MÓNICA GONZÁLEZ VELÁZQUEZ
La
bruma se dispersa
Y si alguien me pregunta
quién soy, le diré:
soy quien fluye del río
al mar
a las orillas de una
costa sin nombre
donde un reino se erige
las naves se incendian
la bruma se dispersa.
Soy unas manos
que lentamente sueltan
las amarras
en el estandarte de los
náufragos.
Soy un cuerpo
fragmentado
ola espiral en danza
rota.
Soy la voz que nunca fue
en el silencio húmedo de
unos labios.
Soy todo lo que dicen
acerca
de un par de maletas
y zapatos de viaje
para la travesía.
Responsorio
a Camus, desde el ruido del mundo
El otoño llegó
trajo sus esquirlas en
el acuse del viento.
Tengo
algo dentro de mí, empujando contra el mundo.
En medio del ruido del
mundo, en medio del vaivén de las zapatillas
y
el coro del mediodía.
Escribo en mi cuaderno,
las notas mentales del día siguiente, en tanto pueda recordar
y tejer con mis manos una
nube alta
para
cubrir las maneras superficiales del otro.
El futuro me llega
incierto.
Voy caminando a
contraflujo.
Disfruto del viento.
Crónica de las horas que ya no son
Acá me
trajeron mis sueños
el brillo de
una mirada sin palabras.
Sostuvo su
canto mi golondrina
y en vuelo de
alas rotas -cruzó el mar-
En la
impronta de mi sombra en los caminos
iniciaron mis
pies una danza desconocida y sorda.
Me despojaron
de toda buena voluntad
sólo las
marismas del Odiel
y la
remembranza de su vaho
dan cuenta de
mí
en una tierra
donde la luz proviene de un faro sin vigía.
Un
día escribí acerca de los giros
En una vuelta
de mi mano se abre el mundo. Los caminos buscan destino. El viento enrarecido
contempla sus islas. La piedra es un puente que une continentes. Pájaros de
vivos colores transgreden sus jaulas y en libertad sobrevuelan. No hay nichos.
Las deidades caminan entre los mortales.
Hoy no he
resuelto todas las dudas en mi paso por el mundo ¿Quién se vuelve poliglota en
un mundo que no escucha?, ¿Por qué vaciar es más fácil que llenar?, ¿Por qué me
llaman trotamundos, si en mi habitación me extravío?, ¿De qué me construyo, si
al caer todas mis partes se derrumban? Sólo el eco de mi voz me acompaña. Nada
he respondido.
El
giro de la historia debió haber sido otro: Este
saber no sabiendo es de tan alto poder, que los sabios arguyendo jamás le
podrán vencer.
Cuentan que
Vallejo era como un pequeño Dios, similar al que lo parió un día. Descubro que
ese Dios estaba tan enfermo como yo, y de ahí nació un Altazor. A la edad de
Cristo me partió un rayo los hemisferios.
El
giro de la historia debió haber sido otro: Soñar
un libro espasmódico de hojas desprendibles.
Por siglos
nos hacemos escuchar, la historia nos ha visto convulsionar y al agravio de su
ignorancia, hemos sido sometidos a toda clase de experimentos.
El
giro de la historia debió haber sido otro: Porque
no tengo raíz, como un árbol, y por tanto no tengo raíz…
Y en este
cause vulnerable, me exprimo los venenos de la ira porque me han llamado a
contar mi historia. No soy yo, en la hoja existen verdades que no quisiera ser.
El
giro de la historia debió haber sido otro: Ya
que preguntas por el futuro, comprende que la vida es una rosa quemada por el
azul del silencio. Por el filo multiusos en que el verso yace.
La danza del colibrí
Golondrina de
alas rotas, no vuela
pero baila la
canción desconocida del colibrí.
De mí tendrás
las horas acumuladas sobre la espalda
la cama
blanca y el reino de los infantes.
Ave-ballena,
no vuela
pero
trastorna los sueños de Magritte.
De mi tendrás
las tardes sobre la almohada
y un lugar
cálido en la palma de mi mano.
Chimpancé de
ojos tristes, no vuela
pero ejecuta
el Lunfardo de los que aman.
De mi tendrás
la danza rota de los corazones sin vuelo.
I
Miro el
horizonte, desciendo. Un cielo rojizo tapiza la ciudad; tantas veces
odiada–amada–odiada, y anhelo fugaz de quien jamás la haya caminado. En la
periferia de esta fauce que engulle, mastica y digiere sin distinción; en lo
más alto de la vida horizontal, habitan mis pertenencias: un libro a medio leer
(entre el sueño, el ocaso y los turnos de espera), una vasta colección de
síncopas intermitentes (voces y sonidos metálicos que dan vida al atardecer),
una cama (donde a ciertas horas, los milagros son posibles y los pactos de paz
han sido firmados, no hay hambre, enfermedad y los niños no son el blanco de
ataques extremistas, y el que camina lo hace con el espíritu), una almohada
(donde reposa la furia de tantos días de activismo combativo y el eco del grito
libertario desde la selva), sábanas blancas (donde los ángeles copulan), una
mesa con cuatro plazas, un lirio en su centro y espacio para compartir las
viandas y el corazón; quien también consta en el inventario junto con un par de
piernas que lo transportan y unas manos que lo entibian, un par de ojos que lo
miran latir a pesar del horror y la sangre derramada –pero de eso estamos
hechos principalmente: sangre, huesos, dolor– al lado del dolor habita la
esperanza, un par de maletas, zapatos de viaje para la travesía y paisajes
inimaginables en este sitio donde los caminos bifurcan.
II
Ahora que por
fin te vas, déjame al lado de la carretera y con la boca por delante. Déjame
con el bestiario que habita en mis sueños y mis hombres y mis mujeres y mi
máquina de olvido y mi historia de familia y mis cuerdas en los zapatos y mis
errores y mis pocos aciertos y mi voz cortando el aire, cuando ya nada es
suficiente y sólo me consuela el Blues.
Déjame con
mis afiches: Goya, Tapies, Bacón, Modigliani. Déjame con los vértigos de Miller
y Gil de Biedma severamente enfermo, reposando en la mesilla de noche. Déjame
con Luis Urbina: Llora y llora, con su
amor como un pájaro loco, dando tumbos en la noche estrellada. Déjame con
ansias, el piso alfombrado, los labios, el corazón apretado; mordiscos en la
cavidad de la boca y unos labios blanquísimos sin nombre. Pero sobre todas las
cosas, déjame con mi dosis de realidad y un vaso de agua en la mano.
®Mónica González Velázquez
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