Sergio Osorio
Tierra Caliente
I
Vivo en
ti,
en el
barranco de tus muslos,
en este
caserío de paso
que
fundaron hombres de tierra fría,
cuando
las vetas de tu vientre
colmaban
de cristales preciosos
sus
lenguas y sus miembros.
Vivo en
ti,
vivo bien,
a pesar
de que aquí la vida es dura,
a pesar
de que el amor,
esa fruta
de temporal
que se
paga bien en los caminos,
no se da
en tus laderas pedregosas.
Viviré en
ti,
bajo el
calor de tus celos vespertinos,
asistiendo
puntualmente a las ceremonias
en el
panteón de tus amantes muertos.
II
Amanece
en tu cuerpo…
Mujer
poblada de mujeres y de niños,
mujer de
hombres ebrios que partieron
hartos de
tus extensas palabras calurosas
y de tu
piel que nunca alivia el hambre.
Amanece en tu cuerpo…
Una
parvada de uñas
se posa
en tus senos:
pichones
pardos que se disputan
tus pezones de cantera.
Atardece
en tu cuerpo…
Y mi
lengua sudorosa
va y
viene entre tus piernas
como un
buey dócil
labrando
antes de las aguas.
III
Pero en
ti las aguas
arrasan
las cosechas.
Tus manos
comienzan a crisparse
y tus sonrisas resplandecen.
Tus palabras terribles
llegan a mis ojos
que tratan de mantenerse secos
al amparo de los muros.
En lo
alto de tu espalda se agitan
tus
cabellos anudados y tirantes.
Gruesas
gotas se estampan en mi piel
y tu
viento arranca mis puños de raíz.
Comienza
la tormenta.
IV
- Éste era un buen lugar para vivir…
Y acaricio
los azares negros que cuelgan de tu espalda.
Voy hacia tu frente para arriar mis famélicos ojos
que no quieren abandonar tus cejas siempre verdes.
- Nada que hacer…
Me encamino hacia tu vientre,
vieja casa de vigas de encino,
de muros encalados y tejado alto.
- Nada…
Doy una palmada a uno de tus muslos
y me largo,
seguido de
los ladridos de mis celos
que se disputan erizados un pedazo de tu boca.
Despojos
Detrás de mí vienen otros hombres
que anhelan descansar
al auspicio de tu sombra
generosa;
por eso amor
esta tarde mataré esos pájaros
mansos
que aún regresan a los dormideros
de tu sexo
y talaré tu risa franca.
No habrá nada para nadie más;
hallarán desmonte y aridez:
una piel ya sin pudor
con largas cuaresmas
donde canten cigarras desteñidas.
Posesión
Que tu saliva se amargue,
que tu sexo
sea un pozo
donde
habiten carpas ciegas.
Que seas la
Circe que apaciente
cerdos que
nunca fueron hombres
y los liberes
cansados y tristes.
Que la
muerte te halle al fin
hermosa y
sin amor,
ebria frente
al mar.
Confidencia
Ellos no
saben que los gorriones de concreto
que caen
muertos de frío
resucitan
como mariposas negras,
agoreras de
la muerte de los hombres;
que los
perros viejos de azotea
aún lamen la
mano de sus dueños;
no creen en
las varillas de la esperanza
de los
barrios más humildes;
no se
imaginan,
no lo saben,
que es más
fácil
sostener una
erección que tu mirada.
Hotel Oxford
302
Noche de tres estrellas
deslucidas
Sobre un cielo plomizo de
aluminio.
Última noche
en que caminas sobre esta
alfombra,
jardín del paraíso descuidado.
Noche estéril de trescientos
pesos,
de cerveza tibia
y de mujer intacta.
202
No puedo
dormir en este hotel
¿Será ese
televisor aparatoso,
hijo loco
que tienen enjaulado?
¿Qué hay del
espejo de pupilas ciegas,
horror de
cataratas?
¿Serán esos
cipreses de Van Gogh,
desquiciados
por colgar en estos muros?
¿O es el
crujir del techo
porque
alguien camina incesantemente
Con su
orgullo derribado?
303
Algo anda
mal en ti,
amiga
siempre generosa,
tu vientre
está seco
y tus ojos
inundados.
Ciudad Juárez
I
Hoy hace más calor que miedo.
Niños morenos,
animales incubados en la arena,
juegan a policías y sicarios.
El último camión levanta una
polvadera
y se larga.
A lo lejos se oye apenas
algo que se rompe en el desierto,
como un crujir de huesos de
muchacha.
II
Con su óbolo en la lengua
miran el otro lado del Río Grande
en espera de la gracia de
Creonte:
Tan sólo por un día
los dejará caminar por las calles
en la noche,
tocar el ladrillo rojo de los
rascacielos Yankees
y perfumar sus cuellos que
escaparon de la daga.
De Holofernes a Judith
Que sepan
en Betulia
que
duermes complacida.
Hoja sin
filo de tu Dios,
puta
hermosa y mártir,
traidora
ineficaz.
Que contemplen
su derrota
en tu
cesto vacío sobre la arena
que
espera sus cabezas
a los
pies de la muralla.
La piedra de David
David toma en su mano la
piedra,
la acaricia,
siente su piel suave,
calcula su edad en agua,
imagina su grito de viento.
Es una piedra oscura,
inexpresiva,
feroz ancestro del molino,
cazadora lenta de la luz.
La torea entre sus dedos,
provocando su ira
y dentelladas de arena.
Un pájaro,
más pluma que carne,
menos miedo que alas,
se posa frente a él
hambriento de muerte.
David lo ignora y se aleja,
sabe que es demasiada piedra
para tan poca sangre.
Extrema derecha
Soy tu Adán
de costillas fracturadas.
El emplazado
traidor que ruega
tu visita
antes del vendaje.
Un mártir de
tu causa,
involuntario
y vanidoso.
Un fascista
en el exilio que añora
tus años de
terror y de bonaza.
Palinuro
“Para qué estar sobrio cuando el mundo está
ebrio”
Malcolm Lowry
I
En tierra
¿A dónde llevarás tu garganta
seca Palinuro?
Afuera llueve y no hay estrellas
que seguir;
miras tus manos vacías de alcohol
y de mujer.
Las calles sobrias y sin viento
te tienen anclado a esta barra,
donde el oleaje mece a los
borrachos
que crujen amarrados a una copa
II
Naufragios
Quién más que tú,
piloto de nave ajena,
Conoce las aguas más turbias.
Quién sino tú,
se ha perdido por días y días
dejando la piel en los filos de
las mesas;
sólo tú Palinuro,
que tragaste tanta sal
por retar el oleaje ámbar de
Oaxaca.
III
Destino
Pero no llegarás a tierra firme Palinuro,
tu vida es navegar evitando la
resaca,
burlando los vientos más infames
que te han dejado de rodillas
llorando tu destierro con
extraños,
como hacen los héroes de tu casta
relatando tus desdichas,
tus proezas más insignes,
como aquel amanecer
en que salvaste a un hombre de
morir ahogado
en el mar de su saliva.
IV
El sueño
La noche es calma
y has bebido lo suficiente
para no sentir el embate de las
olas.
Duerme,
que todo está saldado:
tú casa a medio construir,
la mujer que no te espera
y ninguna deuda en la cantina.
Duerme,
deja que tu velamen raído se
retraiga.
¡Vamos Palinuro!
suelta
ese tequila,
que la muerte es una eterna
borrachera.
V
Epílogo
Estrujo mis últimas monedas;
es tarde para huir
y una a una compro tus canciones,
hasta que me venza el sueño
o me mate la resaca.
Me dejaste solo en esta gran
empresa compañero,
en la ardua tarea de beber,
errante siempre con la chamarra a
cuestas.
La rockola se despierta y duele,
alguien canta antes de caer.
Ifigenia
Bien valía tu muerte este viento propicio:
velas hinchadas y remos quietos,
los espolones rozando el lomo del mar.
Corre el vino,
y hay canciones lascivas para ti
resonando en esta noche.
El viento acaricia nuestros miembros
y lamentamos el desperdicio de tu
carne.
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