LA OCHO
Ramón Ortega Rosas
Para mi mamá, Lydia
Rosas Castelán “La ocho”
La
separan de sus seres queridos, la meten en un mundo desconocido. La interrogan sobre sus males, sucesos
dolorosos, sus antepasados; dónde vive, dónde nació, qué come, cómo viste, cómo
se asea, cómo hace el amor, cuáles son sus mascotas, a qué lugares ha viajado.
La desnudan, revisan y tocan, introducen objetos fríos y extraños por su carne.
Hacen comentarios sobre su persona y sus pesares en un idioma indescifrable; a
una voz, un grupo de seres de blanco la asedia con preguntas incomprensibles e
incoherentes.
Pronto la dejarán sola, llegará un sujeto que la
subirá a un aparato que la transportará a un lugar que huele a sangre, dolor y
muerte, donde desnuda como un recién nacido, la investirán con un camisón hecho
jirones. Le exigirán que no grite, que se deje, que coopere, que es por su bien
y la pincharán con agujas; la sangrarán y rasurarán sus partes íntimas. La
colocarán en una cama con llantas que avanza trepidantemente. Se siente caer en
un gran vacío. La llevarán por largos pasillos, obscuros y fríos, escuchará
decir ¡“Otra”! Será arrojada como un desecho de un recipiente a otro, quien la
lleve sólo querrá deshacerse de ella y quien la reciba no la aceptará y gritará
¡falta la hoja de ingreso, no está firmada la autorización, la solución ya se
infiltró! Será depositada en un rincón donde no estorbe.
Seres fantasmagóricos azules la rodean, la desnudan, la
interrogan y la tocan. Desparecen como en un mal sueño. Le colocan aparatos
extraños que emiten ruidos desesperantes, instrumentos indescriptibles, no la
miran. Hace mucho frío. La transportan a un lugar tenebroso, la colocan en una
mesa fría, sube y baja, una luz de pronto se apaga, escucha ruidos
ensordecedores, murmullos, tiene miedo, siente un gran dolor.
Escucha voces a lo lejos, gritos, ruidos,
quejidos, la conducen a una extraña mesa donde semiconsciente escucha, “no va a
doler”, no ve a nadie, un inmenso dolor perfora su espalda, vierten líquidos fríos en su cuerpo y la asedian olores desconocidos, la rodean monstruos;
una luz brillante no le permite ver, una fuerza indistinguible la mueve de un
lado a otro, escucha voces, ecos, risas, ruidos, zumbidos, su cabeza gira, el
mundo es un caos que sube y baja; grita pero sólo un leve quejido sale de su
boca seca, escucha un leve silencio... los seres fantasmales desgarran sus
carnes y sacian sus apetitos con su cuerpo, grita pero nadie la escucha, no
puede defenderse, está sola. Una fuerza diabólica que casi le impide respirar
la empuja… abre los ojos; avanza por el pasillo, el mundo flota. Escucha: pasa
a la 8, ya llegó la 8, el analgésico para la 8, ya orinó la 8, la 8 vomitó, la
8 no se quiere bañar, la 8 no quiere caminar.
Abre los ojos. No sabe a qué hora se durmió, quiere
despertar y estar consciente. Arrastran un aparato que rechina y tintinea,
dejan a los pies de su cama una charola con un alimento frío, sin olor y sin
sabor. M´ija, párese a caminar. Si se queda acostada se muere. La levantan para
que camine. A cada paso el dolor es más intenso; morirá en cualquier momento,
se apoya en la pared; pasan a su lado sin verla; regresa con mucha dificultad a
la cama; sabe que no es dueña de su persona, ni de la cama, ni de la ropa, ella
no es nada; nadie le ha pedido su permiso para tocarla, interrogarla,
pincharla.
Tiene frío, miedo, dolor; los seres aparecen y
desaparecen, a veces son muchos, a veces es uno, a veces no sabe... debe pedir
permiso para orinar, para defecar ante sus compañeras, pedir que retiren el
cómodo. Los seres pasan a diferentes horas a revisar los papeles: ayuno por 24
horas, analgésico en caso de dolor, estudios completos. Intenta hablar pero
nadie la oye. Sabe que no vale nada, se olvidan de ella, ella no importa, sólo
importa su sangre, sus secreciones, sus eyecciones. Por las noches ha aprendido
que debe tener un cómodo junto a ella, ha visto compañeras arrastrase hasta el
baño porque nadie las ayuda.
Un día, le avientan una bolsa con ropa. ¡Vístase! Como
un zombi obedece, muy despacio la conducen por esos fríos pasillos, quiere
correr pero no puede, la muerte la sigue y casi la toca, sus pasos son lentos,
muy lentos… no sabe a dónde la llevan; quisiera ver a su familia una última
vez; está atrapada en un laberinto. ¿Acaso la juzgarán? ¿Qué será? ¿El cielo o el
infierno?
De improviso una voz conocida, un abrazo, la liberan
de aquella pesadilla; las lágrimas escapan de sus ojos, pero no deja de
caminar. Mira hacia atrás, los fantasmas, los monstruos y ese mundo aún están
ahí. De pronto siente el sol, el aire huele diferente. Sólo quiere alejarse. Vamos
a casa, dice. Lentamente se alejan, mira a lo lejos el hospital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario