Cántica para enfrentar la noche
I have seven days to live my live
and seven ways to day
David Bowie
Hay que tener siempre un arma bajo la almohada
—nunca sabes en qué momento llega la muerte.
Asear la cama y estar listo
para entregar Cuentas
en la mañana.
No hay que confiarse al azar de las moscas
a la selección natural del insecto.
Hay que ejercer la riesgosa práctica,
el riguroso vuelco de vivir
seis veces diez, seis veces diez, seis veces la noche,
cavar, profundo clavar
la uña, el rotomartillo para devastar la piedra, romper el cuarzo
del cráneo, el Lumen (1 cd.sr = 1 lx·m2) de la fosa común
para entrar así en el fango
en la arena decantada del agua bruta
—amargo licor para limpiar el aire frío del jardín,
la psique, la palabra antropomórfica
que nos conduce al Hades.
(Estribillo mutado)
Hay que tener siempre un arma bajo la almohada.
Estereorradiar,
llegar a la raíz (a la fuente isotrópica)
a la violenta oxidación
de la cabeza, de la cabellera ceniza
vuelta follaje rojo
llevar agua, y sofocar ese incendio
ir empapados hasta el tope del ojo
de pensamientos agua, de cubetas colmadas
de palabras para domar la lumbre
y hacerla danzar el Vals nocturno
de los que placen la carne al margen del día,
y ven cómo se ilumina la noche con el discurso de los astros,
y desbaratan el rompecabezas del Destino para los Otros.
Qué destino,
qué maldita palaba solar
intentará preñarnos (?)
No el agua O la muerte.
No el tiempo, no hay sombra confiable,
mejor hay que estar preparado, y tener siempre afilado,
cubierto de abundante hierba, un libro
o una cisterna
estar siempre listo para jalar del gatillo,
listo siempre para usar esa arma cargada de mente.
(Estribillo a manera de coro o atmósfera)
Hay que tener siempre un arma bajo la almohada.
Sobre todas las cosas, recuérdenlo
tenerla siempre, sea marea o palabra,
metralla, cisterna o daga para la venganza,
pero hay que tenerla siempre lista bajo la almohada.
Ejercicio para demostrar de diversas formas la inexistencia de la locura
II
E infinitos son los ojos que delinean al círculo.
Sus párpados dan noche a la mirada, y la mirada apariencia de noche a las cosas.
Soy más o menos loco, pensó Pessoa,
y el cuajo envolvió al ojo, y se abrió la puerta ¾hacia la cuenca del miedo.
Alcanzar a percibir (¿esto?) es dejar de caminar en
esta calle con piedras cuadradas(?)
flechas que avanzan arriba-abajo. ↔ Roturas
De qué admirable criptografía nació este vicio
de vivir en ciudades, de medir la vida en metros cuadros,
meterla en cubos de diez por diez, en la coladera que ahí enfrente está
succionante: extractor de pensamientos que todo lo convierte en tierra.
Así,
el hombre que (duerme? en la barra) extiende su brazo
y me enrolla la mano, me saluda con un espira que forman nuestras manos (lalpuléahuli ¾dijo)
es un gesto de igualdad trata de explicarme
¿y es igualdad lo que me enseña?
(entonces)
es mandala
om dice
om naciente
Estoy en la ventana para ver lo que vive en penumbras antes del amanecer.
Aunque resulta siempre es a mí a quien miran sedentario esos nómadas
que caminan hacia la muerte.
Pero al final ellos entran y toman asiento, trabajan.
Luego toman un descanso. Y salgo a caminar ─hacia el nicho.
Al mismo punto del que ahora parto. Y trabajosamente aprendo
a entender que un día no volveré a este sitio.
Ese mundo (no luz/ no tiempo/ no materia)
que vemos cuando dormimos es la Casa eterna de nuestro reposo.
Lo demás continúa infinito su camino.
III
Hay quienes piensan en la Locura e incluso se asumen locos.
O locos piensan al kamikaze que se colocó 10kg de explosivo
y se repartió como pan en boca de los escépticos.
O (loco) también al de lenta mente
con daño cerebral
porque (simplemente) nació para morir
sin posibilidad de evitarlo (es tan dura la vida para quien lucha contra la muerte)
Santa Locura
¾que nos salvas de un mundo peor¾
rezan los padres-hijos
estos exhibicionistas que copulan en el metro
o aquellos que toman sólo el alimento si ha sido cocido
o prefieren degustar muertos frescos, vegetales
a cadáveres de carnosos mamíferos.
Cuán locos están todos.
Los acaparadores del poder
paranoicos de que un día volteemos
a verlos, y decidamos que son unos pobres dementes.
Se enferman pensando en qué habrá de sucederles si la locura
se apodera de este mundo.
Y lo salvan incluso ¾una y otra vez¾ seguros
destrozan a los niños esquizoides de países iracundos
incapaces de sanarse con la risa
y todo por culpa de los excéntricos, no parafílicos, que vienen a destruir el mundo.
También están los que comen insectos, piel de sombra
o que empeñan su vida en salmos para ser consentidos por la mano
que les acaricia el lomo:
los que dejan de comer para ser un Tigre.
Qué felicidad la de los cuerdos
desnudos todos en el tranvía riéndose, con tabaco en mano,
de todos los locos que afuera se agarran a golpes con cerdos de botas.
Es tan graciosa esta función donde los desequilibrados
son incapaces de amar, tenderle la mano al Misterio
o recibir, puño con puño, la gracia de los desconocidos,
maniáticos incapaces de dar un beso
por el miedo a ensuciarse la boca con el labial de la vida.
Andrés Cisneros de la Cruz
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