JAIME MARTÍNEZ
Aquí el link del programa completo:
Epiciclo
I
ya te
había dicho con erotismo verbal,
con apenas palabras pronunciadas,
que te acercas y te vas dilapidada , maltratada
cuando otra vez te acerques, te procuraré
te apuñalaré
con música no expresa
como el
piano a Chopin y viceversa
sacudiré
el trono dónde estás balbuceando
gimiendo
como palmera
parece ser que este epiciclo ya lo había vivido, erguido, pensativo
ya me lo había contado el diablo en un pentagrama
satánico
ya sé
que no te gustan estas
palabras pues eres muy católica
prefieres Santa Virgen de la Concepción e inmaculada
p ara ti la crucifixión es súbita y mística,
para mí…
es un perro a la que le aviento una croqueta de vez en
cuando
como buena católica me ardes, me adentras, me solmenas
me queman
tus flemas verdes en paralelos cercanos,
como la universalidad le da nombre a los socráticos
y las
brillantes imágenes a los hiperbólicos
II
ahí viene
el embutido recuerdo en la tarde de Sol
tus vitalidades de verano en San Rafael
que sigilosamente nos
enfangaron, nos glorificaron
recuerdo que te decía: Matémonos zirconita
déjate
matar, eres la bendición,
la ola y espuma
la colilla y ceniza,
matémonos, uno al otro… ¿va?
nunca tuve un diario para registrarlo
ni
tampoco monomanía de hacerlo.
no forjé
un dibujo de Alma tibia
ni un espacio de ese momento
Sin embargo…
empecé a leerte y escribirte un libro
quise hacerte una vida como oveja al matadero
para que no dependieras de nadie
III
ya estoy
viejo para el epiciclo, algún día
dejaré de beberte
porque deseo una niñez lucida, con ganas de
destapar mis juguetes
como una
chinche imprudente oprime al gozo
porque
soy tan pobre como el patio donde jugaba carreterita
hondura al viaje lunar como galos en la vecindad, te decía
ya no
puedo esperar a desvivir el mundo de aire desvelado
voy a
salir de este viaje de subasta, a puño y beso limpio
he sobrevivido
a espacios anecdóticos con caguama
y tequila
ahora en
tu cama nos desayunamos nuestro noviazgo
intermitentes
victimas germinales en cada orgasmo,
cada
gramo de vehemencia tuya trasmite necesidad
de irme lejos del fulgor de tu cuerpo,
para al fin y al cabo regresar,
siempre
regresar.
Oscilaciones
El
telón desaparece, eres espacio para observar,
tus
pechos son monumentos que se erigen ante nosotros,
son
como ventanas que dejan ver tu intimidad,
ofrecen
espectáculo, pero al mismo tiempo nos lo alejan.
Tu
vagina es metáfora del sol al incendiar la tarde.
Tu
cara oblicua, elección de estados anímicos.
Tus
ojos son oscilaciones de seducción y desengaño.
Tu
lengua es melancolía entre el ser y el parecer;
mientras
el vino cambia tu rostro y acaba por borrarlo.
Orange Crush
Di un gran despeje. El balón
salió disparado hacia la azotea de la vecindad. Fui por él entre zapes y
mentadas de madre de mis compañeros de equipo. El balón estaba incrustado entre
los tanques de la señora Nicolasa, mamá de Luisito; un niño bajo y delgado, al
que siempre le pegábamos por ser el que tenía los mejores juguetes de la
vecindad (también por ser el más educado). Doña Nicolasa vivía en la única casa
de la azotea. Cuando me acerqué por el balón vi entre las cortinas de su
ventana, cómo se besaba con un señor. Un hombre que nunca había visto por la
vecindad.
Eran largos besos. Después de
un rato, se separaron. El hombre comenzó a besar unos pechos grandes. Pechos
expuestos con los que jugueteaba el hombre. Los lamía y después los apretaba
contra su cara. Su bigote espeso los iluminaba. Con un movimiento torpe y
brusco, Doña Nicolasa le quitó unos pantalones azul claro con el logotipo
naranja de la “Orange Crush”. Al mismo tiempo, el repartidor de refrescos la
despojaba de sus calzones. Calzones grandes, que le quitaban belleza a sus
firmes y redondas nalgas, sensualidad bienvenida al momento de la estocada.
Como si cargara tres rejas llenas de refresco “Orange Crush”, la cargó de las
nalgas. Parado, la cargaba y la embestía abriéndole las nalgas. Doña Nicolasa,
quedando de frente a una imagen de la Virgencita de Guadalupe, la miraba. Era
como si se mofara de la imagen. Como sí se burlara de ella misma. La
introspección fue interrumpida sorpresivamente. Ahora el bigote del repartidor
de refrescos estaba en las nalgas de Doña Nicolasa, recorriéndolas hasta llegar
al clítoris. Pude sentir como los bellos de su pubis se le erizaban. El
repartidor la puso en una nueva posición, encontrando sus nalgas de frente.
Cuando más rápido la penetraba le dijo: “me voy a venir”.
—No te vengas puto, no mames,
métemela más -—le contestó Doña Nicolasa. Y después el orgasmo.
Pinche orgasmo, eres
contradicción, sólo eres un vínculo. Orgasmo que tienes la dádiva de volver
sensible el egoísmo, ¡eres perdición!
Mi pensamiento fue interrumpido
con una patada en el culo, que durmió toda mi columna vertebral.
—
¿Por qué no contestas, pendejo?
¡Te estamos gritando! ¡Ahora ya no juegas, por pendejo!
Las lágrimas me brotaban,
causadas por el dolor de la patada en el culo, mientras se retiraban con el
balón. Cuando volteé a hacía la ventana de Doña Nicolasa, las cortinas estaban
cerradas. Nunca más se abrieron.
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