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I.
DESPERTAR
En el
fondo sigo siendo una niña que cree en príncipes azules. Aunque después de lo
vivido he llegado a la conclusión de que los príncipes de mi edad son verdes y
hay que esperar a que maduren. El problema, si se le quiere llamar de esa
manera, es ese: el tiempo.
Ora puedo
estar olvidada en mis múltiples ocupaciones laborales o absorta en lo bello de
ver crecer a mis hijos. Ora puedo estar al borde de la depresión añorando unos
brazos que nunca me acurrucaron ni me protegieron de mí misma. Ora puedo estar
sumida en la evasión o en la negación que producen mis problemas financieros.
Ora puedo estar enamorada… amor, palabra tabú de mi diccionarios personal. Mi
status quo es estar enamorada.
Amor y
tiempo deben mezclarse como dos elementos químicos peligrosos que intoxican
hasta lo más sólido de nuestros huesos y hacen llorar en silencio a esa alma
que espera el par que nunca llega y, cuando el cuerpo duerme, sale a pasear
nocturna lamentándose de su infortunio y su soledad inentendible.
Mas no es
masoquismo ni rendición tampoco… mucho menos costumbre; pero en varias
ocasiones llega al paladar ese sabor dulce que provoca estar sola.
Estirarte
toda en tu cama sin que te estorbe nadie, ser dueña y señora de ese imperio
femenino llamado cama.
Cocinar
lo que te venga en gana: que si estás a dieta, verduras; que si tienes
angustia, muchas harinas y, en caso de estar al borde de un lapso sicótico,
cocinar clavos, alambre de púas y veneno para rata. Total, los cacharros de la
cocina pueden esperar un mes, hasta que la alegría de despertar viva otro día
más te obligue a sonreír para tus adentros y recomenzar esta amable aventura
llamada vida.
Conquistar
de nuevo el cuarto de baño libre de salpicaduras en el inodoro que ha sido
causa de traumas sicológicos escasamente superados por el género femenino.
Monopolizar el uso del reproductor de discos compactos, dejando fuera la música
de Los Terrícolas y Los Temerarios. Y la madre de todos los dejos
independientes habidos y por haber de la fémina absoluta: el guardarropas.
Fuera disfraces de beatas reprimidas. Bienvenidas sean las faldas cortas, los
hotpants, los pantalones ajustados, los minivestidos y toda la innovación y
atrevimiento estéticos aplicados a la alta costura.
Sí, la
libertad y la plenitud son hermanas gemelas idénticas, confundibles por el
observador inexperto, ninguna se estorba ni se envidia, simplemente se
acompañan.
Pero
regresemos al tiempo. ¿Qué hacer cuando el tiempo transcurre sin presentarte lo
que deseas? El primer punto no solo es saber lo que es deseado, sino, cómo
saber si se cruza en mi camino lo que espero.
Intimemos.
Después
de paladear las mieles de la ausencia del sexo opuesto, dominador, invasivo,
futbolero y con espíritu de luchador… pero de lucha libre, no de
revolucionario...
Dicho en
cristiano, después de vivir sin un hombre en mi casa y en mi vida, retomo que
mi tiempo se ha regenerado y dentro de ese proceso de reflexión, de hecho
siempre ha estado allí, el concepto del equilibrio.
II: COMPLEJO DE EDIPO
Mexicanos
necios que acusáis a sus mujeres sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo
mismo que culpáis, no os manchéis, ya no maméis y no acechéis a las féminas que
a su lado veáis pasar.
¡Confiesen
varones! ¿Qué oscuros pensamientos proyectan cuando al par de piernas objeto de
su deseo tratan con esa frase tan mediana de ¡mamacita, qué buena estás!?
Mejor no
confiesen. Dejen que imaginemos que esa expresión baja, más bien responde a una
ofrenda verbal de respeto y veneración, reconocimiento a su sabiduría y deseo
de exprimir sus conocimientos, que, además, enriquecerán nuestro intelecto y
nutrirán nuestra vida de sobremanera, para que cuando nosotras, respetuosas
mujeres, veamos pasar un espécimen masculino de no malos perfiles, le digamos
con los dientes apretujando el labio inferior de nuestros deseos: ¡adiós,
papacito!
¡Caramba!,
favor de distinguir la diferencia.
Esa
expresión no responde a ningún complejo de Elektra ni nada parecido, a ninguna
proyección o deseo reprimido. Nosotras no somos así.
¡Adiós…
Dícese de la expresión fática donde comprobamos que nuestro contacto es
respetuosamente fugaz y desinteresado.
…papacito!
Muestra de respeto ternuroso que nos transporta a nuestros tiernos años de infancia,
cuando papá era sinónimo de súper héroe.
Y si
todavía alguno de ustedes osa en dudar del por qué la expresión verbal va
acompañada de ese aprisionamiento del labio inferior, es porque si cualquier
pensamiento no casto se atreviera a cruzar por nuestra mente, el dolor expiará
esa tentativa de pecado cual silicio purificador.
Existe,
obviamente, una variación femenina de este respetuoso piropo femenino hacia
nuestras contrapartes, el consabido: Apachurro, papacito!!!
Apachurro…
refiérese a la parte más valiosa del hombre, aquella que ponderamos las mujeres
sobremanera, por la cual germina un caudal de pequeños tesoros que enriquecen y
optimizan nuestra existencia femenina; esa parte ponderada e insustituible que
ningún hombre puede prescindir ya que su valía viril correrá peligro; esa parte
por la cual las mujeres perdemos algo más que la cabeza, esa parte, señoras y
señores, niñas y niños, se llama cerebro. Apachurro… dícese a la imperiosa
necesidad de exprimir su cerebro y lamer las brillantes ideas que brotan de su
interior… Caramba, mejores piropos para un ser vivo no pueden existir. Las
mujeres sí que sabemos estructurar piropos apropiados, respetuosos, motivadores
y que se han convertido en unos verdaderos clásicos del halago de las mujeres
para con los varones.
Este par
de piropos son el Cadilac y el Roll Royce de las frases que elevan la
autoestima masculina desde el inicio de los tiempos.
Así que,
señores, provoquen su imaginación, cultiven su creatividad y diversifiquen sus
piropos para hacernos sentir más bellas de lo que ya de naturaleza nos viene.
Que de esos hombres creativos quiso Dios desde el Génesis, no en vano somos
creación divina y a las mujeres se nos nota más, o ¿qué no?
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