LUIS QUINTANA
II
A Delmira Agustini.
Yo vivía en la torre esférica en donde todo
eran sombras
y soledad. Y no había allí arañas tediosas
tejiendo
la tela de la vida; únicamente soledad, una
soledad
vacía y larga como la esperanza vana; una
soledad que
se retorcía en su propio dolor y que miraba
a mis ojos
con una beatitud sombría que convocaba al
miedo.
Yo vivía lentamente. Hubiera querido morir
para no contemplar
esos ojos vacíos, para no esperar ya cuando
nada había que
esperar; me despertaba cada mañana y no sabía
dónde estaba;
mi mente programaba el abrir de esos ojos
al misterio
de otra jornada y me dictaba lo que debía
hacer,
y yo, como amanuense fiel, cumplía al pie
de la letra.
Un día desperté muy temprano y allí,
justamente allí,
estaba esperándome la soledad.
No quise hablar, porque yo vivía en la
torre infinita
en donde nadie entendía. Yo vivía de
espaldas al “ser”
y cada mañana no sabía en dónde estaba;
cada mañana me formulaba las mismas
preguntas
para hallar de pronto respuestas
diferentes.
Yo vivía solo con mi soledad.
Cuando creí estar acompañado eran tan solo
vanas apariencias.
Fueron sonrisas fingidas, manos extendidas,
cabezas, piernas,
vientres, entrañas de mujer.
Pero todo era falso; la gran mentira había
triunfado
—aparentemente al menos— sobre la única
verdad
que aún permanecía firme en mi existencia,
esa verdad comandada por la adusta señora
que en la torre
esférica imperaba.
Me decepcionó la vida, me aburrió la gente,
me hastió
el cansancio de cada jornada lenta.
Y la soledad era la triste hermana; ella
dormía a mi lado;
ella me dictaba pensamientos que no podía
evadir;
ella era antorcha apagada, vientre vacío,
sonrisa expresada
en mueca amarga; vientre, vientre de mujer
que no cumplió
su promesa. Y llegó el momento en que todo
estaba vacío.
Tú te habías ido para siempre y me dejaste
acunando en mis
brazos al hijo que nunca nació. Me dejaste
de nuevo solo
y mi amarga compañera te lo agradeció con
un gesto sereno,
pero terminante. Te pidió no regresar y
cumpliste, cumpliste
textualmente con lo que te había pedido.
Hoy los tiempos cansados no me dejan morir.
Hoy a veces pienso en ti.
A veces mi cerebro me pregunta y trata de
hallar en aquellas
viejas respuestas una que se adapte a su
necesidad presente.
Pero en vano pienso en ti.
Hoy, a veces, muy pocas veces, quizás
ninguna, te veo regresar por los senderos de la noche obscura y tenebrosa.
Pero eres tan sólo vano espejismo que se
instala en la torre
esférica junto a las sombras y hermanada
con mi soledad.
Quiero morir; sigo vivo; pero mi vida no es
vida
en ese apretado espacio en donde ni el último
mendigo
quisiera habitar.
A Julio Herrera y Reissig
y sus versos desesperados de amor.
III
Amor decadente que se va
Ya
no te amaba y seguía amando la sombra de tu amor distante.
Tú
estás en el centro de ese juego sangriento en donde
los
dos enarbolamos las banderas del regocijo
por
habernos encontrado por fin.
Pero
tus armas relucen en esta noche clara de la fe.
Tus
armas se deleitan sangrientas en mi piel.
Yo
te acepto mientras veo como se derrumba mi universo
poco
a poco, centímetro a centímetro, gota a gota;
dolor
de llanto derramado sobre las cenizas de
nuestro
pasado.
Y
me he propuesto amarte muriendo; mejor aún,
me
he propuesto morir a tu lado y disfrutar contigo
la
decepción de la muerte.
Estoy
sintiendo el palpitar de tus entrañas;
me
estoy aferrando a ti porque todo tiene un sabor
diferente
cuando te amo.
Cuando
te amo el odio que siento por ti se retira
lentamente.
Pero amarte no es todo. Poseerte quizás;
entrar
en ti y creer por un instante que tú tampoco
me
odias como no te odio yo a ti a pesar de amarte
con
dolor.
Y
es el dolor de amarte lo más dulce y amargo que
circula
por la sangre de mis venas.
Es
el dolor de sentirte hoy mía y mañana —que pronto llega
el
mañana— mañana de otro, buitre feroz, carroñero
constante
que se deleita en el banquete que dejé.
Quisiera
matar por ti; quisiera irrumpir en el espacio
que
has compartido con el intruso feroz, para inundarlo
de
mí, llenarlo de mi presencia y que de este modo
te
resulte imposible olvidarme.
Es
el placer sencillo de la venganza;
es
el grito apagado que dirijo al cielo de mi vida
para
pedir dos bálsamos que templen mi alma:
el
olvido y la resignación.
Es
entonces cuando comprendo que te odio cada día más
y
más a pesar del amor que siento por ti.
Estoy
desfalleciendo mientras las luces apagadas de
mi
corazón no encierran ya la esperanza de volver a ser.
Estoy
clavando mis dientes en ese universo que compartimos
Tú
y Yo; estoy exorcizando al futuro para que no puedas
ser
feliz en brazos de nadie que no sea Yo.
Estoy
lanzando maldiciones al cosmos inmediato
en
donde deseo ver morir al buitre pestilente que corroe
tus
bellas entrañas de mujer.
Puedo escribir los versos más tristes esta
noche;
escribir por ejemplo la noche está
estrellada
y tiritan azules los astros a lo lejos;
el viento de la noche gira en el cielo y
canta...
Pablo Neruda.
XVII
Simplemente un canto de amor
Puedo cantar con el alma llena de la alegría
de tenerte,
puedo expresarme con versos de fuego que
digan de ti
mucho más de lo que la idea encierra.
En la estética callada de nuestras vidas
hay pasos que avanzan sigilosos y que al encontrarse se aplauden mutuamente,
porque la noción perfecta de tenerte se realiza sólo en ti y a través de los
siglos
cansados que se agazapan esperándonos.
He abierto por un momento tan solo el libro
de los misterios infinitos en donde cada página habla de ti: habla de tus
silencios que se proyectan
en el sonido inmenso del cosmos adorado;
habla de tus angustias que al crear
la vida del espíritu se resisten a entender
que la verdadera magia de la palabra
está en las mil maneras de evocarla; habla
de tu grito desesperado cuando buscas en la sombra de tu diario la intimidad de
tus propios secretos.
Dice también, en el lenguaje callado de
tantos siglos que se han ido, que tu cuerpo espera la bendición del presente
para salir triunfante de esta curiosa
encrucijada en donde todo parece terminar cuando en realidad
está empezando vacilante.
Aclama la derrota triunfal de la vida
cuando,
al retroalimentar el microcosmos sereno,
el pequeño universo de tu ser, se observa
triste y pensativo.
Es la suma de momentos lo que configura una
existencia;
es la certeza de estar en el instante decisivo,
es la propia disposición que permite abarcar tu ser entero.
Eres tú, soy yo, es la humanidad que pide a
gritos un espacio
para dos. ¿Misterio, verdad, imposible
acercamiento, coincidencia? Sólo tú sabes que en la eterna vacilación se halla
siempre la certeza de amar.
® Luis Quintana.
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