PEDRO CARPINTERO
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POSTAL DE LA DEMOLICIÓN
Estrella la furia de sus
botas contra ella. Una y otra vez los golpes caen como hachazos. Parece que quisiera arrancarle las alas
a patadas. Un crujido como de huesos que se rompen inunda el silencio de mi
estupefacción. Son segundos muy largos los que tardo en reaccionar, suficientes
para que la rabia detonada cause daños físicos irreversibles. Algo más sutil se
quiebra en mis adentros. Los pedazos rebotan en el piso al igual que el último
resabio de fe que tenía en tu persona.
Te jalo por los hombros pero logras zafarte para darle
una última patada a mi moto, haz dado la puntilla antes de que pueda
inmovilizarte. En un parpadeo mi sorpresa se ha trocado en ira absoluta. Ahora
los dos temblamos de cólera al blanco vivo. A penas puedo contener el impulso de borrarte la sonrisita
con una bofetada, que tal vez no estallaría en tu rostro con la mano abierta.
Me asusta comprobar de nuevo que repentinamente te puedes volver una pinche
loca agresiva, peligrosa. Pero me espanta más el grado de rencor que me has
desatado esta vez.
No es la salpicadera de una motocicleta lo que
trituraste. Tu ataque fue contra mi salvoconducto para alejarme de ti y de las
rutinas asfixiantes. No atacaste un simple vehículo, tu intención era maldecir
mi vuelo.
Ahora lo que desató el infierno no fueron nuestras
podridas infidelidades. No fueron las tuyas que de tan cotidianas se han vuelto
casi inofensivas. Tampoco fueron las mías, tan segundonas, siempre eco afónico
en busca de revancha. Lo patético es que el polvorín estalló por una ridícula imbecilidad: te negaste
a ir por la tercer caguama a la tienda. Tu colaborativa buenaondez se limitaba a
ayudarme a vaciar los envases pero no a rellenarlos.
Ni siquiera te pedía que la pagaras tú, pero resultó
imposible convencerte por una simple razón: tenías wueba, de mi música, de mi sed permanente pero sobre todo de
nuestra vida juntos. Fue tal tu mamonería y tajante renuencia que me nació del
alma pedirte un break. Me aventaste
el dinero de la chela de la discordia al tiempo que aceptaste el reto: “veamos
quién es el primero en extrañar los pliegues del culo del otro”. Ok, es una
apuesta y los dos jugamos.
El incendio empezó cuando estabas por largarte, llevándote
tu cepillo de dientes (esa especie de banderín que desde el baño insinuaba una
vida en pareja). Las puertas avernales se abrieron justo cuando te pedí las llaves del depa. También me las
aventaste, te noté a punto de estallar y tuve que bajar a abrirte antes de lo
que parecía inevitable. Al cerrar la puerta del edificio sentí que daba
carpetazo a nuestra decadencia a dúo disfrazada de relación abierta. Una mezcla
de alivio con incertidumbre me acompañaron los primeros peldaños de regreso. Entonces
unos golpes me hicieron regresar sobre mis pasos. Te habías vuelto un huracán
de patadas contra mi moto estacionada en el umbral. Contra el único bien
material inventariable que poseo. Contra ese apellido metálico de mi alma.
Tardo siglos en acoplar la llave para poder salir y
detenerte. Todo se mueve en cámara lenta, pero las percusiones estallan en
tiempo real. Cada madrazo parece superar al anterior. Las malditas vecinas se
apuran a asomarse ebrias de morbo y hasta parece que quieren acercarse.
Cuando logro articular palabra te espeto todo el
veneno que has logrado destilar en mi. Digo que me ahorres a mí y a tu familia
estas escenitas. Te doy un boleto del metro y te recomiendo que te avientes a
las vías. Se te ruedan lágrimas silentes. A mi se me desgaja el pecho por
dentro. También me asombro de las púas que acabo de decir, pero es tanto mi
macro encabronamiento que no me retracto y mi jeta se torna una sardónica
cripta.
Te alejas, miro tu silueta perderse junto a la palabra
nosotros, al doblar la esquina donde están esos refris llenos de cervezas que desde hoy me sabrán más amargas. Un
peso se instala en mi nuca y por default
bajo la mirada al suelo y veo los pedazos de plástico púrpura tornasol lanzar
tonalidades que ya viran muy lentamente del odio a una percudida nostalgia.
SIETE MUERTES
FELINAS
Dicen que la mascota
eres tú. Que la supuesta buena onda gatuna, más bien es una estrategia tiránica. El punto es que tan
intensa es la compañía felina como su ausencia. Cada gat@ amaestra a su “dueño”
para que se acostumbre a repetidas y repentinas ausencias. Un gato que no puede
largarse es un ave enjaulada y su ronroneo es tan deslactosado como la
fidelidad de la monogamia por contrato.
A un perro si lo
puedes comprar con burda comida y arrumacos. Salivará y te hará fiesta en
cuanto te vea, pero un gato primero atiende sus inexorables instintos
libertarios antes que checar tarjeta contigo. Cada que “tu” gato sale a
respirar te exige complicidad y
demuestra sinceridad a ultranza, sólo retornará si le da la gana.
Siete vidas, siete
capas de garbo, por pelambre multiorgasmia absoluta y un chingo de azoteas pero
ni así pueden caer parados cuando los alcanza la nada. De tanto irse cada bicho
termina tarde o temprano por marcharse en definitiva.
La pérdida que más me
ha dolido ha sido la de Chao, lo nombre así porque cada saludarlo era también
un despedirlo. Vago como la testosterona más silvestre, llegaba a veces
únicamente a dormir días enteros. Una ocasión desapareció 4 meses y una mañana
cualquiera me arrancó el luto apersonándose con esa desfachatez de quien a
penas se entera.
Como era de
esperarse, Chao se esfumó sin dejarme un cuerpo que velar.
Quien si tuvo felina
sepultura fue Momo, mejor dicho miausoleo porque se cayó entre dos
bardas. Pasó un par de semanas con todo y lluvias hasta que alguien escucho
unos débiles maullidos de ultratumba. Los bomberos tuvieron que hacer varios
boquetes para atinarle y sacar al otrora regordete convertido en un trapo
atigrado. Momo todavía vive, a pesar de que la parca se encariño con él al
tenerlo tanto tiempo en su regazo y de que le cortaron las bolas para que a sus
años ya no siga correteando la brama por los abismos.
Así como existe la
pena ajena, existen muertes de mininos causadas por terceros que te pegan. La
más ridícula y lamentable que conozco fue la de un kitten que según fue rescatado de la calle para caerse al día
siguiente en el desagüe de la supuesta azotea redentora.
Cuentan que a Marx se
le murió un hijo por falta de medicina. Había sido vetado por obvias razones en
las empresas de su tiempo. Supongo que yo no estoy en ninguna lista negra, pero
si he soportado rudas rachas enlistado en el sub empleo. En un periodo rotundamente
aciago se le ocurrió a la Bicha tener su cuarta camada. Comíamos poco, si a mí
apenas me alcanzaba para una bolsita de chicharrones de cerdo Barcel con cuatro tortillas,
comprenderán que a la Bicha era raro que le tocaran Wiskas. Los tres
gatitos nacieron desnutridos y enfermaron de roña que tardó en matarlos varios
días. La gata me los traía uno por uno, me los ponía enfrente y se me quedaba
mirando como esperando a que hiciera algo. Impensable recurrir a un
veterinario, tampoco junté fuerzas para ahogarlos y al menos acortar su agonía.
Años antes, cuando
tuve que mudarme a una azotea con Chao, me percaté que teníamos una vecina que
no había alcanzado cuarto. Del noviazgo, la Mirra tuvo un solo cachorro, blanco
total, casi albino. Una mañana lo encontré agonizando y se me murió entre las
manos. Agarré la jarra y cuando el vecinito subió a tender ropa, alardeó que él
había puesto el veneno “a tantos gatos hay que sacarlos o matarlos”. Tomé una
cadena y me le fui encima, esquivó el golpe y por fortuna se echo a correr, lo
celebró porque en verdad mi furia era como para masacrarlo. A los pocos minutos
regresó con un golpeador a sueldo, un mastodonte que vivía en la esquina
alimentándose de chemo y caguamas. Sin pensarlo arranqué un tanque de gas y con
mi encendedor en la diestra los amenacé con generar un siniestro al sopletear
sus miserables carnes. Pude repelerlos pero terminé expulsado por el casero. No
me arrepiento, cada quien defiende a su familia como puede.
Convivir con felinos
es un curso intensivo para asimilar el desapego. Si tus seres queridos tienen
cola, resígnate a las constantes despedidas, incluida la definitiva.
®Pedro Carpintero
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