la suya, cada uno encendió un cigarro, brindamos e intentamos fumar pero no
sabíamos cómo hacerlo así que los apagamos. Nos tomamos tres copas de vino una
seguida de la otra y sonreímos con timidez, luego Mónica me preguntó que cómo
me sentía y recuerdo haberle dicho ¡contenta!, y volvió a sonreír. Mientras nos
besábamos, Mónica se daba tiempo para no dejar de llenar nuestras copas y
hacernos brindar, en algún momento nos propuso respirar el polvo blanco pero
Elías dijo algo que no alcancé a escuchar con claridad, supongo que quería
seguirme besando antes de lo del polvo porque retomamos nuestra práctica. Me
lamía por todos lados, Mónica también, hicimos una pausa breve porque quiso ser
ella quien primeramente me lamiera la vagina, Elías estuvo de acuerdo y dijo
que de todas formas a él le tocaría lo mejor. Esa noche también entendí por qué
mamá tomaba tanto, cuando estás ebria no sientes nada más que libertad y
alegría, mucha alegría. Al sentir la boca calientita de mi amiga rozarme la
vagina creí que iba a explotar. Me sentí feliz y sensual y sexi como las actrices
de las pelis de mamá. No sé en qué momento le pedí a Elías que me hiciera suya
pero cuando me di cuenta un leve ardor mezclado con dolor me invadió toda y le
pedí a Mónica que me ayudara a no dejar escapar aquélla felicidad,
inmediatamente fuimos hacia el polvo blanco.
A partir de ahí no recuerdo nada, cuando desperté mi madre se
encontraba dormitando sobre uno de los bordes de la cama. Habían pasado tres
días y según ella fueron los peores de su vida. Me contó que los padres de mi
amiga nos habían encontrado tirados, desnudos e inconscientes. De inmediato nos
llevaron al hospital “Infancia Feliz” y el veredicto de los médicos fue
contundente: Sobredosis por cocaína, sexo anal y vaginal a las dos niñas.
No volví a ver a Mónica. Me imagino que sus padres la sacaron de la
escuela para meterla a otra o no sé, pero no he vuelto a verla. Las cosas entre
mi madre y yo no cambiaron ni cambiarán, estoy segura, de todas formas mi vida
no ha sido tan mala ¿o sí?
® Oralia Ramírez
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