ÉRIK MARVAZ
En la noche golpea con más fuerza
disparatado
enajenante
desesperado
queriendo decir algo
pero no comprendo
estoy obnubilado
irascible
odiando
incomprensible
dudoso
maniqueo
enfurecido
pobre pendejo
eres tonto Éric
no escuchas
eres el perdido
túnel de silencio
olvidaste cómo llorar
y las sales se acumulan
haciendo montoncitos
penurias apiladas
desiertos oceánicos
repletos de ahogados
que se fueron amando
quebrando una pasión
dejando a los viudos
endebles y entristecidos
ni santo
ni virgen
ni asexuados querubines
porque se rompen
se quebrantan
desintegran
polvo en que nos convertiremos
caracol soplando
viento que canta entre los árboles
agua madreando rocas
venciendo resistencias
persiguiendo ciertos mares
en el fondo
donde no hay sirenas
ni existen los tritones
muerte submarina
profundamente azulada
asfixiante
pa morirse
perderse
joderse
dormirse
no despertar
porque es dolor
respirar en soledad
comer
pasar abrojos
digerir púas
después
siglos adelante
el corazón se asoma
a través de la ventana
en la noche más oscura
constelada de ojos abrazantes
sí
estás negado Éric
el latido que te parió
fue asíncrono
sin ritmo
a destiempo
discordante
un puro alcohol falaz
camas alquiladas
curtidas de tanta lágrima
lloradas de tanto cuerpo
investidas de indignos jueves
mayos
julios
veintiunos de diciembres
de octubres lluviosos
con sus ácidas gotas
tatuando ventanas
para el desconocido que mira
desde cuencas laberínticas
no hay Dios
ni diablo
alcohol
tener pesadillas
soñar con la otredad
con el hubiera
y la distancia que no cesa
el tiempo que se acaba
las manos que no alcanzan
ribete de amor
que voy abandonando
dentro del vagón
entre asesinos
muerte
fin
dormirse para siempre
muerte
madre fina
muerte piadosa
madre pura
muerte libre de todo pecado
madre amantísima
llega
te lo imploro
¿no ves cómo estoy?
te lo ruego
no me dejes aquí
es una sensación insoportable.
Tú te meneas y la tarde va pasando. Me descuentas en
golpes de cadera, te descuentas en gemidos de bestia herida, en gemidos que me
dicen que deje todo lo que he tenido hasta ahora y que me quede contigo; que tú
serás los amaneceres más brillantes que pude haber imaginado, y yo me pongo a
pensar en el pasado y en lo que soy, tan poco, tan vano, tan increíblemente
débil, tan expuesto a los errores, tan indefinido, tan poco parecido al hombre
que mereces.
Me pongo a pensar en ese pasado titubeante y
maltrecho, en esa clave de sol rota, te miro a los ojos y sólo puedo percibir
el deseo momentáneo de que realmente yo te pertenezca, pero qué puedo hacer con
estas manos, con este sexo corto, con estas ganas de darte, y que normalmente
se me llena de lágrimas, como un torpe e inútil latido de corazón. Porque he de
decir que a veces cuando no estás, mi corazón late por inercia, y de ese modo
no puedo entregarme a una vida plena y ahí estás; poseedora de salvaje belleza
con la que te dotó la naturaleza y yo estoy aquí siendo tan erróneo en mis
actitudes, con lo imperfecto de mi rostro, lo torpe de mis movimientos y la
desazón… que a veces confundo con tristeza, buscando ahogarla en bares,
tratando de darle un poco de sentido en minifaldas tableadas de colores
extraños, en mujeres de edad madura que sonríen por unas monedas, y que
acarician mi espalda con la esperanza que todo acabe pronto, que puedan volver
a casa sin preguntarse mucho más.
Estoy aquí siendo tu montura. No puedo curarme de mí.
Quedo debajo tuyo, soportando los embates de tu ir y venir cada vez más rápido,
enérgico, enfurecido. ¿Quién soy?, me pregunto, y busco en esta habitación de
cuatro paredes algún resquicio de lo que fui la semana anterior, el día
anterior, el minuto anterior, el segundo. Me he quedado desperdigado en
alfombras de hoteles, he dejado las cosas que fui, dejé en una caja
irreconocible aquel auto de colores brillantes que tuve cuando niño, también
las camisas de mi juventud, he dejado pasar la experiencia de un hijo, y voy
dejando pasar esta tarde en que tú sigues montándome.
Tal vez pueda concretarme en otras vidas.
El inaudito que soy, este pobre que ves, el que está
debajo de ti, es el que no puede estar contigo más que en forma de palabras:
siendo un superficial acto de escape.
De esas lluvias que no se declaran, que van dando vueltas
y vueltas antes de caer, con vientos suaves que sumen a uno en tristezas
pobres; pobres porque no son realmente tristezas. Son una mezcla de cielos
grises que se aprecian desde la sala de estar, donde veo estrellarse los
recuerdos contra la ventana, dentro del aislamiento impasible de media tarde,
abrazando alguna prenda tuya, suponiendo que de pronto empezará un diluvio
torrencial en que los cristales, abrumados de tantas gotas de agua, van a
reventar… mas no. Nada pasa. Apenas un sonido suave de plas… plas, plas.
Ha sido un sorpresivo alejamiento, tanto que los vestigios
aún andan a paso lento por todas las habitaciones, se revuelven en las
esquinas, y se sientan a observar, igual que yo, las impensables lluvias de
invierno.
“Te fuiste en el peor momento. Justo cuando empezaba a
mutar en lo que tú querías, justo cuando empezaba a dejar de ser yo.”
El modo en que me mirabas, me traspasaba como vientos de
levante. Caía lentamente en esos lagos que son tus ojos, daba brazadas, me
sumergía hasta donde aguantara la respiración, dejaba que el cuerpo se me
lubricara en la claridad de los espejos de agua, llenos de lirio verde, con
manchones cafés de tierra sólida. El mirarme era una orden precisa. Planetas y
astros celestes girando a tu alrededor, el viento jugueteando con tu cabello,
los huracanes retumbándote en el pecho, tus mareas golpeando mi cadera entre
gemidos que resonaban igual a avalanchas de nieve, terremotos feroces dentro de
tus senos altivos, y el meteoro más brutal: la sangre agolpándose en tus labios
perfectos. Te extraño inmensamente: en cada acera, parque, suspiro con olor a
nicotina subiéndome por la nariz, cada rayo partiendo la oscuridad y los
recuerdos.
® Éric Marvaz, 2015, Saudade.
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