lunes, 16 de noviembre de 2015

Luis Quintana presenta en "Cada quien su boca" de Palabras Urgentes (16 Noviembre 2015)



LUIS QUINTANA

II
A Delmira Agustini.

Yo vivía en la torre esférica en donde todo eran sombras
y soledad. Y no había allí arañas tediosas tejiendo
la tela de la vida; únicamente soledad, una soledad
vacía y larga como la esperanza vana; una soledad que
se retorcía en su propio dolor y que miraba a mis ojos
con una beatitud sombría que convocaba al miedo.
Yo vivía lentamente. Hubiera querido morir para no contemplar
esos ojos vacíos, para no esperar ya cuando nada había que
esperar; me despertaba cada mañana y no sabía dónde estaba;
mi mente programaba el abrir de esos ojos al misterio
de otra jornada y me dictaba lo que debía hacer,
y yo, como amanuense fiel, cumplía al pie de la letra.
Un día desperté muy temprano y allí, justamente allí,
estaba esperándome la soledad.
No quise hablar, porque yo vivía en la torre infinita
en donde nadie entendía. Yo vivía de espaldas al “ser”
y cada mañana no sabía en dónde estaba;
cada mañana me formulaba las mismas preguntas
para hallar de pronto respuestas diferentes.
Yo vivía solo con mi soledad.
Cuando creí estar acompañado eran tan solo vanas apariencias.
Fueron sonrisas fingidas, manos extendidas, cabezas, piernas,
vientres, entrañas de mujer.
Pero todo era falso; la gran mentira había triunfado
—aparentemente al menos— sobre la única verdad
que aún permanecía firme en mi existencia,
esa verdad comandada por la adusta señora que en la torre
esférica imperaba.
Me decepcionó la vida, me aburrió la gente, me hastió
el cansancio de cada jornada lenta.
Y la soledad era la triste hermana; ella dormía a mi lado;
ella me dictaba pensamientos que no podía evadir;
ella era antorcha apagada, vientre vacío, sonrisa expresada
en mueca amarga; vientre, vientre de mujer que no cumplió
su promesa. Y llegó el momento en que todo estaba vacío.
Tú te habías ido para siempre y me dejaste acunando en mis
brazos al hijo que nunca nació. Me dejaste de nuevo solo
y mi amarga compañera te lo agradeció con un gesto sereno,
pero terminante. Te pidió no regresar y cumpliste, cumpliste
textualmente con lo que te había pedido.
Hoy los tiempos cansados no me dejan morir.
Hoy a veces pienso en ti.
A veces mi cerebro me pregunta y trata de hallar en aquellas
viejas respuestas una que se adapte a su necesidad presente.
Pero en vano pienso en ti.
Hoy, a veces, muy pocas veces, quizás ninguna, te veo regresar por los senderos de la noche obscura y tenebrosa.
Pero eres tan sólo vano espejismo que se instala en la torre
esférica junto a las sombras y hermanada con mi soledad.
Quiero morir; sigo vivo; pero mi vida no es vida
en ese apretado espacio en donde ni el último mendigo
quisiera habitar.









A Julio Herrera y Reissig
y sus versos desesperados de amor.
III
Amor decadente que se va
Ya no te amaba y seguía amando la sombra de tu amor distante.
Tú estás en el centro de ese juego sangriento en donde
los dos enarbolamos las banderas del regocijo
por habernos encontrado por fin.
Pero tus armas relucen en esta noche clara de la fe.
Tus armas se deleitan sangrientas en mi piel.
Yo te acepto mientras veo como se derrumba mi universo
poco a poco, centímetro a centímetro, gota a gota;
dolor de llanto derramado sobre las cenizas de
nuestro pasado.
Y me he propuesto amarte muriendo; mejor aún,
me he propuesto morir a tu lado y disfrutar contigo
la decepción de la muerte.
Estoy sintiendo el palpitar de tus entrañas;
me estoy aferrando a ti porque todo tiene un sabor
diferente cuando te amo.
Cuando te amo el odio que siento por ti se retira
lentamente. Pero amarte no es todo. Poseerte quizás;
entrar en ti y creer por un instante que tú tampoco
me odias como no te odio yo a ti a pesar de amarte
con dolor.
Y es el dolor de amarte lo más dulce y amargo que
circula por la sangre de mis venas.
Es el dolor de sentirte hoy mía y mañana —que pronto llega
el mañana— mañana de otro, buitre feroz, carroñero
constante que se deleita en el banquete que dejé.
Quisiera matar por ti; quisiera irrumpir en el espacio
que has compartido con el intruso feroz, para inundarlo
de mí, llenarlo de mi presencia y que de este modo
te resulte imposible olvidarme.
Es el placer sencillo de la venganza;
es el grito apagado que dirijo al cielo de mi vida
para pedir dos bálsamos que templen mi alma:
el olvido y la resignación.
Es entonces cuando comprendo que te odio cada día más
y más a pesar del amor que siento por ti.
Estoy desfalleciendo mientras las luces apagadas de
mi corazón no encierran ya la esperanza de volver a ser.
Estoy clavando mis dientes en ese universo que compartimos
Tú y Yo; estoy exorcizando al futuro para que no puedas
ser feliz en brazos de nadie que no sea Yo.
Estoy lanzando maldiciones al cosmos inmediato
en donde deseo ver morir al buitre pestilente que corroe
tus bellas entrañas de mujer.




Puedo escribir los versos más tristes esta noche;
escribir por ejemplo la noche está estrellada
y tiritan azules los astros a lo lejos;
el viento de la noche gira en el cielo y canta...
Pablo Neruda.
XVII
Simplemente un canto de amor
Puedo cantar con el alma llena de la alegría de tenerte,
puedo expresarme con versos de fuego que digan de ti
mucho más de lo que la idea encierra.
En la estética callada de nuestras vidas hay pasos que avanzan sigilosos y que al encontrarse se aplauden mutuamente, porque la noción perfecta de tenerte se realiza sólo en ti y a través de los siglos
cansados que se agazapan esperándonos.
He abierto por un momento tan solo el libro de los misterios infinitos en donde cada página habla de ti: habla de tus silencios que se proyectan
en el sonido inmenso del cosmos adorado; habla de tus angustias que al crear
la vida del espíritu se resisten a entender que la verdadera magia de la palabra
está en las mil maneras de evocarla; habla de tu grito desesperado cuando buscas en la sombra de tu diario la intimidad de tus propios secretos.
Dice también, en el lenguaje callado de tantos siglos que se han ido, que tu cuerpo espera la bendición del presente para salir triunfante de esta  curiosa encrucijada en donde todo parece terminar cuando en realidad
está empezando vacilante.
Aclama la derrota triunfal de la vida cuando,
 al retroalimentar el microcosmos sereno,
el pequeño universo de tu ser, se observa triste y pensativo.
Es la suma de momentos lo que configura una existencia;
es la certeza de estar en el instante decisivo, es la propia disposición que permite abarcar tu ser entero.
Eres tú, soy yo, es la humanidad que pide a gritos un espacio
para dos. ¿Misterio, verdad, imposible acercamiento, coincidencia? Sólo tú sabes que en la eterna vacilación se halla siempre la certeza de amar.

® Luis Quintana.


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