Mónica Villagómez
INUSUAL
Luz de media mañana, clara y tibia,
Cae sobre nosotros, baña tu tersura y te acaricia;
Así quisiera acariciarte yo, con la misma delicadeza,
Como si fueras un ángel y apenas el roce se me permitiera.
Despertar inusual, abres los ojos y aún más luz irradias,
Me inundas; y en un torrente me desbordo en tus labios,
Me alegra saber que eres tan mortal como yo,
Y que sólo la divinidad podemos alcanzarla juntos.
Tu abrazo me asfixia, me deshace entre tus manos,
¿Acaso es lo que has querido hacer todo este tiempo?
Ver como me desmorono ante tu mirada y tus palabras,
Para que luego vuelvas a armar la figura a tu esencia…
Muero en ti, y quiero prolongar la luz hasta la
inconsciencia
Porque sólo en ti encontré el confort de la vida,
Porque sólo tú guardaste en mis labios la palabra deseo
Para entregártela a cuentagotas aunque sea eterna.
Debes saber que el silencio inusual me da miedo,
¿Sientes todo lo que hay que decir, y que flota en el aire
Pero no se deja estallar ante nuestra impotencia?
Todo allá fuera se hace tan extraño cuando estás aquí.
No rompas la atmósfera, no sueltes mi mano,
Si te alejas, este momento se perderá entre tantos otros,
No quiero olvidarlo, no quiero que me olvides,
Y te deshagas, te desvanezcas entre mis dedos, como la luz
de la mañana…
EVA, LILITH Y YO
I
Yo fui hecha de una costilla, de corazón moldeable,
mi pecado fue el que se me advirtió
y mi vientre fue la tierra que la semilla recibió,
y entre agua y sangre mi fruto se dio;
fui entonces el seno que alimentaba,
mis manos fueron el calor maternal de la humanidad,
y después los hijos de mi carne echaron a volar,
mientras mi destino heredé con el nombre de: Eva.
II
Yo fui hecha de arcilla, de alma indomable,
y también fui la mujer, la primera;
esposa y madre de los hijos de Adán,
no fui ni más ni menos que él, sino su igual
y devoré a cada uno de los hijos que de él engendré;
pero viendo amenazado su poder,
el primero de los hombres no sintió más que temor,
y así me vi exiliada de su paraíso con el nombre de: Lilith.
III
Yo fui hecha de la carne de alguien más,
mi destino está marcado por lo que "debería
hacer",
pero yo soy hija de un mundo con una nueva luz,
soy la mujer, el sueño que se rebeló,
soy presente y soy pasado, la alternativa a mi sexo y
condición,
porque Eva y Lilith se revuelven en mi interior.
RECUERDAME AMOR
Joaquín estaba sentado en el piso y recargado en la cama,
con la mirada perdida en el espacio, recreando una y otra vez, las palabras de
Marcela, esas imágenes que se le habían quedado clavadas en la mente, en el
corazón y quizás también en la garganta, pues no había sido capaz de pronunciar
palabra, ni siquiera un grito que lo liberara del dolor, de la culpa…
Marcela y Joaquín eran novios desde hace tres años, desde hace uno que vivían
juntos; pero la relación ya no era lo mismo, se iba apagando con el paso de las
horas, los minutos, los segundos… ellos se apagaban poco a poco, ella se
extinguía lentamente, él aguardaba en su agonía impotente.
Habían sido dos jóvenes llenos de vida, de ilusiones y planes comunes, pero en
un par de años envejecieron, y no, no fue su cuerpo el que se marchito, porque
aun ella lucía radiante en los días especiales, y el orgulloso y feliz a su
lado, cuando todos los envidiaban.
- Hoy
voy salir – dijo Marcela que parecía distante.
-
Perfecto ¿Y a que hora llegas? – contestó Joaquín, en un destello de felicidad.
- No
lo sé Joaquín, no sé a que hora llegue. – Marcela le respondió fríamente.
Joaquín supuso que era algún desayuno con sus amigas, que
por fin la habían convencido de salir. Él despreocupado, tomó las llaves y
salió a dar una caminata matutina, aquel día había comenzado felizmente después
de todo, sin peleas, ni reclamos.
De regreso a casa pasó por un café. Una extraña sensación le recorrió el cuerpo
al insertar la llave en la cerradura de la puerta del departamento, abrió
lentamente, con miedo, pero entró, y muy despacio cerró la puerta. Pudo sentir
la presencia de Marcela, aun no se había ido quizás, pero se sentía extraño,
mas extraño que todos estos meses de tenerla y no en casa. Marcela había
cerrado todas las persianas, el departamento parecía aun mas oscuro de lo que
de por sí ya era, sus llaves estaban sobre la mesa, aun ella no había salido.
-
Marcela, mi amor ¿aun no te has ido?
Pero no hubo ninguna respuesta. Joaquín caminaba lentamente,
casi arrastrando los pies. Se percató de que la casa estaba hecha un desastre,
había ropa y basura tirada por todas partes, ‘quizás deberíamos contratar a
alguien para que hiciera la limpieza’ pensó. Entró a su recamara, estaba
totalmente oscura, prendió la luz y llamó de nuevo:
-
Marcela – esta vez fue casi un grito desesperado
La angustia y el miedo se apoderaban de él. Pero también percibía
una cierta sensación de tristeza, pero esta no le pertenecía a él, simplemente
estaba en el aire, cualquiera la hubiera percibido. Vio la puerta del baño
entreabierta. Marcela cada vez empeoraba, sus crisis en los últimos meses, la
habían dejado mas cambiada que nunca, sus ojos ya no eran de aquel brillo
avellana, ahora se veían rojos por el llanto, sus labios ya no eran la fruta
besable que Joaquín conoció, ahora eran ásperos y marchitos, su semblante, esa
expresión cándida como la de una niña, había cambiado tanto, que Joaquín sólo
guardaba el recuerdo de la chica de la que se enamoró. Él no quería perderla,
pero sentía irremediablemente que ya la había perdido, y sin darse cuenta
de cómo o cuando sucedió exactamente. Al entrar al baño y encontrarlo vacío,
por un momento exhaló un suspiro de alivio, pero inmediatamente después, su
corazón se oprimió.
Entonces empezó a correr con desesperación por todas las habitaciones del
departamento, no hizo falta que corriera demasiado, al entrar a la cocina con
la mirada baja, lo primero que vio fueron los pies de Marcela, y al subir la
vista la vio a ella colgando como un péndulo de una viga de la cocina. Observó
después la silla que había utilizado para subirse ahí, que yacía botada
relativamente lejos del punto, pero justo debajo de ella había una nota que
sentenciaba: “Recuérdame como antes fui. Marcela”.
Joaquín lloraba en silencio, no podía hacer más, su cuerpo temblaba. Tomó la
silla que estaba tirada, y la colocó de nuevo para bajarla. Por poco y cae al
suelo al recibir el peso de lo que había sido Marcela, pero de todas formas,
ahora le parecía que pesaba mucho menos.
La tomó en sus manos y la llevó a la recamara que compartían, la tendió en el
suelo y él estaba sentado en el piso y recargado en la cama, con la mirada
perdida en el espacio, recreando una y otra vez, las palabras de Marcela, esas
imágenes que se le habían quedado clavadas en la mente, en el corazón y quizás
también en la garganta, pues no había sido capaz de pronunciar palabra, ni
siquiera un grito que lo liberara del dolor, de la culpa…
Y escuchaba voces, voces que le reclamaban, otras lo enjuiciaban, lo
condolían, le gritaban; pero él no dejaba de preguntarse ¿Desde cuándo había tenido a Marcela muerta con él?
® Mónica Villagómez
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